Francisco se detuvo a hablar con él, besó la bandera del país de los Cedros y luego rezó unos instantes.
Terminada la catequesis, en el turno de saludos en diferentes idiomas, el Papa dedicó unas palabras especiales a la tragedia que atraviesa el país de los Cedros.
Pidió que lo acompañara el sacerdote que le había mostrado la bandera. Con ella en la mano, Francisco recordó que Líbano es un modelo de convivencia y tolerancia único en la región y que ese patrimonio no puede perderse.
Animo a todos los libaneses a continuar, a esperar y a encontrar las fuerzas y las energías necesarias para comenzar de nuevo. Pido a los políticos y a los líderes religiosos que se comprometan con sinceridad y transparencia en la reconstrucción, dejando de lado los intereses de parte y mirando por el bien común y el futuro de la nación. Renuevo también mi invitación a la Comunidad Internacional a sostener el país para ayudarlo a salir de la grave crisis sin que se vea envuelto en las tensiones regionales.
Animó a los libaneses, en concreto a los habitantes de Beirut, a permanecer en su tierra. Pidió además a la Iglesia libanesa que esté cerca de su pueblo, dando ejemplo de austeridad y pobreza. Porque es importante conservar la presencia cristiana en el país como artífice de fraternidad entre las 17 denominaciones religiosas que conviven en El Líbano.
Francisco también lanzó esta propuesta.
Por esta razón deseo invitar a todos a vivir una jornada universal de oración y ayuno por el Líbano el próximo viernes, 4 de septiembre. Tengo la intención de enviar a un representante mío ese día para acompañar a la población: ese día estará el Secretario de Estado en mi nombre.
Y concluyó así, −rezando−, este llamamiento a favor de un país que se enfrenta al enésimo desastre en las últimas décadas. De nuevo, el pueblo libanés llora a decenas de sus hijos, sufre con cientos de heridos e intenta sobreponerse una pérdida material prácticamente incuantificable.