¿Por qué la relación entre los sexos se ha basado en la dominación y no en la reciprocidad?
Los planteamientos de Edith Stein y Simone de Beauvoir, a pesar de sus profundas diferencias, coinciden en proponer un feminismo de la reciprocidad fundado en el reconocimiento de que tanto las mujeres como los varones son personas. Para Stein la reciprocidad se construye a partir de la diferencia de los sexos; en tanto que para Beauvoir ésta sólo será posible en el horizonte de la igualdad. Sin embargo, más allá de las disidencias, las dos filósofas coinciden en sostener que la raíz de la subordinación femenina ha sido el regateo de su humanidad.
Las propuestas de las autoras han partido de una interrogante en común a la que cada una responde de forma distinta, una pregunta fundamental dentro de los estudios sobre las mujeres que hace visible una problemática compleja: ¿Por qué la relación entre los sexos se ha basado en la dominación y no en la reciprocidad? Desde esta pregunta, el problema sin nombre y sin rostro, lo invisible que, no obstante, se encuentra por todas partes, aparece como evidente. Concebidas como el otro sexo, el segundo, las mujeres han sido consideradas como seres humanos disminuidos ante la plena humanidad de los varones. Todas las ciencias, con la filosofía a la cabeza, han contribuido a dar forma a esa Otra absoluta que es La Mujer. Pero es también a través de la filosofía, entendida como praxis liberadora y búsqueda de los fundamentos últimos, que tal pregunta ha sido planteada. Stein y Beauvoir consideran que la problemática feminista constituye una reflexión de carácter filosófico que viene a poner en cuestión el concepto, los métodos y el sentido de la propia filosofía.
El nombre de Edith Stein, si bien ocupa un lugar secundario en la historia de la filosofía, es desconocido dentro de la teoría feminista. Sin embargo, el estudio de su obra muestra que esta autora es una precursora de los estudios sobre las mujeres dentro de las ciencias del espíritu o ciencias culturales. Puede ser considerada, junto a Max Scheler, la fundadora de la antropología filosófica; además, desarrolló una antropología dual crítica ante la supuesta universalidad del concepto hombre del que las mujeres están excluidas. De acuerdo con ella, el estudio filosófico sobre la estructura de la persona, no puede obviar a las mujeres en la engañosa generalidad de “lo humano”, porque la diferencia de los sexos es un rasgo esencial y no accidental. Por ello, una antropología que no tome en cuenta a las mujeres junto con los varones, será una disciplina mutilada, incapaz de comprender la complejidad de la persona humana.
Como fenomenóloga, Stein se acerca al estudio del cuerpo poniendo entre paréntesis prejuicios, opiniones y saberes establecidos. No acepta que el cuerpo sea “la cárcel del alma”, el “lugar de la impureza”, o una “máquina”. Sus análisis filosóficos la llevan a considerar el cuerpo como el lugar de la expresión del ser espiritual de la persona, donde la diferencia sexual constituye un dato irreductible. Ser persona significa para Stein ser libre y racional, es decir una conciencia encarnada, abierta hacia otras conciencias pero también hacia sí misma. La persona se orienta en el mundo a través de un cuerpo de mujer o de varón, cuyos significados remiten a construcciones sociales, la mayor parte de las veces opresivas para las mujeres. Dentro de la filosofía steiniana, la diferencia de los sexos representa un dato esencial. Stein denuncia el sesgo de género de todas las ciencias, a las que critica su falta de rigor al acercarse al estudio de las mujeres. Sostiene que no se ha abordado la problemática desde la razón sino desde los prejuicios, pues, cuando se trata de hablar sobre las mujeres, los “varones doctos” dejan de lado su intelecto y se abandonan a la irracionalidad de sus entrañas. La autora lamenta no poder echar mano de investigaciones serias y tener que comenzar su trabajo en terra ignota. En sus estudios sobre las mujeres, se enfrenta a la tarea de clarificar conceptos, diseñar métodos y plantear preguntas que la llevan a ensanchar los límites de la filosofía para hacer posible el diálogo fructífero con otros ámbitos científicos y culturales.
Asimismo, señala la necesidad de la interdisciplinariedad como parte fundamental de una metodología apropiada para abordar los estudios sobre las mujeres, lo que constituye una aportación de Edith Stein, como también de Simone de Beauvoir, a la teoría feminista. Según ella, la situación femenina debe ser abordada en toda su complejidad mediante el intercambio de conocimientos entre antropología filosófica, biología, psicología, pedagogía, historia, política, literatura y teología. Para ello, es necesario depurarlas de su lastre androcéntrico, mostrando que su generalidad es engañosa al no incluir a las mujeres o hacerlo a través de imaginarios personales y prejuicios colectivos, lo que ha contribuido a perpetuar la opresión femenina, obstaculizando el cumplimiento efectivo de las conquistas llevadas a cabo por los movimientos feministas.
