“El bien es atractivo pero es costoso, porque tendemos a la comodidad o a limitarnos a colaborar con un proyecto social. Es un estilo de vida, que facilita pensar en los demás; saber ver, desde el prisma del otro, lo que necesita”
Solo hay un modo de ser felices:
vivir para los demás (Tolstoi)
La generosidad ayuda a quien la recibe y produce alegría a quién la da. Es más difícil de explicar que de verificar. Cuando hemos tenido una experiencia que ha supuesto darse a los demás, tras hacerse cargo de sus necesidades, al terminar esa acción se siente la alegría propia de quien sirve libremente. Lo fácil es no complicarse la vida; sin embargo, muchos jóvenes entienden que deben compartir lo que poseen o prestar ayuda a otros… Si nos hemos acostumbrado a ver mendigos sin hacerles caso, quizá debemos pararnos a pensar.
En muchos lugares está tan extendida la mendicidad que es difícil hacer un breve trayecto sin ver a varios. La única respuesta posible no es dar limosna, pero es un error la indiferencia. Contaba un periodista gallego lo que le había sucedido. Cuando subía a rezar en la catedral de Santiago desde la plaza, hay muchas escaleras; se ponía el móvil junto al oído y mantenía una ficticia conversación. Un día, llovía más de lo habitual en esa tierra, hizo lo acostumbrado. Al ponerse a rezar, pensó que había visto una persona mayor pidiendo limosna, mientras se mojaba bajo la lluvia. Salió, fue a su encuentro, le dio un billete y le sugirió que se pusiera a cubierto para no caer enfermo.
Un compañero de carrera era crítico literario; antes de fallecer de cáncer, escribió en su blog un comentario; lo ubicaba en una población y decía: hay una plaza pequeña que da a tres edificios identificables: el gobierno civil, la sede de un sindicato y una iglesia; los mendigos no dudan en qué puerta estar; es así. A dos personas, en momentos distintos, les he escuchado que la experiencia que más les impactó en su juventud fue ayudar en Fátima, Portugal, en el centro para atención y ayuda a deficientes que lleva el nombre de san Juan Pablo II. Hay varias formas de fomentar la generosidad; la peor es no hacer nada. Alguna cita ayuda a reflexionar. Antonio Machado escribió: Moneda que está en la mano, tal vez se deba guardar. La monedita del alma se pierde si no se da. La persona generosa antepone las necesidades ajenas a sus caprichos y, quizá, a sus necesidades.
Escribió Alejandro Llano que junto a ciertas libertades públicas y progreso económico, en Occidente se ven muestras de marginación, paro, violencia, etc., que indican que algo no marcha bien. Los jóvenes, al estar en una fase de ebullición emocional, pueden sentir el contraste de palpar la dificultad para vivir ideales nobles con las ofertas que encuentran orientadas en otro sentido: el hedonismo. Todos corremos el riesgo de que el consumismo nos deteriore y nos haga difícil salir del YO. La sociedad ofrece servicios sin exigir un uso responsable; es frecuente ver los sábados a primera hora, a los servicios de limpieza municipales trabajando en zonas usadas por jóvenes horas antes. Los jóvenes piden a sus formadores lo que san Pablo VI definió así: El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan o, si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio.
Buscamos una sociedad más solidaria, pero sin renunciar a la comodidad que disfrutamos. Para que los jóvenes descubran ese horizonte necesitan vivir la ayuda a los demás, palpar sus necesidades; que vean que pueden prestar una ayuda que muchas veces será un rato de compañía para paliar la soledad de algunos ancianos. Llano habla de una cultura de responsabilidad cívica, que no es ni colectivista ni consumista; que rechaza el narcisismo de quien se desentiende del bien común.
Dice este autor: toda propuesta de formación cívica […] se ha de plantear desde una visión del hombre y de la sociedad en la que se valore −por encima del dinero, del poder y de la influencia− la dignidad intocable de la persona humana y su derecho y deber a participar en las cuestiones sociales y políticas que a todos nos afectan […]. Las personalidades jóvenes se hallan hoy, por lo general, casi completamente desasistidas en lo que concierne a esa preparación ética y cultural que podría capacitarles […] para hacer propuestas de regeneración social. Es preciso aprender a ser ciudadanos capaces de diálogo, de comprensión, de interés por los asuntos públicos y de prudencia al decidir. Es un conocimiento práctico que se adquiere en el trato personal de la familia, la escuela… El joven necesita entornos propicios; Una frase de ese autor que condensa esa idea: se educa por contagio, junto a personas valiosas, en entornos fértiles.
Tenemos que afrontar cada uno esa cuestión; sabiendo que no se impone, se contagia. Si decimos que importan más las personas que las cosas, pero no lo vivimos, quizá hacemos daño. El bien es atractivo pero es costoso, porque tendemos a la comodidad o a limitarnos a colaborar con un proyecto social. Es un estilo de vida, que facilita pensar en los demás; saber ver, desde el prisma del otro, lo que necesita.
