Su saber repercute en su vivir, porque ella conoce para vivir
Hemos visto a lo largo de todo el artículo la trayectoria tremendamente fuer- te de despliegue personal que realiza Edith Stein para llegar desde una pequeña familia de emigrantes judíos que tienen un negocio de maderas hasta ser la discípula que ayuda al gran filósofo del siglo XX Edmund Husserl a poder compilar sus desarrollos fenomenológicos en forma publicable.
Vemos el esfuerzo continuo intelectual, vital y personal de Edith Stein, para tener ese tremendo desarrollo intelectual que la ha hecho convertirse en un personaje de reconocimiento europeo. La superación de sus crisis a través de la virtud veritativa se realiza en el caso de la filósofa fenomenóloga a través del descubrimiento de la fenomenología y del yo puro, pero esto una vez abandonado el psicologismo, el positivismo y teniendo siempre en cuenta que Stein tiene desde siempre muy clara la influencia del idealismo, pero que no lo sostiene, sino que ella quiere conocer la realidad real y consigue alcanzar la ontología como objeto de sus vivencias.
Cuando Edith Stein estudia, no lo hace para saber y sacarse un título, lo hace para, al saber, poder vivir. Lo que se juega Edith Stein en sus estudios no es un título, un prestigio, una posición o titularse como medio de vida para poder ganar dinero; sino que, lo que se está jugando Edith Stein, es su propia vida. Y aunque pueda parecer exagerado, cuando se profundiza en una autora que es tan especial, se ve como ella remonta desde la subjetividad pura de la conciencia hasta la realidad real, teniendo la suficiente fuerza psíquica y la valentía como para decirle al propio Husserl que no está de acuerdo con él en la dirección que él toma desde el yo puro. Y aún así, Stein sigue ayudándolo, pero haciendo a la vez su propio camino. La gran lucha interior de Edith Stein de trabajo de su propio yo puro en pro de la verdad le hace escalar con una honradez personal hacia sí misma y hacia los demás como si de un iceberg se tratara desde lo más irreductible subjetivamente hablando de sí, su yo puro, hasta el mundo real que puede tocar con sus propias manos. Una persona tan inteligente llena de inquietud, con una capacidad mental tan elevada, puede desequilibrarse si no consigue encajar el resto de su vida y de su ser con esta capacidad suya que le brota de continuo en acto cognoscitivo.
Una “mente pensante” no es un ser humano, sino que una persona con espíritu y cuerpo, en su totalidad, un alguien lleno de vida, ha de tener un equilibrio en sus actos, en donde posiciona su yo puro también, para poder realizar una vida cotidiana, normal, natural, y poder convivir con el resto de sus congéneres. Stein no puede quedar atrapada dentro de su sí misma dudando de todo, este estado es peligroso y puede terminar mal si se prolongase mucho en el tiempo. La fenomenología le trajo la solución.
En la medida en que Edith Stein aprende ella misma, va creciendo en virtu- des conectadas entre sí, es decir, que su saber repercute en su vivir, porque ella conoce para vivir. El conocimiento que adquiere le da luz en sus decisiones y acciones, ella es coherente y lo que aprende lo usa siempre a favor de la verdad. Esto se hace realmente evidente en su trayectoria. De judía infante pasa a agnóstica y atea, después se hace fenomenóloga y descubre un método que le ayuda a aprender la verdad. Desde la fenomenología aprende una gran cantidad de conocimientos, también el mundo de los valores a través del fenomenólogo Max Scheler y esto la conducirá a abrir su mirada hacia la infinitud esencial.
Stein a través del estudio terminará haciéndose católica porque la esen- cialidad de los valores le hace captar vivencias de algo que ella nunca había conocido hasta entonces. Su racionalismo oculto hasta para sí misma, pero imperante, le tenía cerrada a la captación de esa parte de la realidad y el muro cae gracias a la fenomenología. Por último, en su coherencia con su actividad de estudio y trabajo filosófico continuos, Stein se hará carmelita porque a través del tomismo descubre que se puede vivir de muchas maneras y ella preferirá adentrarse en el mundo del Carmelo para ejercer un autodominio en virtudes sobre sí y elevarse por encima de sus estados y crecer hacia lo eterno.