Stein examina críticamente las imágenes históricas de la mujer construidas a partir del idealismo alemán, el psicoanálisis, y la filosofía heideggeriana; deja al descubierto la misoginia de las diversas opiniones sobre la femineidad expresadas a través de la ideología romántica, de la indiferencia del marxismo ante las problemáticas específicas de las mujeres, del antifeminismo racista del nacionalsocialismo, de la negación de derechos y deberes políticos al colectivo femenino por parte del Estado, así como su exclusión de los rangos eclesiásticos dentro del catolicismo. De acuerdo con la filósofa, las mujeres han sido segregadas de todos los ámbitos culturales a lo largo de la historia; y aunque ella considera que el reconocimiento de la igualdad de derechos entre ambos sexos es imprescindible, piensa que las mujeres son capaces de realizar cualquier trabajo o actividad desde la riqueza de su propia creatividad y no como una imitación de lo masculino. Según Stein, la diferencia sexual es una diferencia ontológica que atañe a la esencia de la persona; sin embargo, la esencia a la que se refiere no es algo fijo e inamovible, sino un conjunto de posibilidades abiertas a la libertad y autenticidad tanto de las mujeres como de los varones. Se nace mujer/varón, pero llegar a serlo en plenitud representa una conquista, porque el ser humano es un proceso y no una realidad terminada.
La filosofía steiniana sobre las mujeres puede considerarse como un esencialismo existencialista y cristiano. Coincide con Beauvoir en afirmar que la esencia de la persona remite a su existencia, pero se separa al acentuar la diferencia de los sexos. Así, mientras para Beauvoir la diferencia femenina ha sido un invento de los hombres con el objetivo de perpetuar su soberanía, Stein está convencida de que, bajo las construcciones socioculturales de lo masculino y lo femenino, existe una dualidad ontológica que puede ser pensada en un sentido positivo. La diferencia defendida por Stein rescata las voces transgresoras de las madres sabias para enriquecer la memoria feminista y alumbrar los senderos forjados por el andar de las mujeres.
Beauvoir, al igual que Stein, comienza sus reflexiones feministas a partir de una propuesta filosófica no hegemónica. Ante el sartrismo, la autora francesa se presenta como una pensadora original que plantea el problema del Segundo Sexo como una cuestión filosófica abierta a la interdisciplinariedad. Simone de Beauvoir fue consecuente con los planteamientos existencialistas al asumirse como filósofa hasta llegar al final de su vida. Durante mucho tiempo se consideró una escritora porque su proyecto se desplegaba en esa dirección, y también porque su concepto de filosofía, en tanto que creación sistemática, era bastante restrictivo. No obstante, después de haber forjado su ser a lo largo de más de setenta años, llegada a la vejez y ante el horizonte de la muerte, podía considerar su obra frente a un nuevo proyecto: verse a sí misma como filósofa, lo que implicaba la transformación de aquello que entendía por filosofía. Su existencialismo adopta una perspectiva propia y se desarrolla en un intercambio recíproco con la filosofía sartriana. Entre sus principales aportaciones a la filosofía y a la teoría feminista se encuentran las categorías de Otra, libertad y situación, el método regresivo progresivo y el develamiento de la autobiografía como praxis liberadora, filosofía encarnada que se vive en compromiso con el mundo.
La biología, el psicoanálisis, el materialismo histórico, la historia, los mitos y la experiencia vivida, muestran que la mujer constituye una construcción histórico-cultural que ha hecho de las mujeres concretas seres humanos de menor rango que los varones. La mujer es la Otra absoluta respecto al hombre, no una semejante ni una compañera en relación de reciprocidad. Diosa, esclava, santa, bruja, siempre es la Otra, un invento masculino que ha contado con la complicidad femenina, pero que también se impone por la fuerza al cerrar a las mujeres toda posibilidad de libertad. Mitificadas, veneradas en el temor, exhibidas como trofeos, intercambiadas como mercancías, o ensalzadas como esposas y madres ejemplares se les ha negado sistemáticamente el reconocimiento de su humanidad.
De acuerdo con Beauvoir, la biología coloca a las mujeres en posición desventajosa. En todas las especies animales el macho es más independiente y aventurero, es siempre el que manda, mientras que las hembras están sujetas a los avatares de la crianza y la reproducción. Todo ello cobra un carácter dramático para la hembra humana: su perspectiva del mundo es menos amplia que la de los varones, su cuerpo es absorbido por las necesidades de la especie, los cambios hormonales generan inestabilidad emocional, las reglas muchas veces son dolorosas, los senos estorban. Sin embargo, la biología no es destino, las mujeres son capaces de sobreponerse a su condición, asumiendo responsabilidades y desempeñando exitosamente la mayor parte de las actividades realizadas por los hombres. Beauvoir vislumbra el sesgo de género que atraviesa a todos los saberes establecidos y aporta categorías que hacen posible el enriquecimiento de la teoría feminista.
