Francisco José Prieto: el nuevo auxiliar de Santiago de Compostela llega de cerca, de la vecina Orense, donde ha sumado casi 28 años como sacerdote. El 10 de abril fue ordenado obispo
Subí a una capilla del Obispado de Orense y pregunté al Señor qué era esto, qué supone… Fue como un breve colapso, un desbordamiento de emociones.
Desanda el camino de su actual obispo, que llegó de Santiago.
Me va abriendo a una diócesis que es inmensa y diversa. Estos días aprovecho para repasar mapas y veo que comienza en la ría de Vigo, en la orilla de Cangas, y acaba en la ría de Ferrol. En medio hay tres ciudades, el mundo rural y el del mar. Y vive un Año Santo. Cuando viajo y me preguntan de dónde soy, siempre respondo que de Orense, pero para situarlo añado que está cerca de Santiago de Compostela. Entonces no hay dudas. Me pasó con san Juan Pablo II cuando estaba estudiando en Roma.
Le hicimos una visita desde el Colegio Español y como yo era diácono le ayudé en la celebración de la Eucaristía. Al terminar, se interesó por la fecha de mi ordenación sacerdotal y por mi procedencia. Santiago pone en el mapa la realidad geográfica gallega.
Un peregrino que llega de cerca por el camino de la Vía de la Plata. La pandemia azota la salud social, económica y laboral. También a la Iglesia. Confiemos en que se reactiven no solo los caminos que conducen a la tumba del Zebedeo, sino también los caminos de la vida social, diocesana, familiar… Esos caminos que están reducidos y encogidos.
Tengo gratas experiencias en la Galicia rural, donde la parroquia, además de pastoral, es una entidad social y civil. Recuerdo a la gente: trabajadora, sencilla, anclada en la tierra… Me he enriquecido mucho con ellos, pues descubres el espíritu y la cultura de lo cotidiano, del esfuerzo, de la fe sencilla, que no es ilustrada ni tuvo la oportunidad de ser profundizada, pero que es como una lámpara de aceite que arde poco a poco en la Eucaristía dominical.
De mi padre. Con él aprendí a ver el cine clásico en televisión, el mismo que él veía en su Zamora natal en sesiones dobles en blanco y negro. Me inculcó el amor por el cine, el gusto por ir a la sala… El cine se ha convertido en un relato de lo que siento y vivo. Veo en él un reflejo de mí mismo, un relato, un guion que también te ayuda. Es una de las realidades que sí me gustaría que siguieran alimentando mi ánimo y mi espíritu.
Los clásicos son mis preferidos. Hablaría de John Ford y de Centauros del desierto; de Cinema Paradiso, de Casablanca; o de la comedia de Willy Wilders… Pero soy también un hijo de su época y de las trilogías. Crecí en una ciudad donde había un cine para los estrenos y recuerdo la saga de Star Wars, El Señor de los Anillos…
Como vicario de Nueva Evangelización lanzó un exitoso ciclo de cine…
Su germen está en la parroquia en la que colaboraba, la de San Pío X. Cuando me nombran vicario, decidimos ir más allá. Lo organizamos en un centro cultural de la Diputación de Orense con el título Ciclo cine y vida. Proyectamos películas que no han llegado a las salas comerciales y que transmiten el valor de la vida, el sentido trascendente. Durante los últimos diez años ha sido un referente, un clásico del cine en Orense.
El drama de nuestro tiempo es la ruptura entre fe y cultura. Lo dice Pablo VI. La cultura que generó la fe es notable y la vemos hecha pintura, escultura, relieve… ¿Seguimos cultivando el espíritu del hombre desde la inspiración evangélica? Ahí tenemos un reto grande.
Ellos supieron hacer cultura cristiana en el mundo del que formaban parte. Nos enseñan a estar en un mundo con una identidad. Ese primer cristianismo transforma y se hace presente en un mundo hostil en muchos aspectos.
Cada época tiene sus matices y tan convulsa pudo ser aquella como esta. Cada reto y crisis es un horizonte de oportunidades. La vida crece en medio de la crisis, es crisis. La semilla tiene que caer en tierra, romperse y abrirse para crecer. No hay que dejarse asustar ni aplastar.
Fran Otero, en alfayomega.es
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