Entrevista al profesor italiano de filología patrística y periodista, anterior director responsable de ‘L’Osservatore Romano’
Giovanni María Vian es catedrático de la Universidad de La Sapienza (Roma), filólogo, escritor y periodista desde hace 48 años. Fue el director de ‘L’Osservatore Romano’ entre 2007 y 2018. Es un testigo privilegiado de la transición entre Benedicto XVI y Francisco, y un experto en historia del papado y de la Iglesia contemporánea.
Un Leonardo Da Vinci de humanismo versátil con asiento en La Sapienza. Sabiduría sin estridencias. Conocimiento, reposo, background, juicio sereno e incienso realista. Giovanni Maria Vian ha sido el director más aplaudido de la historia contemporánea de L’Osservatore Romano, el diario editado por los papas desde 1861. Experto en Pablo VI y Juan Pablo I. Periodista con Juan Pablo II. Director del periódico vaticano con Benedicto XVI y con Francisco. Testigo privilegiado de la historia reciente de la Iglesia católica, pero en serio, no como los guionistas de Netflix. O como parla Sorrentino. Cree que el papado pierde influencia en un mundo secularizado que, por otra parte, acude más a las iglesias para buscar paz justo cuando arrecian las pandemias. Propone aprovechar el via crucis de este virus para replantear aspectos formales que ubiquen mejor a la Iglesia en el siglo XXI en punto, incluida su comunicación institucional. Aplaude que el mensaje católico sobre derechos humanos, igualdad de la mujer e inmigración han cuajado hasta el fondo entre los patrimonios de la humanidad.
Inauguramos la primavera precisamente en Roma. Un día espléndido. Un sol magnífico. A quince minutos a pie desde San Pedro vive Giovanni Maria Vian, un todoterreno del Vaticano sin control remoto. Barrio Della Vittoria. Piazza Mazzini. Pared con pared con Prati, casi rozando el Tíber. Una maravilla. Por esta ribera de historia y humanismo silbamos con Antonello Venditti su Roma Capoccia.
Hora del campari con un ilustrado que lleva medio siglo en la Universidad de La Sapienza, hoy, como catedrático de Filología patrística: literatura cristiana antigua, para entendernos. Vian sobre fondo de libros leídos un año antes de que pique la jubilación.
Il cavaliere es periodista por la vía de los hechos desde hace 48 años, y todavía escribe con causa de vez en cuando en las páginas de El País. Dos años después de la fumata bianca, Benedicto XVI le nombró director de L’Osservatore Romano, el vespertino distribuido en más de 130 países con el sello del papa. Fue el décimo director de la historia de este “periódico diario político-religioso”, y una especie de premio gordo para sus anales desde 2007 hasta 2018.
Ahora investiga y escribe. Remata una obra coral sobre Juan Pablo I −Albino Luciani, el sumo pontífice que murió a los 33 días de su elección−, que “seguramente sea beatificado el año que viene”. También teclea con sapienza sobre los evangelios apócrifos, “la Biblia que no ha sido escrita por Dios”.
Asoman los ramos y las palmas. Huele a Semana Santa. Hay restos fósiles de gel hidroalcohólico en las pilas de agua bendita de medio universo. Paños morados, crucificados en el primer plano de los presbiterios, la Pasión de una pandemia en bucle llena de calvarios, y las ansias de resurrección.
Sabe a ocres, a Bernini, a buena gente, a incienso mate y a buon pomeriggio.
¿Cómo ve al Papa Francisco de cara a la segunda Semana Santa más apocalíptica de nuestras vidas?
Desde que arrancó la pandemia él mismo ha dicho varias veces que esta situación la lleva mal, porque se ve enjaulado. Se le nota que le falta el contacto con la gente. Mi impresión es que el papa es consciente de que esto va para largo. Nos enfrentamos a otra Semana Santa y otra Pascua difíciles para él, y para todo el mundo.
Usted conoce bien la historia de los papas. ¿Este pontificado llevará el sello de la pandemia para siempre? ¿El coronavirus ha cambiado en algo el papado?
