El Santo Padre ha reflexionado durante la Audiencia general de hoy, sobre la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Ha explicado que es una semana importante pues fue una de las intenciones por las que rezó Jesús
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos celebrando la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que concluirá el 25 de enero, fiesta de la conversión del apóstol san Pablo.
Durante estos días, pedimos al Señor el don de la unidad para poder superar las divisiones entre los creyentes en Jesús. Él mismo, antes de la Pasión, rogó al Padre por nosotros, para que seamos uno y el mundo crea. Esto significa que para lograr la unidad no basta sólo nuestro esfuerzo, sino que es sobre todo un don y una gracia que hemos de suplicar al Padre.
Todos necesitamos la unidad, pero vemos que es difícil mantenerla incluso en nosotros mismos. Como san Pablo, también nosotros experimentamos un conflicto entre el bien que deseamos realizar y la inclinación al mal, que nos lleva a hacer lo contrario. Esto nos hace ver que tantas divisiones que nos rodean −en el seno de las familias, las sociedades, los pueblos, e incluso entre los creyentes− se originan en el interior de cada persona. Por eso, la solución a las discordias comienza por pedir a Dios la paz, la reconciliación y la unidad en nuestro propio corazón.
En este tiempo de crisis la oración es aún más necesaria, para que la unidad prevalezca sobre los conflictos. Rezar es luchar por la unidad. Sí, luchar, porque nuestro enemigo, el diablo, es astuto y nos quiere dividir: agranda los errores y los defectos de los demás, siembra discordia, provoca críticas y crea facciones. En cambio, el camino de Dios es otro: nos ama tal como somos, acoge nuestras diferencias y nos impulsa a la comunión con Cristo y los demás.
En esta catequesis me detengo sobre la oración por la unidad de los cristianos. De hecho, la semana que va del 18 al 25 de enero está dedicada en particular a esto, a invocar de Dios el don de la unidad para superar el escándalo de las divisiones entre los creyentes en Jesús. Él, después de la Última Cena, rezó por los suyos, «para que todos sean uno» (Jn 17,21). Es su oración antes de la Pasión, podríamos decir su testamento espiritual. Sin embargo, notamos que el Señor no manda a los discípulos la unidad. Ni siquiera les dio un discurso para motivar su exigencia. No, rezó al Padre por nosotros, para que seamos uno. Esto significa que no bastamos solo nosotros, con nuestras fuerzas, para realizar la unidad. La unidad es sobre todo un don, es una gracia para pedir en la oración.
Cada uno lo necesita. Pues nos damos cuenta de que no somos capaces de conservar la unidad ni siquiera en nosotros mismos. También el apóstol Pablo sentía dentro de sí un conflicto doloroso: querer el bien y verse inclinado al mal (cfr. Rm 7,19). Comprendió así que la raíz de tantas divisiones que hay a nuestro alrededor −entre las personas, en la familia, en la sociedad, entre los pueblos y también entre los creyentes− está dentro de nosotros. El Concilio Vaticano II afirma que «los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre […] Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad» (Gaudium et spes, 10). Por tanto, la solución a las divisiones no es oponerse a alguien, porque la discordia genera otra discordia. El verdadero remedio empieza por pedir a Dios la paz, la reconciliación, la unidad.
Esto vale ante todo para los cristianos: la unidad puede llegar solo como fruto de la oración. Los esfuerzos diplomáticos y los diálogos académicos no bastan. Jesús lo sabía y nos abrió el camino, rezando. Nuestra oración por la unidad es así una humilde pero confiada participación en la oración del Señor, quien prometió que toda oración hecha en su nombre será escuchada por el Padre (cfr. Jn 15,7). En este punto podemos preguntarnos: “¿Yo rezo por la unidad?”. Es la voluntad de Jesús pero, si revisamos las intenciones por las que rezamos, probablemente nos demos cuenta de que hemos rezado poco, quizá nunca, por la unidad de los cristianos. Sin embargo de esa depende la fe en el mundo; el Señor pidió la unidad entre nosotros «para que el mundo crea» (Jn 17,21). El mundo no creerá porque lo convenzamos con buenos argumentos, sino si damos testimonio del amor que nos une y nos hace cercanos a todos.
En este tiempo de graves dificultades es todavía más necesaria la oración para que la unidad prevalezca sobre los conflictos. Es urgente dejar de lado los particularismos para favorecer el bien común, y por eso nuestro buen ejemplo es fundamental: es esencial que los cristianos prosigan el camino hacia la unidad plena, visible. En los últimos decenios, gracias a Dios, se han dado muchos pasos adelante, pero es necesario perseverar en el amor y en la oración, sin desconfianza y sin cansarse. Es un recorrido que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia, en los cristianos y en todos nosotros, y del que ya no volveremos atrás. ¡Siempre adelante!
