Este 25 de diciembre son varios los deseos de Navidad del Papa Francisco
Este mediodía el Papa Francisco ha pronunciado su tradicional Mensaje navideño y ha impartido la Bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad y al mundo) desde el Aula de las Bendiciones.
¡Queridos hermanos y hermanas, feliz Navidad!
Quisiera hacer llegar a todos el mensaje que la Iglesia anuncia en esta fiesta, con las palabras del profeta Isaías: «Un niño nos ha nacido, un hijo se os ha dado» (Is 9,5).
Ha nacido un niño: el nacimiento es siempre fuente de esperanza, es vida que brota, es promesa de futuro. Y este Niño, Jesús, ha “nacido por nosotros”: un nosotros sin límites, sin privilegios ni exclusiones. El Niño que la Virgen María dio a luz en Belén ha nacido para todos: es el “hijo” que Dios ha dado a toda la familia humana.
Gracias a este Niño, todos podemos dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, “Papá”. Jesús es el Unigénito; ningún otro conoce al Padre, si no Él. Pero Él vino al mundo precisamente para revelarnos el rostro del Padre celestial. Y así, gracias a este Niño, todos podemos llamarnos y ser realmente hermanos: de todo continente, de cualquier lengua y cultura, con nuestra identidad y diversidad, pero todos hermanos y hermanas.
En este momento histórico, marcado por la crisis ecológica y graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca fraternidad. Y Dios nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no una fraternidad hecha de bonitas palabras, de ideales abstractos, de vagos sentimientos… No. Una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro distinto de mí, de com-padecer sus sufrimientos, de acercarse y cuidarlos aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente de mí pero es mi hermano, es mi hermana. Y esto vale también para las relaciones entre pueblos y naciones: ¡todos hermanos!
En la Navidad celebramos la luz de Cristo que viene al mundo y viene para todos: no solo para algunos. Hoy, en este tiempo de oscuridad e incertidumbres por la pandemia, aparecen diversas luces de esperanza, como el descubrimiento de las vacunas. Pero para que esas luces puedan iluminar y llevar esperanza al mundo entero, deben estar a disposición de todos. No podemos dejar que los nacionalismos cerrados nos impidan vivir como la verdadera familia humana que somos. No podemos tampoco dejar que el virus del individualismo radical nos venza y nos haga vuelva indiferentes al sufrimiento de otros hermanos y hermanas. No puedo ponerme por delante de los demás, poniendo las leyes del mercado y las patentes de invención por encima de las leyes del amor y la salud de la humanidad. Pido a todos, responsables de los Estados, empresas, organismos internacionales, que promuevan la cooperación y no la competencia, y buscar una solución para todos: vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados de todas las regiones del Planeta. ¡En primer lugar, los más vulnerables y necesitados!
Así pues, que el Niño de Belén nos ayude a estar disponibles, generosos y solidarios, especialmente con las personas más frágiles, los enfermos y cuantos en este tiempo se han encontrado sin trabajo o están en graves dificultades por las consecuencias económicas de la pandemia, así como las mujeres que en estos meses de confinamiento han padecido violencia doméstica.
Ante un reto que no conoce fronteras, no se pueden levantar barreras. Estamos todos en la misma barca. Cada persona es mi hermano. En cada uno veo reflejado el rostro de Dios y en cuantos sufren descubro al Señor que pide mi ayuda. Lo veo en el enfermo, en el pobre, en el desocupado, en el marginado, en el emigrante y en el refugiado: ¡todos hermanos y hermanas!
En el día en que el Verbo de Dio se hace niño, volvamos la mirada a los muchos niños que en todo el mundo, especialmente en Siria, en Irak y en Yemen, aún siguen pagando el alto precio de la guerra. Que sus caras remueven las conciencias de los hombres de buena voluntad, para que se afronten las causas de los conflictos y se dediquen con valentía a construir un futuro de paz.
Que este sea el tiempo propicio para para aliviar las tensiones en todo Oriente Medio y el Mediterráneo Oriental.
Que Jesús Niño cure las heridas del querido pueblo sirio, que durante la última década está agotado por la guerra y sus consecuencias, agravadas aún más por la pandemia. Que pueda brindar consuelo al pueblo iraquí y a todos los que están comprometidos en el camino de la reconciliación, especialmente a los yazidies, gravemente afectados por los últimos años de guerra. Que traiga la paz a Libia y permita que la nueva fase de las negociaciones en curso ponga fin a todas las formas de hostilidad en el país.