La pandemia ha cambiado mucho la actividad del papa. El papado del último medio siglo, desde Pablo VI, era muy itinerante, y ahora se han frenado en seco los viajes por la crisis de salud pública que padecemos en los cinco continentes. La pasión de Juan Pablo II por estar físicamente cerca del mundo entero es conocida, y quizás la describa bien un chiste que circulaba por la curia, un terreno muy fértil en chismes de este estilo: “¿Qué diferencia hay entre Dios y Juan Pablo II? Que Dios está en todas partes, como dice el catecismo, y Juan Pablo II ya estuvo…”. Esta manera de ejercer el poder papal ha cambiado por completo en poco tiempo. El futuro es incierto. Quizás sea un buen momento para que Francisco, o su sucesor, revise el estilo de esos viajes. La presencia del papa en cualquier parte del mundo es normalmente muy apreciada, en primer lugar, por los católicos de allí, pero es posible que sean viajes con esquemas muy repetitivos. Habría que dar con la tecla para que vuelvan a ser viajes que propicien encuentros más cercanos, más ágiles, con un punto menos de imponencia y oficialidad.
Además de los viajes, ¿la pandemia servirá para repensar otros cambios formales?
Muchas cuestiones formales relacionadas con el Vaticano tendrán que cambiar. El papado tiene la oportunidad de aprovechar esta pausa para repensar su manera de estar presente en el mundo. Percibo esa necesidad, aunque concretarla es más difícil: hace falta intensificar las conexiones de Roma con las iglesias que preside “en la caridad”, como decía Ignacio de Antioquia a comienzos del siglo II, y, al mismo tiempo, cambiar algunas formas de los últimos siglos, porque el mundo ha cambiado mucho. La pandemia ha evidenciado nuestros límites, los límites de las instituciones y de algunas realidades de una manera impresionante. Si se confirma que esta será la primera pandemia de otras, como dicen los científicos, habrá que diseñar el futuro del pontificado más acorde con las claves de nuestro tiempo.
¿Cómo ve la opinión pública estos ocho años del pontificado de Francisco?
No es fácil testar la opinión pública sobre el papa desde Roma y desde Italia, porque aquí tenemos una costumbre de cercanía, incluso, a veces, de un cierto tedio. Roma y los romanos lo han visto todo y ya casi no hacen caso a nada. La presencia del papa forma parte de nuestro paisaje, aunque es cierto que esa relevancia pública ha disminuido con la secularización. En otros países europeos, en mitad de una creciente descristianización, se percibe que Francisco está siendo escuchado en ambientes donde antes era impensable que llegara la voz de un Romano Pontífice. El papa ha simplificado mucho su comunicación y el mensaje tradicional ya no trasciende. Por ejemplo: cuando predica una homilía puramente religiosa, la mayoría de los medios de comunicación no muestran ningún interés por sus palabras. A Francisco le ha tocado vivir un momento de la historia en el que comunicar es más fácil, porque existen más recursos y más vías, pero, a la vez, es mucho más difícil, porque hay que saber manejar bien muchos frentes diversos. Lo que está claro es que la comunicación institucional no se improvisa y cada vez hay que estudiarla mejor.
¿Baja la influencia del papa en el mundo?
Creo que se ha reducido la influencia del papa en el mundo, así como la del cristianismo y las demás religiones. Por otra parte, hay que reconocer que muchos contenidos del mensaje cristiano han sido asimilados por la sociedad, y eso es una gran noticia. Pienso, por ejemplo, en el gran avance de los derechos humanos, o en la igualdad de la mujer: una aportación magnífica del cristianismo a la civilización humana que no se percibe, muchas veces por culpa de la estructura institucional de la Iglesia, porque las mujeres siguen estando totalmente apartadas, a pesar de las palabras, algunos nombramientos y más de un signo de buena voluntad. Falta muchísimo para avanzar en este campo.
¿Roma pierde influencia como capital del Occidente humanista?