Rezar significa luchar por la unidad. Sí, luchar, porque nuestro enemigo, el diablo, como dice la palabra misma, es el divisor. Jesús pide la unidad en el Espíritu Santo, hacer unidad. El diablo siempre divide, porque es conveniente para él dividir. Insinúa la división, en todas partes y de todos modos, mientras que el Espíritu Santo hace siempre converger en unidad. El diablo, en general, no nos tienta con la alta teología, sino con las debilidades de nuestros hermanos. Es astuto: engrandece los errores y los defectos de los otros, siembra discordia, provoca la crítica y crea facciones. El camino de Dios es otro: nos toma como somos, nos ama mucho, pero nos quiere como somos y nos toma como somos; nos toma diferentes, nos toma pecadores, y siempre nos impulsa a la unidad. Podemos hacer una comprobación sobre nosotros mismos y preguntarnos si, en los lugares donde vivimos, alimentamos la conflictividad o luchamos por hacer crecer la unidad con los instrumentos que Dios nos ha dado: la oración y el amor. En cambio, alimentar la conflictividad se hace con el chismorreo, siempre, hablando mal de los otros. El chismorreo es el arma que el diablo tiene más a mano para dividir la comunidad cristiana, para dividir a la familia, para dividir a los amigos, para dividir siempre. El Espíritu Santo nos inspira siempre la unidad.
El tema de esta Semana de oración se refiere precisamente al amor: “Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia” (cfr. Jn 15,5-9). La raíz de la comunión es el amor de Cristo, que nos hace superar los prejuicios para ver en el otro a un hermano y a una hermana al que amar siempre. Entonces descubrimos que los cristianos de otras confesiones, con sus tradiciones, con su historia, son dones de Dios, son dones presentes en los territorios de nuestras comunidades diocesanas y parroquiales. Empecemos a rezar por ellos y, cuando sea posible, con ellos. Así aprenderemos a amarlos y a apreciarlos. La oración, recuerda el Concilio, es el alma de todo el movimiento ecuménico (cfr. Unitatis redintegratio, 8). Que sea por tanto la oración el punto de partida para ayudar a Jesús a cumplir su sueño: que todos sean uno.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. En esta semana de oración por la unidad de los cristianos, os invito a rezar por los cristianos de otras confesiones y, cuando sea posible, a rezar con ellos. Así aprenderemos a amarlos y apreciarlos. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. En esta semana de oración por la unidad de los cristianos, pidamos al Padre el don de la plena unidad entre todos los discípulos de Cristo, para la difusión del Evangelio y la salvación del mundo. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría e la paz del Señor Jesús. ¡Dios os bendiga!
Saludo con afecto a los fieles de lengua alemana. Pidamos al Espíritu Santo que nos dé su fuerza en el compromiso por la unidad con Cristo y los hermanos, para ser testigos creíbles de su amor en este mundo. El Señor os bendiga a vosotros y a vuestra familias.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. El lema de esta Semana de oración por la unidad de los cristianos es «Permanezcan en mi amor y darán fruto en abundancia». Pidamos al Señor que este lema se haga vida en nosotros. Recemos por los cristianos de otras confesiones y, si es posible, recemos junto con ellos, para que se cumpla el sueño de Jesús: que todos sean uno. Que Dios los bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. En estos días mi oración va a cuantos sufren por la pandemia, especialmente en Manaus, en el norte de Brasil. Que el Padre Misericordioso os sostenga en este momento difícil. ¡Os bendigo de corazón!
Saludo a los fieles de lengua árabe. La oración es el alma de todo el movimiento ecuménico. Que sea el punto de partida para ayudar a Jesús a realizar su sueño: que todos sean uno. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos. Queridos hermanos y hermanas, en esta semana ecuménica, quiero recordaros lo que San Juan Pablo II dijo durante la visita a Polonia en 1997: “la oración para recuperar la plena unidad es un deber particular nuestro. Es obligado tender intensamente a la reconstrucción de la unidad querida por Cristo, y es obligado rezar por esa unidad: pues es don de la Santísima Trinidad” (Wroclaw, 31-V-1997). Yo también os invito: rezad, y la oración en común sea para vosotros inspiración en la profundización de la recíproca fraternidad. ¡Os bendigo de corazón!
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana, animando a seguir siempre a Cristo con humildad y docilidad, para ser testigos de verdad y de caridad.
Mi pensamiento va finalmente, come de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. En esta Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos os invito a haceros cargo de este problema, rezando para que todos los cristianos acojan la invitación del Señor a la unidad de la fe en la única Iglesia por Él fundada.
Pasado mañana, viernes 22 de enero, entrará en vigor el Tratado para la prohibición de las armas nucleares. Se trata del primer instrumento internacional jurídicamente vinculante que prohíbe explícitamente esas armas, cuyo uso tiene un impacto indiscriminado, afecta en breve tiempo a una gran cantidad de personas y provoca daños al ambiente de larguísima duración. Animo vivamente a todos los Estados y a todas las personas a trabajar con determinación para promover las condiciones necesarias para un mundo sin armas nucleares, contribuyendo al avance de la paz y de la cooperación multilateral, de las que hoy la humanidad tiene tanta necesidad.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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