La Creación nos ha dado una pausa y nos ha dado la posibilidad de descubrir, de nuevo, el asombro. Y con él, la capacidad de resiliencia del hombre
Nieva en España. Y nieva en lugares donde no suele nevar, como la ciudad donde vivo. En estos momentos, delante de mi casa, hay 40 cm de nieve. Y el tejado de la catedral, su torre, a los que se asoman mis balcones, están níveos.
He salido con mi hija a pasear a los perros y la sensación que he tenido es que durante un instante la nieve ha detenido la angustia y preocupación de la gente −y cuando digo gente hablo, en concreto, de adultos− causada por la pandemia, el dolor por los seres queridos que ya no están, la falta de trabajo, el cansancio por las restricciones que se suceden unas tras otras, la vergonzosa actitud de los políticos de uno y otro lado; las personas eran de nuevo niños que se maravillaban ante lo inesperado.
La plaza de la catedral, habitualmente silenciosa en estos últimos meses incluso antes del toque de queda, estaba llena de risas, de adultos que jugaban y disfrutaban.
En el paseo nos hemos cruzado con el que ha sacado los esquíes y paseaba con ellos, las parejas que iban de la mano y se detenían a hacer fotos, los jóvenes −o no tan jóvenes− que se lanzaban bolas de nieve o estaban en el proceso de hacer un muñeco de nieve.
Ha sido como si, de repente, todo se hubiera detenido para que la Creación se abriera camino. Otra cosa estaba sucediendo, interrumpiendo el andar azaroso de este tiempo agotador. La Creación nos ha dado una pausa y nos ha dado la posibilidad de descubrir, de nuevo, el asombro. Y con él, la capacidad de resiliencia del hombre.
Y mientras observaba los árboles y sus ramas cubiertas de nieve brillar bajo la luz de las farolas; mientras oía, asombrada por lo extraño, las risas y las voces llenas de sorpresa, pensaba en Etty Hillesum y su capacidad de asombro, de maravilla en una Amsterdam (y una Holanda) invadida por los nazis en la que a los judíos cada vez les prohibían más cosas: prohibición de entrar en las fruterías, obligación de entregar las bicicletas, prohibición de usar el tranvía, obligación de permanecer en casa después de las ocho de la tarde, prohibición de transitar o pasear por determinados caminos.... Y todo la remitía a Dios.
Esta mañana iba en bicicleta a lo largo del Stadionkade, disfrutando del amplio cielo que había al borde de la ciudad y respirando el aire, fresco y no racionado. Y, en medio de la libre naturaleza, por todas partes letreros en los caminos que les están prohibidos a los judíos. Pero también sobre el único camino que nos queda se encuentra el cielo en su totalidad. No nos pueden hacer nada, realmente no nos pueden hacer nada. Nos pueden fastidiar un poco, nos pueden robar los bienes materiales, también la libertad de movimiento pero, al fin y al cabo, nos mermamos nosotros mismos las fuerzas a causa de nuestra postura. Porque nos sentimos perseguidos, humillados y reprimidos. Por nuestro odio... Es verdad que uno puede estar a veces triste y deprimido por todo lo que nos han hecho; es humano y comprensible. A pesar de eso: el robo más grande contra nosotros lo cometemos nosotros mismos. La vida me parece bonita y me siento libre. El cielo se extiende ampliamente tanto dentro de mí como sobre mí. Creo en Dios y creo en la gente y me atrevo a decirlo sin ninguna vergüenza. La vida es dura, pero eso no es grave... Soy una persona feliz y aprecio esta vida, de verdad, en el año del Señor, aún del Señor, en el año de guerra no sé cuantos.
No importa cuán cansados estemos ante una determinada situación, cuán cabreados estemos por la falta de soluciones reales, cuán desesperanzados por la falta de futuro o perspectivas o lo larga que se nos haga la travesía del desierto... Dios acaba abriéndose camino en nuestros corazones utilizando las personas o los medios más inesperados y haciendo resurgir en el hombre esa capacidad de asombro y resiliencia innatos que, en momentos más duros de los que vivimos ahora, a Etty le hicieron escribir:
Acepto todo de tus manos como venga, Dios. Sé que siempre será bueno. He aprendido que uno puede cambiar todo lo difícil en algo bueno, soportándolo.
El camino, tanto de ida como de vuelta, siempre es complicado. Y a mí me gustaría decir, como escribió Etty: "Una quisiera ser un bálsamo derramado sobre tantas heridas".
Elena Faccia Serrano es traductora y acaba de publicar un libro de poemas, Existe un silencio...