Se trata de preparar a las personas para una democracia participativa. Y esto significa aprender ciertas cosas: cómo pensar, cómo debatir, cómo participar, cómo escuchar…
Ensayista y crítico literario, William Deresiewicz disecciona la educación en su libro El rebaño excelente. El estadounidense advierte: «Si crees que el propósito de la educación es conducirte a tu primer trabajo, entonces pensarás que las humanidades son una pérdida de tiempo».
En 2008, William Deresiewicz se marchó de Yale, donde era profesor de Grandes Libros, por desacuerdo con un sistema universitario que encontraba que estaba fallando a la sociedad. Se marchó dando un portazo, al explicar en el artículo «The Disadvantages of an Elite Education» cómo el sistema de admisión en las universidades de prestigio, y el propio funcionamiento de estas, estaban produciendo una élite profesional alejada de la realidad y escasamente analítica que replicaba los errores del sistema, en lugar de mejorarlo sirviendo a la sociedad. El artículo fue un éxito, y Deresiewicz desarrolló mejor el asunto en un libro que acaba de editarse en España: El rebaño excelente. A partir de su libro, eldebatedehoy.es conversa con Deresiewicz sobre para qué sirve la educación, el lugar de las humanidades en los planes de estudios y dónde están yendo las universidades a partir de la COVID-19.
Escribió ‘El Rebaño excelente’ hace seis años. ¿Ha cambiado algo en este tiempo?
Diría que dos cosas. La primera es el sistema educativo que describo, que ha cambiado a peor. Y no veo ninguna evidencia que me permita predecir que pueda mejorar. La segunda es mi forma de entender el problema del sistema educativo que plantea en el libro, que se ha ampliado a partir de las reacciones de los lectores.
Explíquenos…
Yo escribí el libro sobre algo que conocía, sobre la educación superior de élite en Estados Unidos, porque fui profesor en una universidad de la liga Ivy. Y lo que aprendí a partir de la respuesta de los lectores fue que la mayor parte de las cosas que yo describía ocurría no solo en la educación superior, y no solo en EE.UU. Sino que ocurría a lo largo de todo el sistema educativo, y en todo el mundo, cuando se trataba de instituciones educativas prestigiosas.
¿Se refiere al modelo de educación que describe en el libro? ¿El que no es capaz de formar personas que mejoren sus sociedades?
Creo que es el resultado de lo que el neoliberalismo ha hecho con la educación. Asumo que el término está muy manido, pero con neoliberalismo me refiero a una época en la que se cree que el mercado puede solucionar todos los problemas y que puede ser un proveedor adecuado de bienes de carácter público-social, como sería la educación. El mercado atribuye valor cuando algo tiene éxito en el propio mercado. Y si esa es tu filosofía de gobierno, tu filosofía de la educación es que el propósito de la educación es preparar personas para el mercado laboral.
Una filosofía que −al menos en el caso de EE.UU., que es lo que yo tengo a la vista− cuando gobierna expulsa cualquier otra de la discusión sobre la educación en cualquier nivel. Estamos preparando a nuestros estudiantes en primaria y secundaria o para la universidad o para una profesión; pero cuando llegan a la universidad, allí lo que les dicen es que el propósito de la universidad es prepararte para tu carrera profesional. Así que universidad y profesión significan carrera profesional. Y carrera profesional es el mercado laboral.
Pero, si no he entendiendo mal su libro, usted cree que la universidad es más que eso.
Aquí la palabra clave es ‘más’. Yo no creo que esté mal que la universidad prepare a los estudiantes para sus carreras profesionales. Ni que sea algo de lo que la universidad no deba ocuparse. Por supuesto que debe, no me cabe duda. Pero prepararte para el mercado laboral es solo una parte de lo que la educación debe hacer. La otra parte es lo que podemos llamar fines públicos, o fines cívicos.
En realidad, se trata de una idea antigua en Estados Unidos. Se trata de preparar a las personas para una democracia participativa. Y esto significa aprender ciertas cosas: cómo pensar, cómo debatir, cómo participar en el debate democrático, cómo reconocer que estás equivocado, cómo escuchar a gente con la que estás en desacuerdo, cómo cambiar de opinión, cómo verificar información… Todo eso, pero también lo que podríamos llamar propósitos personales o privados: enseñarte que debes pensar no solo sobre el debate democrático, sino sobre cualquier cosa. Pensar sobre tu vida como una persona más profunda, compleja e interesante.
