Siguiendo sus reflexiones sobre la oración, el Papa ha meditado en su catequesis durante la audiencia general de hoy, sobre la figura de la Virgen María, la “llena de gracia e inmaculada desde su concepción”
Queridos hermanos y hermanas:
Siguiendo nuestras reflexiones sobre la oración, hoy meditamos sobre la figura de la Virgen María, que es llena de gracia e inmaculada desde su concepción, y que estaba en continuo diálogo con Dios desde antes de la anunciación. Ella, Mujer de oración, forma parte de la multitud de los “humildes de corazón”, con los que Dios preparó la venida de su Hijo.
María fue siempre obediente a la voluntad de Dios. No dirigió su vida autónomamente, sino dejó que la voz del Señor orientara su corazón y sus pasos. San Lucas nos lo recuerda cuando dice que la Virgen conservaba en su corazón todo lo que le sucedía, y lo meditaba, llevándolo a su diálogo con Dios, para seguir con fiel obediencia el camino que Él le indicaba.
Por su docilidad al Señor, María estuvo presente en el designio providencial del Padre, y en los momentos culminantes de la vida de su Hijo Jesús: desde el anuncio del ángel hasta el misterio de su muerte y resurrección. Ella también acompañó los primeros pasos de la Iglesia naciente, oraba con los discípulos de su Hijo y oraba por ellos. Y así, como por obra del Espíritu Santo se convirtió en Madre de Dios, también por obra del mismo Espíritu se convirtió en Madre de la Iglesia, a la que sigue acompañando, con su oración y mediación, en su peregrinar hacia la Patria celestial.
En nuestro camino de catequesis sobre la oración, hoy encontramos a la Virgen María, como mujer de oración. La Virgen rezaba. Cuando todavía el mundo la ignora, cuando es una simple chica prometida con un hombre de la casa de David, María reza. Podemos imaginar a la joven de Nazaret recogida en silencio, en continuo diálogo con Dios, que pronto le confiaría su misión. Ella ya es llena de gracia e inmaculada desde su concepción, pero aún no sabe nada de su sorprendente y extraordinaria vocación y del mar tempestuoso que deberá surcar. Una cosa es cierta: María pertenece a la gran lista de los humiles de corazón que los historiadores oficiales no incluyen en sus libros, pero con los que Dios preparó la venida de su Hijo.
María no dirige autónomamente su vida: espera que Dios tome las riendas de su camino y la guíe donde Él quiera. Es dócil, y con su disponibilidad predispone los grandes acontecimientos que involucran a Dios en el mundo. El Catecismo nos recuerda su presencia constante y primorosa en el designio benévolo del Padre y a lo largo de la vida de Jesús (cfr. CCC, 2617-2618).
María está en oración cuando el arcángel Gabriel viene a darle el anuncio en Nazaret. Su “fiat”, pequeño e inmenso, que en aquel momento hace saltar de alegría a toda la creación, había sido precedido en la historia de la salvación por tantos otros “fiat”, por tanta obediencia confiada, por tanta disponibilidad a la voluntad de Dios. No hay mejor modo de rezar que ponerse como María en una actitud de apertura, de corazón abierto a Dios: “Señor, lo que Tú quieras, cuando Tú quieras y como Tú quieras”. Es decir, el corazón abierto a la voluntad de Dios. Y Dios siempre responde. ¡Cuántos creyentes viven así su oración! Los que son más humildes de corazón rezan así: con la humildad esencial, digamos así; con humildad sencilla: “Señor, lo que Tú quieras, cuando Tú quieras y como Tú quieras”. Y esos rezan así, no enfadándose porque los días estén llenos de problemas, sino yendo al encuentro de la realidad y sabiendo que en el amor humilde, en el amor ofrecido en cada situación, nos volvemos instrumentos de la gracia de Dios. Señor, lo que Tú quieras, cuando Tú quieras y como Tú quieras. Una oración sencilla, pero es poner nuestra vida en las manos del Señor: que sea Él quien nos guíe. Todos podemos rezar así, casi sin palabras.
La oración sabe amansar la inquietud: pero nosotros somos inquietos, siempre queremos las cosas antes de pedirlas y las queremos ya. Esa inquietud nos hace daño, y la oración sabe apaciguar la inquietud, sabe transformarla en disponibilidad. Cuando estoy inquieto, rezo y la oración me abre el corazón y me hace disponible a la voluntad de Dios. La Virgen María, en aquellos pocos instantes de la Anunciación, supo rechazar el miedo, aun presagiando que su “sí” le procuraría pruebas muy duras. Si en la oración comprendemos que cada día que Dios nos da es una llamada, entonces ensanchamos el corazón y lo acogemos todo. Se aprende a decir: “Lo que Tú quieras, Señor. Prométeme solo que estarás presente en cada paso de mi camino”. Esto es lo importante: pedir al Señor su presencia en cada paso de nuestro camino: que no nos deje solos, que no nos abandone en la tentación, que no nos abandone en los momentos malos. Así es el final del Padrenuestro: la gracia que el mismo Jesús nos enseñó a pedir al Señor.
