Cuando pase bajo el balcón de la casa de mi abuela sentiré que faltan muchos en ese balcón
El año pasado el confinamiento nos cogió por sorpresa, pero ahora estamos preparados, listos, ya. Este Domingo de Ramos será el segundo de mi vida, desde los seis años, en que no salga en procesión acompañando a Nuestra Señora de la Amargura y al Cristo de la Flagelación, pero no será el segundo en que yo no salga, qué va, aunque sea solo o sólo con mis hijos. Quiero decir que, aunque los pasos no salgan, vamos a hacer, por nuestra cuenta y riesgo, el mismo itinerario.
Paradójicamente, para mantener el anonimato iré sin túnica blanca ni capirote ni capa negra. Aunque me pienso poner un jersey como el carbón y una camisa muy blanca. Cirios no llevaremos otros que nuestros corazones encendidos. Andaremos mucho más rápido que en una salida procesional como Dios manda, porque no tendremos, ay, que acomodar nuestro paso al sagrado, sentido, sensitivo y sufrido de los costaleros. Calculo, sin embargo, que me dará tiempo a rezar las cuatro partes de un rosario, justo lo mismo que en la procesión, porque en ella, entre los niños pidiendo cera, los empujones de las bullas y la incomodidad de acomodarse el velillo, uno va muy entretenido. Pensaré en el alma de los que me cruce como en la procesión pienso en el alma de entre los que cruzo.
Las imágenes del Cristo y de la Virgen las veré casi igual, porque los penitentes apenas las podemos atisbar de lejos a la vuelta de alguna esquina. Ahora aparecerán en cualquier rincón, a golpe de memoria. Y del mismo modo que, a partir de cierta altura y cierta hora, uno ya está deseando recogerse, estaremos deseando regresar a la iglesia para reencontrarnos con las imágenes que hemos llevado por las calles de nuestro pueblo sobre los hombros de la nostalgia, jamás de la resignación.
Cuando pase bajo el balcón de la casa de mi abuela, miraré hacia arriba y sentiré lo de todos los años, pero un poco más: que faltan muchos en ese balcón. Aunque esta vez pensaré que, como también faltan los que sí están, todas las ausencias son relativas, temporales, circunstanciales.
No sé si encontraré algo de incienso, ni si tendremos el valor de quemarlo y de poner en el móvil la marcha "Campanilleros" ni de apretar un puñado de pétalos de rosa a nuestro paso por la calle Cielo para que todos nuestros sentidos participen también. La procesión ya fue por dentro el año pasado. Que este año vaya por fuera −aunque sea por lo civil− está en nuestra mano.