El planteamiento ante el momento fundamental de nuestra vida con un bosquejo de persona tan unida a Dios, que solo ve maravillas en lo que le espera
Es fácil escribir sobre el sentido de la vida y el sentido de la muerte. Pero el que escribe no ha muerto. A veces hay quien puede decir algo más preciso porque ha estado cerca. Pero en el libro de Pablo D’Ors titulado “Sendino se muere” no está la vivencia del autor sobre esa circunstancia. Ni siquiera consta que él quiera transmitir una enseñanza sobre el tema. Lo que nos traslada, y se lo agradecemos vivamente, es la vivencia de los últimos días de vida de una mujer santa, África Sendino.
“Ella miraba la lámina qué tenía frente a su cama. Era una estampa de la Anunciación, de Fra Angélico, y la había colgado con una cadenita del soporte del televisor. Sendino no veía la televisión, contemplaba aquella estampa. Cuando creía que nadie reparaba en ella dirigía hacia esa lámina miradas arrebatadas, arrebatadoras. −Fiat −me susurró una vez, al percatarse de que había sido descubierta en uno de esos momentos de intimidad con su Señor. Dos meses antes −según supe después− ella había peregrinado a Nazaret, donde la Virgen pronunció su propio Fiat. Ahora a Sendino se le ofrecía la oportunidad de adherirse a ese Fiat original, y de prolongarlo en la historia. Fiat −le respondí yo, y ambos callamos entonces durante unos segundos mágicos e inefables. Sendino vivió su enfermedad en clave de Anunciación” (p. 27).
Podríamos decir que esa es la clave para comprender un poco mejor su proceso de enferma totalmente comprometida con su vida cristiana. Ella era médico. Conocía esos procesos, había visto morir a muchos enfermos. Ahora, cuando sabía que le quedaban pocos días, estaba totalmente unida a Dios y a la Virgen, y eso le daba un modo de estar, de vivir, totalmente envidiable.
“Si Dios me brindase rebobinar la moviola de la vida y me ofreciera elegir entre las dos opciones posibles (salud sin quiebra por lo que realmente me ha sucedido), no podría decir que no a lo que sucedió en realidad. Porque Dios no nos ofrece la enfermedad como castigo, sino como camino. Y porque en ese camino yo estoy aprendiendo intensísimas lecciones de lo que supone que Dios componga el argumento de mi biografía” (p. 52).
Vive con intensidad humana y cristiana el fin de su vida, sabiendo que está llegando a la meta, que Dios le está dando clarividencia total para saber que no debe pedir su curación, que Él quiere llevarla a su casa del cielo. No piensa en otra cosa. “Desde el principio de mi enfermedad comprendí que mi forma de encararla no era el resultado de una gran fortaleza psicológica, sino un don estrictamente sobrenatural. Desde ese primer momento supe que sólo tenía un deseo: cubrir este peregrinaje del mejor modo posible” (p. 60).
Es una mujer de profunda vida cristiana, y aun así es consciente de que la situación en la que se encuentra, de dolor por la enfermedad y de expectación por la muerte, no es algo que ella ha conseguido por sus conocimientos o por su fortaleza. Se da cuenta de que es un don. El regalo de hallarse ante la muerte con la ilusión de un encuentro incomparable. Es Dios quien la espera, quien le está abriendo la puerta, y ella es consciente.
Recomiendo vivamente la lectura de este breve libro compuesto a través de las ideas apuntadas como buenamente podía en los papeles. El planteamiento ante el momento fundamental de nuestra vida con un bosquejo de persona tan unida a Dios, que solo ve maravillas en lo que le espera. Muchas otras personas mueren con ese mismo sentido cristiano. La suerte es que Sendino nos lo ha contado.