Durante la Audiencia general de hoy el Papa ha continuado su catequesis sobre la oración, afirmando que la oración vocal no es una cosa de niños o para la gente ignorante, sino que es una oración sencilla, la nos ha enseñado Jesús
Catequesis del Santo Padre en español
La oración es diálogo con Dios; y toda criatura, en cierto sentido, “dialoga” con Dios. En el ser humano, la oración se convierte en palabra, invocación, canto, poesía… La Palabra divina se hizo carne, y en la carne de cada hombre la palabra vuelve a Dios en la oración.
Las palabras son nuestras criaturas, pero son también nuestras madres, y de alguna manera nos modelan. Las palabras de una oración nos hacen atravesar sin peligro un valle oscuro, nos dirigen hacia prados verdes y ricos en agua, haciéndonos festejar a los ojos del enemigo, como nos enseña a rezar el salmo (cfr. Sal 23). Las palabras nacen de los sentimientos, pero también está el camino inverso: en el que las palabras modelan los sentimientos. La Biblia enseña al hombre a que todo salga a la luz de la palabra, que nada humano sea excluido, censurado. Sobre todo, el dolor es peligroso si permanece cubierto, cerrado dentro de nosotros… Un dolor encerrado dentro, que no puede expresarse o desahogarse, puede envenenar el alma; es mortal.
Por esa razón la Sagrada Escritura nos enseña a rezar también con palabras a veces audaces. Los escritores sagrados no quieren engañarnos sobre el hombre: saben que en su corazón albergan también sentimientos poco edificantes, incluso el odio. Ninguno nace santo, y cuando esos sentimientos malos llaman a la puerta de nuestro corazón es necesario ser capaces de desactivarlos con la oración y con las palabras de Dios. En los salmos encontramos también expresiones muy duras contra los enemigos −expresiones que los maestros espirituales nos enseñan para referirnos al diablo y a nuestros pecados−; pero son palabras que pertenecen a la realidad humana y que han acabado en el cauce de las Sagradas Escrituras. Están ahí para demostrarnos que, si ante la violencia no existieran las palabras para hacer inofensivos los malos sentimientos, para canalizarlos de modo que no dañen, el mundo estaría completamente hundido.
La primera oración humana es siempre un rezo vocal. En primer lugar, se mueven siempre los labios. Aunque todos sabemos que rezar no significa repetir palabras, sin embargo, la oración vocal es la más segura y siempre es posible hacerla. Los sentimientos, en cambio, aunque sean nobles, son siempre inciertos: van y vienen, nos abandonan y regresan. No solo eso, también las gracias de la oración son imprevisibles: en algún momento el consuelo abunda, pero en los días más oscuros parecen evaporarse del todo. La oración del corazón es misteriosa y en ciertos momentos se ausenta. La oración de los labios, la que se susurra o se reza en coro, sin embargo, está siempre disponible, y es necesaria como el trabajo manual. El Catecismo afirma: «La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, éste les enseña una oración vocal: el “Padre Nuestro”» (n. 2701). “Enséñanos a rezar”, piden los discípulos a Jesús, y Jesús enseña una oración vocal: el Padre Nuestro. Y en esa oración está todo.
Todos deberíamos tener la humildad de ciertos ancianos que, en la iglesia, quizá porque su oído ya no está bien, recitan a media voz las oraciones que aprendieron de niños, llenando el templo de susurros. Esa oración no molesta el silencio, sino que manifiesta la fidelidad al deber de la oración, practicada durante toda la vida, sin que nunca falte. Estos orantes de la oración humilde son a menudo los grandes intercesores de las parroquias: son los robles que cada año extienden sus ramas, para dar sombra al mayor número de personas. Solo Dios sabe cuánto y cuándo su corazón está unido a esas oraciones rezadas: seguramente también esas personas han tenido que afrontar noches y momentos de vacío. Pero a la oración vocal se puede ser siempre fiel. Es como un ancla: aferrarse a la cuerda para quedarse ahí, fiel, pase lo que pase.