Esto es relevante, porque los niños entran con 5 o 6 años en el sistema educativo y cuando terminan la primera etapa de la universidad han recibido 15 o 16 años de educación formal, dedicándole la mayor parte de su tiempo. Hemos ocupado la mayor parte de su infancia, adolescencia y primera juventud con educación. Y, si hacemos esto, la educación no puede ser solo para el lado profesional de la vida −la parte en la que tienes trabajo y ganas dinero−, sino que tiene que ser para la vida entera. Necesitamos preparar a los estudiantes para la vida entera, necesitamos adultos que funcionen, no solo en el mercado laboral, sino en el mundo.
En las universidades españolas el discurso del liderazgo, la digitalización y la internacionalización ganan espacio como parte de la preocupación por la empleabilidad de la que usted habla. ¿Le parece que las empresas están trasladando a la universidad su responsabilidad en la formación de trabajadores y recortando el tiempo para preparar mentes verdaderamente universitarias?
En Estados Unidos, las grandes empresas llevan décadas pretendiendo recortar costes. Una de las formas de hacerlo ha sido reducir sus inversiones en formación de los trabajadores, y esperan −como dices− que las universidades hagan ese trabajo para ellos.
Esto tiene efectos significativamente perjudiciales para las universidades, al constreñir la educación en lo vocacional/laboral. Se trata de un terrible empobrecimiento de la universidad, pero también perjudica a los estudiantes. Aunque ellos dicen que este tipo de educación ayuda a conseguir el primer empleo, lo cierto es que no te ayuda a lo largo de tu trayectoria profesional, porque te ajusta muy estrechamente a los requerimientos del trabajo cuando estás estudiando, pero que 20 años después estarán obsoletos.
¿Y en cuanto a liderazgo?
El liderazgo es un terrible cliché. En EE.UU., pero estoy seguro de que esto os ocurre también a vosotros. Si viajamos atrás en el tiempo 100 años, nos encontraríamos que la educación universitaria estaba reservada para sus líderes. En América hablamos de los WASP, que venían de colegios masculinos y privados. También a ellos les hablaban de liderazgo. Pero, en realidad, el liderazgo significaba entonces algo diferente. Diría incluso que admirable.
Aquellos jóvenes no llegaban allí por sus esfuerzos y méritos, heredaban su posición social, aunque también tenían la obligación de merecer su posición, graduándose con honores. Ellos iban a manejar el país, eran la clase social del liderazgo porque iban a dirigir el Departamento de Estado, los bancos, el Gobierno…
Era una responsabilidad.
Sí, era una responsabilidad que significaba cosas como tarea, honor, autosacrificio, poner las necesidades de la comunidad o del país por encima de todo lo tuyo. Obviamente, en la práctica mucha gente lo ignoraba, pero muchos otros no… Franklin Roosevelt es un buen ejemplo: él pasó por este sistema y realmente se tomó sus valores en serio.
Ahora tenemos un sistema que consideramos más democrático, al que llamamos meritocracia, en el que el mensaje es «lo que tienes lo mereces, porque has trabajado para ello y porque tienes mérito». No hay servicio, no hay obligaciones para con los otros. Nadie se los toma muy en serio, pero todavía usan el lenguaje del liderazgo.
¿Entonces qué significa liderazgo hoy?
No significa tarea, ni honor, ni sacrificio. Básicamente significa «vas a estar en la cumbre, vas a tener el poder». Y creo que con nuestros líderes de los últimos 40 años hemos visto lo que significa. Tienen todo el poder, creen que se lo han ganado y no quieren compartirlo con nadie más.
En el libro usted establece una relación entre esto y el declive de las humanidades en la universidad. ¿Diría usted que hay alguna relación entre el debilitamiento de las humanidades y este debilitamiento de la perspectiva social?
Responderé a eso de forma indirecta, dando un paso atrás: ¿qué papel desempeñan las humanidades en las dos concepciones de la educación de las que hemos hablado? Si crees que la educación es una preparación para la vida entera, que incrementa tu conocimiento, que te prepara para la participación en una sociedad democrática, que te ayudará a navegar mejor en tus relaciones con los otros, entonces las humanidades van a ser centrales en esa educación. Porque las humanidades no tienen que ver con equiparte con habilidades o técnicas especiales. Tienen que ver con ayudarte a pensar sobre esas grandes preguntas que son esenciales para el contacto con uno mismo y para el contacto con la sociedad. Si crees que el propósito de la educación es conducirte a tu primer trabajo, entonces vas a pensar que las humanidades son una pérdida de tiempo. Precisamente porque las humanidades no te proporcionan habilidades o técnicas para el mercado laboral.