Contaba una persona lo que le había ocurrido; llegaba con el tiempo justo a una entrevista. En un semáforo en rojo, un mendigo avanzaba de atrás hacia adelante; el conductor miraba alternativamente al semáforo y al retrovisor. Al verlo llegar junto a él, bajó la ventanilla del coche y le dio una moneda, con la mirada en el semáforo, que pronto se pondría verde. Le impactó que el mendigo le dijera: oiga, míreme a la cara, que tengo dignidad. Esa persona reaccionó bien. La prisa, pensar en tareas que vamos a hacer, nos pueden llevar a actuar así; ojalá reaccionemos como lo hizo él.
Así comenzaba un relato de varios eslabones; aquí recogemos el inicio: casi no la había visto, pero Alberto se dio cuenta de que la anciana, junto a su coche parado, necesitaba ayuda. El día estaba frio y lluvioso... Paró su automóvil junto al de ella. La mujer estaba preocupada, llevaba una hora detenida y nadie la había auxiliado. La anciana interpretó que ese hombre no tenía buen aspecto y podría ser un delincuente. Como su rostro reflejaba temor, Alberto tomó la iniciativa y le dijo: “vengo a ayudarla, señora; entre a su vehículo que estará protegida de la lluvia. Me llamo Jorge". Se trataba de un neumático pinchado, pero para la anciana era una situación difícil. Él apretaba las últimas tuercas, cuando la señora bajó la ventana y le comenzó a hablar. Le contó de donde venía y que no sabía cómo agradecerle su ayuda. Alberto sonreía mientras guardaba las herramientas. Ella preguntó cuánto le debía y él le dijo que si quería pagarle, la mejor forma de hacerlo era que la próxima vez que viera a alguien en necesidad y pudiera asistirla, lo hiciera de desinteresadamente.
Guardini afirma que el amor es requisito para mirar al otro: sólo el amor nos permite ver al otro tal como es. Este y otros autores indican un requisito común, el amor; es el motor que lleva a dar con gratuidad, sin esperar nada a cambio. Es tal la sorpresa que genera la generosidad en los demás que es posible reaccionar como se cuenta en este relato: Contaba un conferenciante lo que le pasó al llegar a una ciudad en la que daría una sesión a profesores a media tarde y otra a padres y madres al final de la jornada. Por cuestión de horarios de aviones, el ponente llegó a mediodía. La directora aprovechó esa circunstancia para decirle que esa mañana habían acabado los exámenes los alumnos de Secundaria; le propuso que les diera una charla esa tarde. El ponente pensó cómo interesar a setenta adolescentes y decidió usar relatos que guarda para sazonar las conferencias.
Contó lo ocurrido en una población polaca casi al final de la Segunda Guerra Mundial. En un campo de concentración los guardias alemanes huyeron antes de la llegada de los rusos; al levantarse los presos vieron que no había nadie. Unos se habían ido y nadie había llegado. Uno recordó que había ido en un vehículo a recoger unos sacos en una estación de tren cercana y hacía allí se dirigieron. Una joven al llegar a ese punto y ver como se agolpaba la gente, se sentó en el suelo desfallecida. Estando así, un joven se le acercó y le ofreció agua y un pequeño bocadillo que se lo partió en trocitos para que lo pudiera asimilar. Un rato después se escuchó por megafonía la salida por la vía 3 un tren hacia Cracovia; la joven dijo que vivía allí al comenzar la guerra y que quizá encontrara parientes.
El joven le acompañó al andén hasta que saliera el tren. La chica le dijo que se llamaba Edith y el joven le contestó diciendo que el suyo era Karol Wojtyla. Entonces una chica interrumpió al conferenciante y preguntó si Karol cobraba por ayudar. Ante la respuesta negativa, la joven comentó: ¡vaya ganas de meterse en líos! El relato es auténtico. Lo ocurrido junto al campo de concentración fue hace 75 años y lo narrado en el centro escolar, hace quince. ¿Dónde radicaba la incapacidad de la joven que preguntó para no entender esa conducta? El conferenciante dijo que esto se supo porque en octubre de 1978, Edith vivía en Israel y escuchó por la radio que había sido elegido Papa un polaco de nombre Karol Wojtyla. La prensa hizo el resto.
Ahora es preciso educar a los jóvenes en tratar a los ancianos: sus abuelos u otras personas. Uno de sus abuelos quizá les pudiera decir: El día que este viejo y olvide como atarme mis zapatos, recuerda las horas que pase enseñándote a atarte los tuyos. Si cuando conversas conmigo, repito y repito las palabras que sabes de sobra como terminan, escúchame; cuando eras niño, para que te durmieras tuve que contarte cientos de veces el mismo cuento hasta que te dormías. La casuística podemos alargarla, pero es clave comprender que sin generosidad no hay felicidad, ansia de toda persona.
Para leer:
Capote, T.: El invitado del día de Acción de Gracias. Ed. Anagrama. 2011.
Para ver:
Dunkerque. 2017. Dirigida por Ch. Nolan.
Rafael Lacorte Tierz / José Manuel Mañú Noain
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