Sí, porque ha perdido influencia Europa, que no ha sabido aprovechar su gran historia. Los papas lo han repetido en bastantes ocasiones, al menos desde Pío XII. La historia de Europa tiene sus luces y sus sombras −quizás más luces que sombras−, pero ahora la Unión Europea parece obsesionada solo con aspectos materialistas −económicos, financieros…−, cuando debería esforzarse en paralelo por subrayar sus raíces y sus ideales, que suman las aportaciones grecorromanas, judeocristianas, e incluso las de otros mundos, como el musulmán, que también ha enriquecido mucho al viejo continente. De todas formas, la fascinación por Roma y lo que representa sigue vigente, también en mundos lejanos, como el islam. En China están estudiando cada vez más el Derecho Romano. Roma sigue siendo única. La Universidad de La Sapienza, en la que trabajo, sigue en lo alto del podio mundial en estudios humanísticos.
Dirigió L'Osservatore Romano entre 2007 y 2018. Le tocó cubrir desde allí la renuncia de Benedicto XVI y la llegada de Francisco. ¿Cómo lee ahora aquellos acontecimientos?
Desde el punto de vista histórico todavía es pronto para tener una mirada completa, pero es indudable que fueron acontecimientos históricos y de eso hubo conciencia inmediata. No se daba una renuncia del papa desde hacía más de seis siglos, y, desde luego, nunca vimos una renuncia tan serena. Quizás dentro de un siglo veamos todo de manera diferente.
Por lo que conozco a Benedicto XVI desde que era Ratzinger, estoy convencido de que hay que confiar en las razones que esgrimió en su momento, porque él siempre ha sido muy franco. Nos dijo que renunciaba ante la imposibilidad de llevar a cabo su ministerio de la manera que consideraba necesaria. Se sentía con dificultades para continuar después de su estancia en México y Cuba. Le costó casi un mes reponerse de aquel viaje, y pienso que le angustiaba la perspectiva de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro del verano de 2013. Sinceramente no se veía con fuerzas y esa fue la causa mayor de su renuncia en medio de un contexto vaticano ciertamente crítico. Habría sido el papa más longevo de la historia, pero consideró que no era capaz de darse todo lo que quería y debía. Se fue sabiendo que hizo todo lo que había podido, aunque todavía perviven hoy forofos de Ratzinger que, con una actitud mezquina, no le perdonan aquel paso a un lado.
¿Fanatismo?
Digamos que son actitudes centradas en intereses personales: iban a perder la influencia y los puestos que tenían… Él ya había adelantado una posible renuncia en La luz del mundo. Yo me enteré un poco antes de aquel paso, porque era el director de L'Osservatore Romano, y me impresionó, pero no me extrañó. Claramente, tenía conciencia de no poder más. Yo creo que Benedicto XVI hizo bien en renunciar. Ya tendremos tiempo más adelante para evaluar su pontificado, porque también él, como todos los papas, ha tenido sus aciertos y sus errores en el gobierno.
¿Qué tiene de ejemplar para los dirigentes del mundo la convivencia entre Francisco y Ratzinger?
Es una convivencia buena, con los lógicos problemas normales que se derivan de caracteres y culturas muy diferentes, y que son fáciles de detectar. Los dos están siendo ejemplares algo que, por otra parte, se espera especialmente de dos papas. Como historiador, sin embargo, no mitificaría mucho: tendría que ser normal que dos cristianos se entiendan y sean ejemplares para el resto del mundo.
El historiador inglés Eamon Duffy escribió una breve y brillante historia del papado que se llama Santos y pecadores. En esa correlación se explica todo. En la primera entrevista que ofreció Francisco a La Civiltà Cattolica le preguntó Antonio Spadaro: “¿Quién es Jorge Mario Bergoglio?”. Y él respondió: “No sé cuál puede ser la respuesta exacta… Yo soy un pecador. Esta es la definición más exacta. Y no se trata de un modo de hablar o un género literario. Soy un pecador”. Benedicto XVI ofreció desde el principio su fidelidad incondicional, y Francisco profesa una auténtica admiración por el papa emérito. Y todo eso, a pesar de que tienen visiones diferentes sobre muchas cosas, hace que la convivencia sea una referencia constructiva evidente.
¿Hay algo de verdad en ‘Los dos papas’ de Netflix?