Todo este proceso de autoformación de Edith Stein se basa en la virtud veritativa. Cada persona, única e irrepetible, un ser individual y comunitario a la vez, tiene su propia vida y sus características, y por eso cada uno tiene unas inclinaciones personales. En el caso de Edith Stein, que tiene una capacidad intelectual muy alta, vemos que el proceso de ella es algo que emana de su propia persona porque necesita llenar de conocimiento su mente ya que no deja de pensar y de buscar la verdad dada su propia constitución vital. Stein supera el nihilismo, el racionalismo, el cientificismo, el psicologismo, el historicismo, los materialismos y, en general, todos los frutos de la Ilustración que alzan a la razón moderna como la única forma en la que basar el conocimiento. Ella rompe con todos los prejuicios intelectuales de su época y por eso, haciendo lo mismo en el plano vital, se marcha a la universidad a estudiar siendo una de las mujeres alemanas pioneras en hacerlo y, además, se va de su primera universidad decepcionada por la línea que allí se enseña.
No nos engañemos, el ser humano es un ser complejo y un todo a la vez que se tiene que armonizar para poder vivir. Sus diferentes partes y esferas están todas conectadas entre sí y repercuten unas cosas en otras. Stein conecta la virtud veritativa adquirida mediante el estudio y el trabajo filosófico con quien es ella misma en todo su ser. Stein abandona todo lo que ella no es cuando descubre a través de la virtud veritativa que estaba equivocada. Se autopercibe a través de la virtud de veritativa y con esa nueva luz más madura que profundiza cada vez más en sí, se autopercibe rediseñando su propia identidad a través de esa luz nueva.
Este es el motivo que ha hecho que ella realice una filosofía que es fiable. Frente a la angustia heideggeriana, o de Sartre, que termina camino del suicidio, esta filósofa que acaba en el Carmelo practicando las virtudes como medio de vida, apuesta por el desarrollo vital y el crecimiento personal en pro de lo eterno como fruto de su propio trabajo intelectual y bajo la luz que da sentido de crecimiento personal a su propia vida.
Las obras de Stein son pues el sello de su autoformación, son la marca física, escrita de su propia andadura existencial, son la acuñación de su gran esfuerzo por poder vivir. Como ella misma dice: “Mis trabajos son sólo posos de aquello que me ha ocupado en la vida”. Vemos pues con un guiño final, que si queremos conocer a fondo la propia autoformación de su autora, lo mejor que podemos hacer es leer sus propias obras. Estas son sus piedras angulares, el sedimento de su virtud veritativa, de todo su esfuerzo vital, intelectual, fenomenológico, físico y psíquico.
Las obras de Stein a la luz de su vida son el fruto no de quien trabaja y cobra (ella no consiguió nunca la posición que se merecía ni el sueldo), sino que son la materialización física, cultural, filosófica, vital, tangible, legible y gnoseológicamente productiva, esto es, el fruto de todo el esfuerzo de su propio ser por vivir en la verdad, plasmado para perdurar y ser conocido por sus congéneres en forma de lenguaje. En ningún otro filósofo de actualidad ha brillado tan fuerte como en ella esa pulsión vital por desvelar qué es la verdad para cada día que amanece poder encaminarse libremente a vivir su vida colmada de plenitud. Quien es capaz de dar la vida por algo, es el verdadero testigo de su propia causa y la sangre derramada es el aval de la autenticidad de su acción.
Edith Stein se autoforma en la verdad y encuentra a través de la fenomenología una manera de limpiar su conocimiento de toda plaga de errores que le hacían oscuro poder vivir porque no sabía cómo hacerlo. Esta vuelta intelectual a las cosas mismas es la luz que recibida, depurada y recogida en forma de escritura por Stein, la conducirá a la verdad hasta transformarla en una sabia mujer que al estilo de los héroes griegos superará la muerte de las “cenizas del olvido”. Fallecer en el campo de concentración no pudo disipar la autenticidad de toda su vida. Como una secuela sorpresa de una película, rescatadas de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, tenemos la piedra angular de Edith Stein, sus obras, que la han hecho inmortal porque van selladas con la luz de la verdad de quien ha sido capaz de no sólo morir finalmente por conservar su identidad, sino también de haber hecho de toda su vida una escala de esforzada ascensión intelectual hacia la excelencia académica como plasmación de la veracidad de la vida.