Todos tenemos que aprender de la constancia de aquel peregrino ruso, del que habla una célebre obra de espiritualidad, que aprendió el arte de la oración repitiendo infinitas veces la misma invocación: “¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de nosotros, pecadores!” (cfr. CIC, 2616; 2667). Sólo repetía eso. Si llegan gracias a su vida, si la oración se hace un día suficientemente caliente como para percibir la presencia del Reino aquí entre nosotros, si su mirada se transforma hasta ser como la de un niño, es porque ha insistido en el rezo de una sencilla jaculatoria cristiana. Al final, esta se convierte en parte de su respiración. Es bonita la historia del peregrino ruso: es un libro al alcance de todos. Os aconsejo leerlo: os ayudará a entender qué es la oración vocal.
Por tanto, no debemos despreciar la oración vocal. Alguno dice: “Es cosa de niños, para gente ignorante; yo estoy buscando la oración mental, la meditación, el vacío interior para que venga Dios”. Por favor, no hay que caer en la soberbia de despreciar la oración vocal. Es la oración de los sencillos, la que nos enseñó Jesús: Padre nuestro, que está en los cielos… Las palabras que pronunciamos nos toman de la mano; en algunos momentos devuelven el sabor, sacuden hasta el corazón más adormecido; despiertan sentimientos de los que habíamos perdido memoria, y nos llevan de la mano a la experiencia de Dios. Y sobre todo son las únicas, de forma segura, que dirigen a Dios las preguntas que Él quiere escuchar. Jesús no nos ha dejado en la niebla. Nos ha dicho: “¡Vosotros, cuando recéis, decid así!”. Y enseñó la oración del Padre Nuestro (cfr. Mt 6,9).
Me alegra saludar a las personas de lengua francesa. Que nuestras palabras, nuestros cantos y nuestras invocaciones se conviertan en alabanza, acción de gracias y adoración a nuestro Dios, en vista de una mayor fecundidad de nuestra vida. ¡A todos, mi bendición!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. En la alegría de Cristo resucitado, invoco el amor misericordioso de Dios nuestro Padre sobre vosotros y vuestras familias. ¡El Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los hermanos y hermanas de lengua alemana. La oración vocal nos ayuda a ser fieles y constantes al rezar, especialmente cuando vivimos momentos de vacío. Que el Espíritu Santo nos guíe en la oración y en la vida según la palabra de Dios.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Pidamos al Señor Jesús, Palabra hecha carne, que nos enseñe a rezar como enseñó a sus discípulos, para que, con la ayuda del Espíritu Santo, permanezcamos fieles a la oración toda nuestra vida, y sepamos hacer concordar nuestras palabras con las intenciones de nuestro corazón. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua portuguesa. Os invito a no abandonar las sencillas oraciones que aprendimos de niños en nuestra familia y que conservamos en la memoria y en el corazón. Son vías seguras de acceso al corazón del Padre. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. No nos asustemos si las gracias de la oración parecen haberse desvanecido en un momento de oscuridad, sino que insistamos en rezar incluso una simple jaculatoria cristiana, para que se convierta en parte de nuestro aliento que nos haga percibir la presencia del Reino de Dios, aquí, en medio de nosotros. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. Pasado mañana celebraréis la solemnidad de San Adalberto, obispo y mártir, patrón de Polonia. Hombre de profunda fe, oración y fortaleza, su martirio se convirtió en el fundamento de la identidad de la Iglesia en Polonia. Que él obtenga para vosotros, de Dios, la valentía en la fe y el crecimiento humano, social y espiritual de vuestra patria. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Que el tiempo pascual que estamos viviendo favorezca en vosotros el renacimiento en el Espíritu Santo, para vivir una vida nueva, llena de amor y entusiasmo.
Finalmente, como de costumbre, pienso en los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. En este período pascual, que nos invita a meditar sobre el misterio de la Resurrección de Cristo, que la gloria del Señor sea fuente de nuevas energías para todos en el camino de la salvación. ¡Mi bendición para todos!
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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