María acompaña en oración toda la vida de Jesús, hasta la muerte y la resurrección; y al final continúa y acompaña los primeros pasos de la Iglesia naciente (cfr. Hch 1,14). María reza con los discípulos que han atravesado el escándalo de la cruz. Reza con Pedro, que ha cedido al miedo y ha llorado de remordimiento. María está ahí, con los discípulos, en medio de los hombres y mujeres que su Hijo ha llamado a formar su Comunidad. María no hace de sacerdote entre ellos, ¡no! Es la Madre de Jesús que reza con ellos, en comunidad, como una de la comunidad. Reza con ellos y reza por ellos. Y, nuevamente, su oración precede el futuro que está a punto de cumplirse: por obra del Espíritu Santo se convirtió en Madre de Dios, y por obra del Espíritu Santo, se convirtió en Madre de la Iglesia. Rezando con la Iglesia naciente se convierte en Madre de la Iglesia, acompaña a los discípulos en los primeros pasos de la Iglesia con la oración, esperando al Espíritu Santo. En silencio, siempre en silencio. La oración de María es silenciosa. El Evangelio nos cuenta solo una oración de María: en Caná, cuando pide a su Hijo por aquella pobre gente, que está a punto de hacer el ridículo en la fiesta. Pero, imaginemos: ¡dar una fiesta de bodas y acabarla con leche porque no había vino! ¡Qué ridículo! Y Ella reza y pide al Hijo que resuelva aquel problema. La presencia de María es oración en sí misma, y su presencia entre los discípulos en el Cenáculo, esperando al Espíritu Santo, es en oración. Así María da a luz a la Iglesia, es Madre de la Iglesia. El Catecismo explica: «En la fe de su humilde esclava, el don de Dios –es decir, el Espíritu Santo– encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos» (CCC, 2617).
En la Virgen María, la natural intuición femenina es exaltada por su singularísima unión con Dios en la oración. Por eso, leyendo el Evangelio, notamos que a veces parece desaparecer, para reaparecer en momentos cruciales: María está abierta a la voz de Dios que guía su corazón, que guía sus pasos donde se necesita su presencia. Presencia silenciosa de madre y de discípula. María está presente porque es Madre, pero también está presente porque es la primera discípula, la que mejor aprendió las cosas de Jesús. María nunca dice: “Venid, yo resolveré las cosas”. Sino que dice: “Haced lo que Él os diga”, siempre señalando con el dedo a Jesús. Esa actitud es típica del discípulo, y Ella es la primera discípula: reza come Madre y reza como discípula.
«María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). Así retrata el evangelista Lucas a la Madre del Señor en el Evangelio de la infancia. Todo lo que pasa a su alrededor acaba teniendo un reflejo en lo más profundo de su corazón: los días llenos de alegría, y los momentos más oscuros, cuando también a Ella le cuesta comprender por qué sendas debe pasar la Redención. Todo acaba en su corazón, para que pase la criba de la oración y sea transfigurado por ella. Ya sean los regalos de los Magos, o la huida a Egipto, hasta aquel tremendo viernes de pasión: la Madre lo guarda todo y lo lleva a su diálogo con Dios. Alguien comparó el corazón de María con una perla de incomparable esplendor, formada y pulida por la paciente aceptación de la voluntad de Dios a través de los misterios de Jesús meditados en oración. ¡Qué bonito si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre! Con un corazón abierto a la Palabra de Dios, con un corazón silencioso, con un corazón obediente, con un corazón que sabe recibir la Palabra de Dios y la deja crecer como semilla del bien de la Iglesia.
Me alegra saludar a las personas de lengua francesa. El “sí” de la Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, confiere a su oración un valor inigualable. Pidamos la gracia de ser, como Ella, hombres y mujeres abiertos a Dios, para que Cristo, Rey del universo, pueda ser acogido en nuestros corazones y en nuestras vidas. ¡A todos mi bendición!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. En este mes de noviembre sigamos rezando por las personas queridas que nos han dejado y por todos los difuntos, para que el Señor, en su misericordia, los reciba en el Reino de los cielos. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor Jesucristo. ¡Dios os bendiga!
Con afecto saludo a los hermanos y hermanas de lengua alemana. En la oración dejémonos guiar por María y aprender de Ella a ponernos en una actitud de humildad, de disponibilidad, de apertura a la voluntad de Dios: “Señor, lo que Tú quieras, cuando Tú quieras y como Tú quieras”. ¡El Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Que a imitación de la Virgen María y por su intercesión, el Señor nos dé la gracia de comprender en la oración que cada día que Él nos concede es una ocasión para acoger la voluntad del Padre, para cumplirla con un corazón lleno del amor de Dios y bien dispuesto al servicio de los hermanos. Que el Señor los bendiga a todos.
Dirijo un cordial y afectuoso saludo a los oyentes de lengua portuguesa. De Nuestra Madre Santísima aprendemos a llevar al Señor en la oración nuestras esperanzas y alegrías, nuestras angustias y preocupaciones, en fin, todo lo que guardamos en el corazón. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. En este mes de noviembre sigamos rezando por nuestros queridos difuntos, para que el Señor, en su misericordia, los acoja en el banquete celestial. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. Hoy en Polonia se celebra la memoria litúrgica de la Beata Karolina Kόzka, virgen y mártir. A los dieciséis años sufrió la muerte por martirio en defensa de la virtud de la castidad. Con su ejemplo, todavía hoy indica, especialmente a los jóvenes, el valor de la pureza, el respeto por el cuerpo humano y la dignidad de la mujer. Encomendaos a su intercesión, para que os ayude a dar testimonio con valentía de las virtudes cristianas y los valores evangélicos. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Hoy celebramos la Dedicación de la Basílica de San Pedro en el Vaticano y la de San Pablo en la vía Ostiense. Esta fiesta que resalta el significado de la iglesia, edificio sagrado donde se reúnen los creyentes, despierte en todos la conciencia de que cada uno está llamado a ser templo vivo de Dios.
Finalmente, como de costumbre, pienso en los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Os animo a amar a la Iglesia del Señor; a cooperar con generosidad y entusiasmo en su edificación; a ofrecer vuestra oración y sufrimiento como contribución preciosa para la construcción de la Casa del Señor, morada del Altísimo entre nosotros.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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