La savia que alimenta esta flamante vida es el amor. Hace que lo impensable sea asequible
Me comentaban de una niña de últimos años de Primaria, muy brillante académicamente, que no entendía nada en clase de religión. Un día la maestra se lo comentó a sus padres extrañada, dado que era lista y trabajadora. Los padres tampoco se lo explicaban, pero en la conversación salió que no la habían bautizado, lo fueron dejando por varios motivos y al final les daba vergüenza acudir al párroco después de tanto tiempo. El caso es que se bautizó y al poco tiempo se produjo un gran cambio: ya lo entendía todo. No es cuestión de magia, ni de sugestión…
El bautismo es un sacramento que nos incorpora a Cristo, nos hace hijos de Dios y nos da la gracia. Nos abre las puertas a una nueva vida, nos comunica una nueva naturaleza. Dios toma posesión de esa alma y la eleva. No solemos ser conscientes de lo que es esa nueva vida que se nos ofrece.
Recuerdo la primera vez que comencé a bucear en una playa del Levante. El mar tenía una tonalidad azul verdosa, ligeramente ondulado por el oleaje, algo monótono, pero al zambullirme fui descubriendo un colorido asombroso, una riqueza de matices, de peces, de vida ¡Era otro mundo que no podía imaginar! Pues más asombrosa es la vida en Dios, la vida de la gracia. Lo que somos capaces de hacer. Es como si nos salieran unas alas con las que, sin apenas esforzarse, nos elevamos a las alturas.
La savia, la sangre que alimenta esta flamante vida es el amor. Energía mucho más eficaz que la nuclear, más limpia que la eólica, más ardiente que la solar. Hace que lo impensable sea asequible: que se perdone a los enemigos, que dure el compromiso de amor, que se llegue virgen al matrimonio, que se atienda con solicitud a los enfermos y ancianos, que seamos honrados. Hay auténticos milagros: basta dejar actuar a Dios.
“Y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y nada más salir del agua vio los cielos abiertos y al Espíritu que, en forma de paloma, descendía sobre él; y se oyó una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me he complacido” Así se nos relata el bautismo de Jesús, y algo parecido le sucede al que acude a ese sacramento. Dios le mira como a hijo, con amor y complacencia. No hay nada más hermoso, que más llene que el sentirse amado, y mucho más por el Amor infinito. Es otro modo de vivir la vida. Algunos apenas vegetan, otros son movidos por las pasiones y otros aman a lo grande.
“El Bautismo es, pues, un renacimiento. Estoy seguro, segurísimo de que todos nosotros recordamos la fecha de nuestro nacimiento: seguro. Pero yo me pregunto, con algo de duda, y os pregunto a vosotros: ¿Cada uno de nosotros recuerda la fecha de su bautismo?... Pero si celebramos el día en que nacimos ¿por qué no celebrar, o por lo menos recordar, el día del renacimiento?” Y seguía diciendo el Papa: “Y no la olvidéis nunca. Y ese día dad gracias al Señor porque es precisamente el día en que Jesús entró en mí, en que el Espíritu Santo entró en mí. ¿Habéis entendido bien los deberes? Todos tenemos que saber la fecha de nuestro bautismo. Es otro cumpleaños: el cumpleaños del renacimiento. No os olvidéis de hacerlo, por favor”.
Este renacimiento no solo nos da un nuevo modo de vivir, también el alimento y la energía para hacerlo. Hay muchos que lo desconocen, es como si te tocará el gordo de la lotería y no te enteraras. Podemos sumergirnos y descubrir un fondo marino maravilloso, o volar en las alturas. Podemos llenar de sentido los quehaceres ordinarios, y mientras trabajamos o estamos con la familia y amigos, somos otro Cristo. Unimos el cielo y la tierra. Con nuestra nueva mirada descubrimos la mano de Dios, la imagen de Dios que hay en el prójimo. Vamos transformando el mundo y lo hacemos amable, lo llenamos de amor.