Las objeciones de esta autora al psicoanálisis y al materialismo histórico han ejercido una fuerte influencia en los estudios sobre las mujeres. Por un lado, señala que la postura de Freud toma como punto de referencia el enmascaramiento de lo masculino en lo genéricamente humano, dejando de lado una reflexión auténtica sobre las mujeres. La supuesta “envidia del pene” no se refiere a que las niñas se sientan mutiladas en sus cuerpos al compararse con los niños, como sostiene Freud, sino a los privilegios sociales de los que se ven excluidas debido a su género. Además, el psicoanálisis se ancla en el pasado, cae en un determinismo que resta importancia a la libertad y al presente. Por otro lado, al referirse al materialismo histórico afirma que, si bien es cierto que las estructuras económicas influyen en la opresión de las mujeres, la subordinación femenina es anterior al surgimiento de la propiedad privada y subsiste en el socialismo. Coincide con Stein en sospechar del sesgo de género presente en las denominadas filosofías de la sospecha.
Al examinar la historia de las mujeres, Beauvoir se da cuenta que no han tenido historia debido a que se les han puesto todos los obstáculos para impedir su acceso a la trascendencia. La historia, al igual que las leyes y los valores, ha sido escrita por los hombres. Las mujeres, mitad víctimas mitad cómplices, se han adherido al orden establecido, algunas encuentran privilegios en él, otras no tienen opción. Aquéllas que logran sobresalir en la ciencia, las letras o los movimientos sociales, agotadas en la lucha por el reconocimiento de su humanidad, no alcanzan la genialidad si se les compara con los varones que merecen dicho adjetivo. A diferencia de la pensadora alemana, la filósofa francesa no encuentra figuras femeninas geniales dentro de la historia de las mujeres. Resulta significativo que sea Santa Teresa de Ávila, referencia fundamental dentro de la filosofía feminista de Stein, la única a quien Beauvoir se siente tentada a reconocer como genial.
Por lo que se refiere a la maternidad, a pesar de lo distantes de sus planteamientos, Stein y Beauvoir coinciden en algunos aspectos centrales. Ambas rechazan la idea de que el convertirse en madres sea suficiente para colmar a las mujeres. Las dos están convencidas de que el instinto maternal no existe, porque la maternidad es una experiencia humana, que puede ser vivida como un enriquecimiento, pero también como una imposición, dependiendo si es conciente y libremente asumida o no, es decir, si se le concibe como un proyecto humano o como una molestia que justifica una vida parasitaria y aporta algunos beneficios. Al reflexionar sobre la maternidad Stein se refiere a un valor humano que, por encima de la reproducción física, remite al ámbito del espíritu, entendido como trascendencia y apertura, en eso consiste para ella la esencia femenina, que es inseparable de la esencia humana sin más. En el ámbito de la teología, nuestra pensadora devela la maternidad de Dios en la Virgen María y en el Espíritu Santo, quienes constituyen la feminidad divina olvidada ante la concepción de Dios como el Padre. Beauvoir, por su parte, reflexiona sobre la maternidad vivida por las mujeres concretas, afronta la cuestión del aborto en toda su crudeza y denuncia las contradicciones que niegan a la maternidad la posibilidad de convertirse en una experiencia auténticamente humana.
De acuerdo con Alicia Puleo, la propuesta de Simone de Beauvoir se inscribe entre los discursos emancipatorios feministas bastante críticos con la figura de la madre, pero no desvaloriza a la maternidad. Rechaza tanto los discursos del elogio como los discursos del desprecio de la figura materna por considerarlos engaños cuyas consecuencias han sido lamentables, ya que ni el ángel del hogar, ni el demonio del abismo contribuyen a mejorar la situación de las mujeres concretas, antes bien, reafirman un estado de injusticia. No hay en sus planteamientos un rechazo de la maternidad, sino el proyecto de una maternidad más humana, que apunta hacia la trascendencia de madre e hijos/hijas, a su realización como seres humanos, y no a la perpetuación de la infelicidad.
Finalmente, como ya lo he apuntado, la madre sabia que fue Edith Stein junto con la mujer libre encarnada por Beauvoir, a pesar de sus grandes desacuerdos, se encuentran en la aspiración común de constituir un feminismo de la reciprocidad. En Stein se echa de menos un mayor acercamiento a las problemáticas que enfrentan las mujeres ante la maternidad en la dureza de la existencia cotidiana, mientras que en Beauvoir falta el reconocimiento de las obras producidas por el genio femenino, así como una valoración más positiva del cuerpo y la biología de las mujeres. Sin embargo, más allá de los reparos críticos, las aportaciones de ambas filósofas han contribuido al desarrollo de la teoría feminista y los estudios de género, así como a la transformación de la vida concreta de muchas mujeres que, gracias a los esfuerzos de estas transgresoras, hemos conocido una vida más humana.
Georgina Aimé Tapia González, en eprints.ucm.es
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