‘Mostrar incesante y vivo interés, solicitud o amor por alguien o algo’
Entre nacer y morir la vida escribe nuestra historia personal. Puntos de partida y llegada. Trayectoria marcada por los mil y un avatares de la existencia. Habitamos en un mundo de multitudes en el que somos únicos e irrepetibles.Nuestro valor es extraordinario, tanto que sobrepasa la mente humana cuando se obceca en discurrir a ras de tierra. Hemos sido elegidos por Dios desde la eternidad para llevarnos al Cielo… eso sí, cuando Él quiera, no cuando lo determinen leyes que ignoran el primigenio derecho a la vida desde su comienzo hasta la muerte natural. Un recorrido que todos queremos hacer en las mejores condiciones y especialmente junto a nuestros seres queridos. Conculcar ese derecho por intereses que vulneran impunemente los fundamentos éticos, es llevar a la sociedad a una degradación humanitaria de gravísimas consecuencias. El sufrimiento es inherente a la condición humana, como lo es el intentar disminuirlo y hacerlo más llevadero. Son muchos los medios que existen para ello, pero no siempre al alcance de cualquiera. De ahí, la necesidad imperiosa de fortalecer los cuidados paliativos.La eutanasia justifica lo injustificable y aboca a un precipicio de muerte a las personas más vulnerables. Es como quitar de en medio al que estorba. Muerte a domicilio, a la carta. La vida desechable, de usar y tirar, cosificada. Y así, no. Indudablemente, el sufrimiento sin más no es atractivo para nadie, pero la vida de una persona no puede convertirse en moneda de cambio en un mercado sin valores. Quiénes ya hemos cumplido unas cuantas decenas de años,tenemos en nuestro haber la experiencia de cómo junto a una buena atención médica, el estar junto al que sufre, la comprensión y el cariño palían el dolor, lo hacen más soportable y llevadero. Nadie quiere morirse si está rodeado de personas queridas.No estar solo, no sentirse un estorbo, seguir esperanzados a pesar de las limitaciones y el sufrimiento es condición sine qua non. Hace un par de años murió un buen amigo a causa de la ELA. Rodeado de su familia y amigos, jamás se quejó. Sonreía al tiempo que nos decía: ‘No puedo abrazar, pero sí recibir abrazos’.Hoy, más que nunca, tenemos que abrazar la vida. Es cuestión de desvivirse.