La misión de un papa no es la de contentar a todos haciendo una religión a la carta
Al comienzo de verano falleció el hermano de Benedicto XVI y unos días antes éste viajó a Ratisbona para darle el último adiós. Poco antes de la salida de Roma apareció el Papa Francisco en el monasterio Mater Ecclesiae para despedirle, llevaba unos caramelos para el viaje comprados en el supermercado del Vaticano. Quiso tener este detalle porque le conmovió el gesto de cariño del Papa emérito que, a pesar de las limitaciones físicas, no se perdonó acompañar a su hermano en el lecho de muerte, ambos estaban tan unidos que se llamaban a diario. Dos gestos cargados de humanidad de dos hombres de Dios. Y si nos remontamos a san Juan Pablo II, el terceto alcanza unas dimensiones colosales. Pocos se pueden preciar, como los católicos, de tener tan buenos líderes. Muy humanos, pero también muy divinos, tocados por la gracia.
Comenta Benedicto: “La misión de Pedro y de sus sucesores consiste precisamente en servir a esta unidad de la única Iglesia de Dios formada por judíos y paganos de todos los pueblos; su ministerio indispensable es hacer que no se identifique nunca con una sola nación, con una sola cultura, sino que sea la Iglesia de todos los pueblos, para hacer presente entre los hombres, marcados por numerosas divisiones y contrastes, la paz de Dios y la fuerza renovadora de su amor”.
Servidores de la unidad, tarea fundamental y preciosa la de los papas. Llevar el mensaje del Dios único a todos los pueblos de todos los tiempos. Mensaje único y salvador como dice san Juan de la Cruz: “Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”. Pedro, que es la roca visible de la Iglesia, nos lleva a la Roca en la que todo se apoya: Cristo.
El Evangelio de Mateo nos relata la pregunta que Jesús hace a los suyos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Jesús le respondió: ¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
Hay una intervención divina, una asistencia de Dios que ilumina el saber de Pedro, por eso proclama con certeza la esencia de la fe cristiana: Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías, Dios. También podemos preguntarnos quién es Jesús para mí, qué papel práctico tiene en mi vida: ¿me fio de Él?, ¿le sigo?, ¿me siento salvado por Él?, ¿mi fe en Cristo cambia mi vida? Pedro dará la vida por Cristo, a pesar de sus miserias, de sus dudas y cobardías, al final podrá más el amor con la ayuda de la gracia.
Después de esta preciosa confesión de fe Pedro recibe un encargo, una misión: “Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”. Han pasado más de dos mil años y Pedro sigue dirigiendo la barquilla de la Iglesia extendida por todos los rincones del mundo.
Creemos lo mismo ricos y pobres, niños y ancianos, sabios y analfabetos; de todas las razas y de todos los colores. Y así seguirá. Siempre habrá un hombre vestido de blanco al que llamaremos Papá, que eso significa Papa, que velará, con la ayuda del Espíritu Santo, por la unidad de la fe, de las costumbres; que nos recordará lo que Cristo enseñó, su palabra divina, esa Verdad que nos libera de la ignorancia, nos eleva y muestra nuestra grandeza: que somos fruto de un gran Amor, que somos grandes e importantes porque somos hijos de Dios.
La misión del papa no es la de contentar a todos haciendo una religión a la carta, la de ir amoldando la Verdad a los gustos de los tiempos o de los pueblos. Es la de señalarnos a Cristo, la de abrir las puertas que llevan a la salvación y cerrarlas a los lobos que hacen estragos en el rebaño con la escusa de satisfacer nuestros caprichos o la de hacernos mas modernos. Esta magna misión es la que nos lleva a admirar al papa, a rezar por él y quererle y respetarle.
También nos dará mucha luz leer sus escritos, escuchar sus palabras. Juan Pablo, Benedicto, Francisco,… son Pedro, la roca visible, la punta que emerge de esa piedra angular que es Cristo. Por eso escuchar a Pedro, quererle y venerarle es estar unidos a Cristo. Recemos por la persona e intenciones del santo Padre.