Y, lamentablemente −al menos en EE.UU.−, los departamentos de Humanidades se han visto obligados a defender su sentido, su valor y su continuidad con argumentos instrumentales: estudia literatura y serás un comunicador mejor, serás un solucionador de problemas, pensarás mejor… Y lo que están diciendo es que serás un mejor abogado, un mejor banquero, un mejor consultor…
Ahora, ¿qué relación encuentro entre todo esto y la responsabilidad social? Que lo que estudias te lleva a algún lugar. Si estudias filosofía, te estás haciendo las preguntas que precisamente te haces cuando descubres que no eres la única persona en el mundo y que tu responsabilidad va más allá de ti mismo. Si pensamos que la universidad va sobre formar líderes en el sentido antiguo, querremos que tengan lo que llamamos sabiduría. En términos de los líderes tal y como se entienden hoy, entonces lo que se busca son personas que puedan «trepar por la escalera».
Otra cosa que veo en nuestra clase dirigente −al menos en los últimos cuarenta años− es que son personas con expectativas muy estrechas: son muy buenos pensando en aquellas cosas sobre las que les han dicho que piensen, pero completamente perdidos cuando se trata de pensar en cómo todo lo que los rodea impacta en esa cosa concreta sobre la que están pensando. No son capaces de pensar en un contexto amplio.
Algo de lo que usted se ocupa en el libro es del propósito de la vida. La universidad como lugar en el que ampliar la mente, pero también en el que definir una vida con propósito. ¿Hablamos de ello?
Para mí el propósito en la vida significa que sabes lo que quieres hacer a partir de una dirección interior, no porque mamá o papá me han dicho qué hacer, o porque sea lo más lucrativo, o porque todos mis amigos lo hacen, sino por una razón interior. Porque sabes que esa es la vida que parece ser la vida correcta.
Eso no se adquiere necesariamente en una clase, tiene que ver con vivir experiencias y con reflexionar sobre esas experiencias, con estar en el mundo también. Pero, si estás en la universidad entre los 18 y los 22 años −en el principio de la vida adulta, en un momento muy significativo en cuanto a la definición de elementos psicológicos determinantes para la vida adulta−, la universidad te ayuda en ese proceso, y requiere de las humanidades.
Porque las humanidades implican introspección: leer literatura, leer filosofía. Interiorizan la reflexión en el sentido que no lo hacen otras asignaturas. La física es una disciplina admirable intelectualmente en muchos sentidos, pero no permite la introspección, porque no es su finalidad.
Y alrededor de todo esto curricular −las humanidades−, la experiencia ambiental también debería ayudarte a desarrollar el propósito. Vivir en el campus, como se hace en Estados Unidos, es importante. Vives en el campus, o muy cerca del campus, en una comunidad de pares, y esas relaciones de pares son tan importantes como las relaciones con los profesores o lo que haces en las clases.
¿Hablamos de la universidad como una comunidad?
Lo que resulta es un ambiente increíblemente rico de actividades extracurriculares. Una vez que tienes a toda esta gente junta en el mismo sitio, se organizan en torno a sus intereses: teatro, periódicos y revistas, actividades políticas, celebraciones étnicas, espacios, actividades, clubes… Son jóvenes e intentan no dormir, y resultan −literalmente− entre 16 y 20 horas diarias de actividad. Un ambiente increíblemente rico de interacciones interpersonales. Sin mencionar la interacción social: fiestas, relaciones… lo normal que ocurre cuando reúnes a adultos jóvenes. Se juntan intereses culturales, intereses intelectuales, intereses políticos y resulta a menudo una destacada y maravillosa experiencia vibrante. Es una experiencia profunda y profundamente formativa entre tú y tus iguales −y a veces entre tú y tus profesores, como mentores−.
¿Y qué pasa cuando la universidad es ‘online’?
Nada de esto ocurre. En primer lugar, no creo que una experiencia de aula sea equiparable de ninguna manera a una experiencia online, y no creo que nadie se lo crea de verdad, ningún profesor lo cree de verdad. En segundo lugar, fuera del aula, nada de lo que hemos comentado ocurre o, en todo caso, ocurre el 2%. Nada de esto ocurre si no estás en persona, si no se está realmente juntos. Pero no tenemos mucha elección, al menos en EE.UU., por la situación de la pandemia, que está fuera de control. No hay opción.