Que el Niño de Belén dé fraternidad a la tierra que lo vio nacer. Que israelíes y palestinos puedan recuperar la confianza mutua para buscar una paz justa y duradera a través de un diálogo directo, capaz de vencer la violencia y de superar endémicos resentimientos, para mostrar al mundo la belleza de la fraternidad.
Que la estrella que iluminó la noche de Navidad sea guía y ánimo para el pueblo libanés, para que, en las dificultades que atraviesa, con el apoyo de la comunidad internacional no pierda la esperanza. Que el Príncipe de Paz ayude a los líderes del país a dejar de lado intereses particulares y a comprometerse con seriedad, honestidad y transparencia para que el Líbano pueda seguir un camino de reforma y continuar en su vocación de libertad y convivencia pacífica.
Que el Hijo del Altísimo apoye el compromiso de la comunidad internacional y de los países involucrados de continuar el alto el fuego en Nagorno-Karabaj, así como en las regiones orientales de Ucrania, y favorezca el diálogo como único camino que conduce a la paz y la reconciliación.
Que el Divino Niño alivie el sufrimiento de las poblaciones de Burkina Faso, Mali y Níger, golpeadas por una grave crisis humanitaria, en cuya base hay extremismo y conflictos armados, pero también la pandemia y otros desastres naturales; que cese la violencia en Etiopía, donde, debido a los enfrentamientos, muchas personas se ven obligadas a huir; brinde consuelo a los habitantes de la región de Cabo Delgado en el norte de Mozambique, víctimas de la violencia del terrorismo internacional; animar a los líderes de Sudán del Sur, Nigeria y Camerún a continuar el camino de fraternidad y diálogo emprendido.
Que el Verbo Eterno del Padre sea fuente de esperanza para el continente americano, particularmente afectado por el coronavirus, que ha agravado los múltiples sufrimientos que lo oprimen, agravados muchas veces por las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico. Que ayude a superar las recientes tensiones sociales en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano.
Que el Rey del Cielo proteja a las poblaciones asoladas por desastres naturales en el sudeste asiático, particularmente en Filipinas y Vietnam, donde numerosas tormentas han provocado inundaciones con devastadoras repercusiones en las familias que viven en esas tierras, en términos de pérdidas de vidas humanas, daños al medio ambiente y consecuencias para las economías locales.
Y pensando en Asia, no puedo olvidar al pueblo rohingya: que Jesús, nacido pobre entre los pobres, traiga esperanza en su sufrimiento.
Queridos hermanos y hermanas, «un niño nos ha nacido» (Is 9,5). ¡Vino a salvarnos! Él nos anuncia que el dolor y el mal no son la última palabra. Resignarse a las violencias e injusticias querría decir rechazar la alegría y la esperanza de la Navidad.
En esta fiesta, dirijo un pensamiento especial a quienes no se dejan agobiar por las circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por llevar esperanza, consuelo y ayuda, ayudando a los que sufren y acompañando a los que están solos.
Jesús nació en un establo, pero envuelto en el amor de la Virgen María y San José. Al nacer en la carne, el Hijo de Dios consagró el amor familiar. Mi pensamiento en este momento se dirige a las familias: a quienes no pueden reunirse hoy, así como a quienes se ven obligados a quedarse en casa. Que la Navidad sea una oportunidad para que todos redescubran la familia como cuna de vida y de fe; lugar de amor acogedor, de diálogo, de perdón, de solidaridad fraterna y de alegría compartida, fuente de paz para toda la humanidad.
¡Feliz Navidad a todos!
Queridos hermanos y hermanas, renuevo mis deseos de una Feliz Navidad a todos, conectados desde todo el mundo, por radio, televisión y otros medios de comunicación. Os agradezco vuestra presencia espiritual en este día caracterizado por la alegría. En estos días, en los que el clima navideño invita a ser mejores y más fraternos, no olvidemos de rezar por las familias y comunidades que viven entre tanto sufrimiento. Por favor, también seguid rezando por mí. ¡Buen almuerzo navideño y adiós!
Fuente: vatican.va
Traducción de Luis Montoya
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