Un cristiano sin Fe y sin Razón, sin Dogma y sin Moral cristianos, nada tiene que transmitir al mundo que cualquier otro hombre con un poco de sentimiento no pueda hacer
Hemos vivido en la Iglesia con un cierto temblor de espíritu estos días de Navidad. Hemos leído: “El pueblo que habita en tinieblas ha visto una gran Luz”. ¿La ha visto de verdad? ¿Hemos transmitido los creyentes en Cristo, Dios y hombre verdadero, esa Luz del Cielo que nos habla del amor de Dios, de arrepentirnos de nuestros pecados, de convertirnos en verdaderos hijos de Dios en Cristo? ¿Hemos abierto los ojos para acercarnos al Niño y a la Vida Eterna, el Cielo; y así no alejarnos nunca de Él, que sería el infierno?
Este es, en mi opinión, el fondo del problema cuando se debate sobre los intelectuales cristianos o cristianos intelectuales, como prefieren algunos.
El debate está abierto, y en mi opinión seguirá abierto en la medida en que los cristianos creyentes seamos conscientes de una cuestión de fondo: la dificultad y, a la vez, la necesidad de no separar las dos formas de conocimiento que todo ser humano tiene: la Fe y la Razón. Si las separamos dividimos al hombre y a los hombres; cada parte se quedará con su verdad, que no será nunca la Verdad.
Esta es una cuestión siempre abierta en el panorama de pensamiento de un intelectual cristiano, o si se prefiere, de un cristiano intelectual, que sea consciente de que Dios ha dejado la creación en nuestras manos, y nos ha dado los instrumentos y las indicaciones para que podamos vivir ese maravilloso encargo.
Las indicaciones son los mandamientos de la ley de Dios −ley natural− y el mandamiento nuevo de Jesucristo −que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado y nos ama; ambos son la base de la Moral. Y los instrumentos son la Fe y la Razón, alimentadas en y con los Sacramentos, y sostenidas en las verdades de la Fe. Así el cristiano que piense, sea más o menos intelectual, se moverá a razonar y hacer lo posible con su vida, para iluminar la vida de las personas, de la sociedad, de las naciones, de los pueblos con la Verdad de la Fe y de la Razón que Jesucristo ha dado al hombre y al mundo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Esta fue y sigue siendo la ímproba tarea que los cristianos −más o menos intelectuales− hemos desarrollado a lo largo de los siglos. Y digo cristianos y no Iglesia, para evitar que por Iglesia muchos entiendan solamente al papa, a obispos, a sacerdotes, a religiosos, a monjas, etc., cuando la tarea de alumbrar el mundo con la luz de Dios, la luz de Cristo, es misión que el Señor nos ha encomendado a todos −hombres y mujeres; laicos y sacerdotes; seglares y religiosos; jóvenes y mayores; casados y solteros−, los que creemos que Jesucristo es Dios, Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero.
Y he escrito “alumbrar” el mundo, no simplemente dialogar con el mundo. Los cristianos hemos evangelizado todas las culturas con las que nos hemos encontrado y lo hemos hecho leyéndoles el Evangelio eterno de Jesucristo y abriendo su cultura a la luz y a las enseñanzas de Jesucristo. Si se pretende leer el Evangelio y mirar “al futuro con espíritu moderno y abrirlo a la cultura moderna” como algunos eclesiásticos y seglares “intelectuales” desean, no se conseguiría otra cosa que su “cristianismo” desapareciera de la faz de la tierra, como hemos podido constatar en buena parte del Occidente desarrollado.
Un cristiano sin Fe y sin Razón, sin Dogma y sin Moral cristianos, nada tiene que transmitir al mundo que cualquier otro hombre con un poco de sentimiento no pueda hacer. Y en subrayar este punto me parece que coinciden los diversos participantes en el intercambio de ideas, más que debate, que se ha abierto.
Torralba señala: “lo que falta es que la maduración en la fe vaya acompañada de la correspondiente profundización existencial e intelectual, es decir, ayudar a los jóvenes a vivir y a pensar por si mismo”.
Brugarolas, hablando de los intelectuales de los primeros siglos, reconoce que “eran conscientes de poseer la única riqueza estrictamente necesaria para construir una cultura cristiana: la fe que fecunda la inteligencia y la caridad, el amor en vertical hacia Dios del que nace el amor horizontal hacia los hombres”.
¿Puede un cristiano intelectual dimitir de su misión, por aquello del “espíritu del siglo” o porque eso de la “moral cristiana” ya no se lleva? Puede, sin duda, pero no debe: dejaría de ser intelectual cristiano, y dejaría de actuar como cristiano.
Por desgracia, esa superficial falta de fe lleva a hablar, en algunos ambientes de la Iglesia, de la conveniencia de separar la “pastoral” de la “doctrina”. La pastoral se convierte entonces en un entretenimiento sin compromiso alguno, en el que todos somos “hermanos” y pretendemos llevarnos bien. Se alimentan algunos sentimientos en el orden social: los pobres, los migrantes, los discapacitados, etc.; y se deja vacía la inteligencia, que ya no se dirige a un Dios Uno y Trino, y no oye hablar de los Misterio de la Fe, ni de la Moral, que son la luz de un mundo en tinieblas.
Arana recoge un hecho que ilustra muy bien esta falta de Fe y de Razón que hace prácticamente imposible la acción de los cristianos intelectuales en la sociedad:
“Un colega mío, catedrático de filosofía de universidad, se ofreció a impartir clases en una catequesis de Confirmación. Muy pronto el responsable de la misma lo llamó a capítulo. “Pero, ¿qué me dicen que estás enseñando a los chavales?” “Pues… los misterios de la Fe: Trinidad, Encarnación, Redención”. “No, no, ¡qué barbaridad! Lo que tienes que enseñarles es que Jesús los ama…”. “Pero, padre, ¿se da cuenta usted que estos chicos ya saben resolver integrales y estudian biología molecular?” Imposible fue que entrara en razón. Mi amigo tuvo que dimitir de su cometido. (seguirá)
Ernesto Juliá, en religion.elconfidencialdigital.com
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