Después de poder leer el discurso del Papa, por fin despacio, sin injerencias ni interpretaciones, me ha parecido verdaderamente magistral. Pienso que el Papa ha demostrado ser un extraordinario gourmet
Si se me permite emplear una imagen tal vez atrevida, se nota que en estos años de pontificado el papa Francisco ha pasado de ser un vino generoso a un vino con solera. Llegó a la Sede Romana con una enorme labor pastoral y con un bagaje más que suficiente para ejercer su misión, pero a medida que pasa el tiempo se le nota el sello que ha dejado en él su nuevo cometido. Sus años romanos están siendo para él como ese tiempo final que pasan los licores en las botas más cercanas al suelo antes de ser comercializados. Para el pastor Jorge Bergoglio, ser Papa no ha sido sino un seguir acercándose a lo que siempre buscó: servir a los que están más necesitados y procurar darles lo mejor: un auténtico Pedro Ximénez, ese vino caoba oscuro, que marida con tantos platos, que se ofrece acompañando postres, y que con su sabor dulce intenso deja en el paladar recuerdos de encuentros inolvidables.
Por eso me pareció más que lógico que en el encuentro que hace pocas jornadas tuvo el Santo Padre con el actual presidente de España, Pedro Sánchez, Francisco quisiera agasajarle con un Pedro Ximénez. ¿Acaso no está también él en la sede de otro Pedro −¡y qué Pedro!−? Entiéndase que no estoy diciendo que aquel día se tomaran su aperitivo con un vino de Jerez (todo podría ser). No, no me refiero ya al vino; sino al breve e intenso discurso que sin papeles pronunció el papa Francisco ante la comitiva española. Después de poder leerlo por fin despacio, sin injerencias ni interpretaciones (cosa que en estos tiempos no resulta fácil, la verdad), me ha parecido verdaderamente magistral. Pienso que el Papa ha demostrado ser un extraordinario gourmet.
Más allá del contenido del discurso, quería sencillamente destacar hasta qué punto se nota que Francisco ha adquirido en este tiempo una capacidad de comunicar verdaderamente extraordinaria. A pesar de todas las críticas que sus palabras puedan recibir por parte de quienes o no pueden o no quieren comprenderle, está demostrando cada vez más que se sitúa perfectamente y sabe muy bien lo que dice y a quién lo dice. Personalmente, me recuerda en este sentido (¡y mira que hay diferencias entre ellos!) a su predecesor, Benedicto XVI, que tuvo también que aprender la difícil tarea de distinguir entre lo que constituye Magisterio, y tantos otros tipos de intervenciones que un Papa tiene por su misión pastoral. Habría que poner en su haber, respecto a Benedicto XVI, su mucha mayor lejanía de los ambientes curiales y la también mayor intención y estilo pastoral que imprime a todas sus intervenciones. Eso vale también para los documentos de mayor solemnidad: confróntese si no su Fratelli tutti con la Caritas Veritate, y se verá la enorme continuidad en el contenido y la gran diferencia a la hora de afrontar esos mismos retos.
Invito y animo a quien lo desee a leer con atención (o mejor escuchar) ese discurso, para que pueda apreciar el sabor de un vino de solera. Primero un sorbo que te pone en tu sitio: la política como la forma tal vez más alta de caridad. Después el cuerpo que el vino te dejará ya para siempre: el servicio del político consiste en hacer crecer el país, consolidar la nación y construir la patria; y de esas tres labores la más difícil e importante es la tercera. Después, el recuerdo y el contraste que beber un vino de tal calidad deja frente a todo lo que hayas podido beber antes: es el peligro de las ideologías, que se apoderan de un país, interpretan la nación y desfiguran la patria; así como, quien ha bebido un Pedro Ximénez, sabrá apreciarlo tanto como sabrá despreciar sucedáneos. Y finalmente, a modo de media verónica, Francisco concluyó como le gusta hacer: “Les agradezco a ustedes que hayan venido. Me gratifica mucho y les pido, por favor, que recen por mí. Y los que no rezan, porque no son creyentes, al menos mándenme buena onda, que me hace falta. Muchas gracias”. Es el remate de una faena perfecta.
Me gustaría saber si nuestro presidente se sintió aludido por el contenido del mensaje, o sólo por aturdido ante la magia del licor que lo envolvía. Pero aunque fuera sólo lo segundo, no me parece poco. Las cosas buenas hay que hacerlas reposar, como ese vino que va pasando de bota en bota durante años. Tal vez Pedro Sánchez se haya quedado con la idea de que el Papa ha tenido el detalle de servirle una copa de Pedro Ximénez para poder recordar así sus vacaciones estivales en las Marismillas, pues sólo un sol como el de Andalucía puede producir vinos de esa categoría. Por su parte, bien sabía el papa Francisco que tal vez no está hecho Ximénez para el paladar de Sánchez. Pero el anfitrión es el que manda, aunque el convidado sea de piedra (pues de piedra viene Pedro) con la esperanza de que −como en la obra de Tirso− se pueda salvar. ¡In vino veritas!