Nada. La película traza dos perfiles estereotipados y convierte a los dos papas en simples caricaturas. Es parte de la propaganda papal actual, que no le beneficia en nada a Francisco. El film de Fernando Meirelles es muy injusto, sobre todo para Benedicto XVI. Esa propaganda de los cortesanos la destaca Sorrentino. Su segunda serie, The New Pope, es apasionante, muchas veces paradójica, en algunos momentos roza la pornografía, e incluye una sátira feroz contra Francisco que nadie ha hecho notar. Los cortesanos siempre han existido en la Santa Sede. El mismo Papa Francisco dice que el Vaticano es la última corte de Europa… Así que, no hay que asombrarse…
¿Cómo está Joseph Ratzinger?
Tengo noticias fundadas de que está bien. Va a cumplir 94 años, pero cada día sale a dar un pequeño paseo con andador por los jardines vaticanos mientras reza el rosario frente a una reproducción de la gruta de la Virgen de Lourdes. Sufrió un gran bajón físico tras el viaje que hizo a Ratisbona en junio de 2020, cuando fue a despedirse de su hermano, pero se ha recuperado. Hace unos días vimos una fotografía suya y se le ve frágil, pero relativamente bien para la edad que tiene. La cabeza le funciona estupendamente.
¿Hacer información vaticana puede ser un obstáculo para la fe?
La pone a prueba muy seriamente… Pero también es un desafío fascinante. Para mí ha sido un privilegio haber contribuido con mi trabajo a reflejar, como he podido, la labor y las enseñanzas de los dos últimos papas, así como de la Iglesia católica en todo el mundo. Estoy contento con mi etapa en el Vaticano, que ha sido una experiencia muy positiva.
Después de ver y oír todo lo que ha visto y oído, ¿cómo explica la Iglesia a las personas que creen en Dios, pero no en la jerarquía?
Explicando sencillamente que esto siempre ha sido así... En el Nuevo Testamento ya queda claro que las columnas sobre las que Jesús funda la Iglesia no eran hombres impecables y ejemplares en todo. Calixto fue obispo de Roma en el siglo III, tradicionalmente santo, aunque quizás no lo fuera tanto... En medio de una situación turbulenta, difundió una imagen que me parece acertada: que la Iglesia está anunciada en la Biblia por la figura del Arca de Noé, en la que había animales puros, y animales impuros, según las leyes judías. Eso es la Iglesia: santos y pecadores.
La realidad de los abusos sexuales contra menores que se está destapado desde hace unos veinte años es terrible. Es realmente intolerable. Una pena. Pero tampoco es una novedad. En el Libro de Gomorra escrito por san Pedro Damián [en 1051] se pinta un cuadro sobre la vida de la Iglesia relacionado con estos aspectos de la moral sexual muy parecido a los peores episodios contemporáneos. Estamos en un momento en el que todos los cristianos debemos pensar seriamente en un proceso de autoconciencia y de purificación. Hay que enfrentarse a los desvaríos con valentía. Francisco está criticando mucho el clericalismo, que es una plaga terrible. Mirando esta crisis de las vocaciones que vive la Iglesia, podemos decir que es un hándicap que ayudará a solucionar el problema. Quizás ha llegado el momento de cambiar los seminarios, la formación del clero… En eso, creo, será clave el papel de la mujer. La Iglesia no se puede permitir el lujo de tener a las mujeres tan lejos de su vida ordinaria.
¿España pinta algo en el Vaticano?
Hay un español al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Luis Francisco Ladaria. Hace unos días el papa nombró secretaria de la Pontificia Comisión Bíblica a la religiosa española Nuria Calduch-Benages, catedrática y excelente investigadora. Y al agustino Luis Marín, subsecretario del Sínodo. Por su parte, Margarita Bofarull y Daniel Arasa son nuevos miembros de la Pontificia Academia para la Vida y del Dicasterio para la Comunicación, respectivamente. Aunque no están en primera línea, se mantiene una presencia importante de españoles en la curia y entre los diplomáticos.
Más que en la estructura, me pregunto si el Vaticano sigue teniendo en cuenta a la “católica España”, o cada vez menos.
