Solo los sabios se dan cuenta de que la amistad se cultiva. No se puede dejar crecer la hierba en el camino. La amistad requiere de atención y cuidados
Hay un refrán que le escuché a alguien, hace ya muchos años, que me sirvió para la vida y para entender la fuerza de la amistad: “tanto vales, cuanto valen tus amigos”. O sea, la sumatoria de lo que tus amigos están dispuestos a hacer por ti, es el valor real que cada uno de nosotros tenemos como persona. Ni más ni menos. Si quieres formarte un juicio acerca de alguien, observa quiénes son sus amigos.
En casa tan solo somos Luis o María. Esposos y padres. Hijos o hermanos. En el trabajo, jefe, colega o subordinado. Pero como explica C. S. Lewis en su libro “Los cuatro amores” la amistad es diferente. Ahí no importa la familia, la profesión, el estrato, la raza o el pasado del otro. Lo único que importa es la personalidad desnuda que se comparte con el otro, así como las ideas e intereses comunes. Por otra parte, y a diferencia del amor, la amistad es innecesaria como la filosofía o el arte. Para sobrevivir no tengo la obligación de ser amigo de nadie. Tampoco nadie tiene necesidad de mi amistad. Más bien, es una de esas cosas que le dan color a la vida…
La magia de la amistad está dentro de nosotros desde la infancia. La descubrimos cuando, de una forma fácil y espontánea, nos acercamos al otro de manera desinteresada, al reconocernos como iguales. Por eso la amistad de los niños es la amistad más genuina y sincera de la vida. Una vez que se hace fuerte, pueden pasar años de silencio, océanos de distancia y basta con un simple encuentro para que se avive como si no hubiese pasado ni un día de ausencia.
Sin embargo, la amistad se introduce en todas las edades. Pero antes, es necesario distinguir al compañero del amigo: el primero es involuntario o accidental; el segundo, voluntario y decidido. De esta forma, solo los sabios se dan cuenta de que la amistad se cultiva. No se puede dejar crecer la hierba en el camino. La amistad requiere de atención y cuidados.
Si tienes amigos dale gracias a la vida por haberte dado la fortuna de contar con ellos, con sus virtudes y defectos, con encuentros y desencuentros, con silencios y palabras. Un amigo fiel es un tesoro; no tiene precio porque un buen amigo es “otro yo”. Un amigo es alguien con quien se puede no hacer nada y disfrutarlo. Es una persona con la que se puede pensar en voz alta. Incluso un amigo lo sabe todo de ti y, a pesar de ello, te quiere y aprecia. Es alguien en quien puedes confiar. Es como un puerto para la vida. Quien no tiene un buen amigo a quien contar sus dichas y sus penas, en todas partes es un extraño. Por tanto, vivir sin amigos no es vivir.
En el crisol se prueba el oro y en la adversidad, al amigo verdadero. Conocemos a nuestros amigos en el interés que toman en los momentos de nuestra desgracia y en el celo que manifiesten en nuestras miserias y enfermedades. Por eso la lealtad y la correspondencia son las monedas con las que se compra este tesoro.
Siempre he pensado que nuestro paso por esta vida se aligera porque existe la amistad y, además, porque con nuestros reencuentros y mensajes la mantenemos vigente y viva, especialmente durante este confinamiento. Desde aquí les mando un agradecimiento especial a todos aquellos que alguna vez, de manera desinteresada, me ofrecieron su amistad.