Pero también hay quien habla de ello como un cambio de modelo de universidad. Atractivo y operativo con generaciones que ya viven ‘online’.
Como sugieres, hay quien está hablando de que esto sea permanente. Diría que, en los últimos 10 años, personas de Silicon Valley lideradas por Bill Gates han intentado impulsar una educación general vía online. No sé si creen que es mejor, pero desde luego es una muy lucrativa oportunidad para ellos. En Estados Unidos, considerando todos los niveles educativos, ronda el trillón y medio de dólares. Eso es mucho dinero y quieren ser quienes se lo repartan en la educación, a cambio de todo tipo de promesas de eficacia.
¿Eficacia desde el punto de vista del aprendizaje?
Esa es otra parte del problema. A partir de la concepción que ya hemos comentado de que el fin de la educación es profesional −exclusivamente profesional−, resulta la idea de que la educación es transmisión de información. Mera transmisión de contenido: tomas cierta dosis de conocimiento de la mente del profesor y la llevas, a través de alguna forma de ingeniería de transmisión, a la mente del alumno. Y lo siguiente es afirmar que los estudiantes pueden hacerlo todo por ellos mismos, con un curso enlatado o con una asignatura online autoguiada. Pero eso no tiene que ver con lo que la educación es: la educación no es mera transmisión de contenidos. Es ese proceso lento, de uno a otro o en pequeños grupos, de desarrollo de las habilidades mentales de los alumnos, que solo puede ocurrir cuando el profesor impulsa a los alumnos o cuando los alumnos se impulsan unos a otros al discutir en clase, o fuera de clase. Eso es lo que es, y eso no puede ocurrir digitalmente… Tampoco puede ocurrir en clases muy numerosas.
Hace un momento, usted ha afirmado que esto que tenemos es la única opción en tanto la COVID-19 no esté bajo control. Pero me gustaría saber qué cree que va a pasar después del paréntesis que supone esta pandemia. ¿Podría aventurar qué puede pasar cuando volvamos a la «vieja normalidad»?
No me gusta hacer predicciones, porque no veo el futuro, porque el futuro no existe todavía, y yo prefiero analizar el presente. Pero diría que todo el mundo, en todas las facetas de la vida -no solo en educación- está hablando de cómo van a cambiar las cosas, de que todo va a ser diferente. Y, por supuesto, todo el mundo quiere que las cosas cambien en la dirección en que a ellos les gustaría, pero eso no significa que vaya a ocurrir. Al mismo tiempo, la industria de la tecnología, que es increíblemente poderosa y se está haciendo más poderosa durante esta crisis, también quiere que las cosas cambien a su manera. Y, en este caso, tienen una gran cantidad de poder para hacer que ocurra. Y yo creo que van a presionar la nueva normalidad para que se parezca a lo que ellos siempre han buscado. Hace un momento, hablábamos de su viejo proyecto de la educación online.
Aunque debo decir que yo no quiero volver exactamente a la «vieja normalidad» en educación. Porque tenía algunos problemas, y me encantaría que algunas cosas fueran diferentes en el futuro. Pero también sé que si son diferentes, cuando lo sean, no van a serlo como a mí me gustaría que lo fueran. Me temo que no vamos a reforzar las humanidades, que no vamos a volver a clases más pequeñas, que no vamos a volver a un escenario con equidad de acceso a la universidad con un buen programa de becas.
No tengo razones para afirmar que estos cambios vayan a producirse. Es solo que me gustaría.
Y para terminar: ¿alguna luz entre tanta incertidumbre?
Lo que diría es que los consumidores son muy poderosos en Estados Unidos. En la universidad esto significa padres y estudiantes, que tienen −entendido colectivamente− un gran poder para determinar dónde van las cosas. Cosa que también ocurre en los otros niveles educativos. Y en este momento en que están teniendo una experiencia masiva de aprendizaje en remoto, se están dando cuenta de que es terrible. Está pudiendo verse que ese futuro de la educación que nos promete Silicon Valley será una pesadilla. Así que una cosa que espero es que, cuando los estudiantes puedan volver a sus escuelas, pidan educación presencial. Y de los padres que han tenido una experiencia dura con sus hijos, que valoren a los profesores más, como se merecen y como no los valoramos en mi país.
Entrevista de Elena Cebrián
Fuente: eldebatedehoy.es
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