El papa tiene mucho interés en España, a la que conoce desde hace tiempo, y desde donde le llega una amplia información de fuentes diferentes. ¿Cómo se ve España desde la Santa Sede? Se considera un país importante, también porque es una puerta al mundo hispanoparlante. Casi la mitad de los católicos del mundo hablan español, así que existe una conciencia clara de que la nación española sigue teniendo un peso relevante, más allá de que se observe la secularización importante que sufre el país. Desde Roma se nota como un resurgimiento de lo que se llamó “las dos Españas”. La presencia de los católicos en España es destacada, y esperemos que no se desanimen en su camino hacia la unidad.
¿Preocupa en la Santa Sede la identificación de la ultraderecha con el catolicismo en España?
Sí, esto preocupa en la Santa Sede, porque reducir el catolicismo a una vía política, da igual si de derechas, de izquierdas, o de centro, siempre es peligroso. Esas identificaciones suelen suponer un desastre. La política no debe utilizar la religión y, lógicamente, tampoco debe aplastarla. Al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios. Con equilibrio.
¿Nunca le han propuesto ser el Navarro-Valls del Vaticano?
¡Nunca! No sé si hubiera sido capaz, aunque se presuponga una gracia de estado para ese tipo de encargos… Seguramente gocé de ella cuando dirigí L’Osservatore Romano. Nunca me han propuesto ser un Joaquín Navarro-Valls, y nunca he querido hacer más que lo se me confió.
¿Cómo ve la comunicación institucional de la Santa Sede?
Hoy, como antes, se pueden mejorar muchas cosas. No es una respuesta diplomática. Sigue siendo un reto encontrar la forma adecuada de comunicar la Iglesia para que sea más comprensible y menos autorreferencial. Esa es la manera de ayudar más al papa y a la Iglesia a estar más presentes, porque existe el riesgo de desaparecer del mapa del interés informativo. Todavía hay que avanzar en hacerse entender sin jergas eclesiásticas...
¿Cómo ve el trabajo de los periodistas españoles en la Santa Sede?
De 0 a 10, les pondría un 8. Existen profesionales excelentes, y no solo los que están acreditados aquí. No diré nombres, pero tenéis corresponsales estupendos y compañeros que trabajan desde España que lo están haciendo muy bien. La calidad de la información es muy buena, incluso mejor que la de los periodistas italianos actuales. La información italiana sobre el Vaticano tiene muchas deficiencias, lamentablemente.
¿Cuál es su percepción de la curia romana? ¿Si usted fuera el responsable de Recursos Humanos de la Santa Sede echaría de sus puestos a algunos jerarcas aburguesados, o eso es un mito?
La curia ha sido criticada desde la Edad Media, y con razón. ¿Cómo es la curia ahora? La conozco bastante, por razones familiares, académicas, profesionales… Tengo que reconocer que en los once años que estuve dentro del Vaticano me encontré con una situación bastante mejor de la que me imaginaba. Eso sí, tengo la impresión de que el nivel cultural y humano de sus miembros ha bajado mucho en los últimos años. Igual es porque me estoy haciendo viejo… Creo que la decadencia cultural general existe, también aquí. Y compruebo casi a diario que la curia es, además, más autorreferencial que antes.
El Papa Francisco a veces golpea duro a la curia, como para ponerles las pilas del alma…
Sí. Razones tiene. Pablo VI fue el papa que más ha reformado la curia. A los tres meses de su elección dirigió un gran discurso a sus miembros diciendo que debía reformarse a sí misma. Pidió su colaboración para ese cambio, y yo creo que eso es imprescindible. Hay flujos externos que son dañinos. Un economista italiano de izquierdas escribió hace años un artículo sobre las reformas económicas y financieras vaticanas en el que decía que el problema no era el influjo negativo del Vaticano sobre Italia, sino al revés. Muchas degeneraciones de la vida política y económica italiana se reproducen en el Vaticano y, por lo tanto, en la curia. La vía maestra es la que vio el Concilio Vaticano II y empezó a impulsar Pablo VI: la internacionalización real, y una dinámica más eficaz entre las diferentes iglesias del mundo y la curia. Hay que buscar mejor los perfiles adecuados para el gobierno de la Iglesia, porque la diferencia siempre está en las personas.
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