La misión de la Iglesia es obra del Espíritu Santo, no consecuencia de nuestras reflexiones e intenciones
Ese rasgo es suficiente para rechazar toda forma de autosuficiencia, clericalismo o autoglorificación. Así lo afirma el Papa Francisco en un Mensaje a las Obras misionales pontificias (21-V-2020), es decir, las instituciones que se dedican a la animación y a la cooperación misionera[1].
El amplio mensaje contiene enseñanzas para el conjunto de la Iglesia católica, sus fieles e instituciones. El texto se distribuye en tres apartados: el primero, sobre la alegría del Evangelio; el segundo sobre la situación actual de las tareas misioneras y el tercero sobre algunas orientaciones en este ámbito.
1. La alegría del Evangelio. “La salvación −escribe Francisco− no es la consecuencia de nuestras iniciativas misioneras, ni siquiera de nuestros razonamientos sobre la encarnación del Verbo. La salvación de cada uno puede ocurrir sólo a través de la perspectiva del encuentro con Él, que nos llama. Por esto, el misterio de la predilección inicia −y no puede no iniciar− con un impulso de alegría, de gratitud”.
Como explicaba ya san Agustín, si la Iglesia no creyera que es Dios mismo el que la dirige en su misión y atrae hacía sí los corazones de los hombres, sus oraciones no serían auténticas, sino simples formalismos (cf. El don de la perseverancia. A Próspero y a Hilario, 23.63). En efecto, porque la oración se fundamenta en la fe que es don de Dios. Sin fe la oración no tendría sentido, y tampoco la pasión por la felicidad y la salvación de los demás, aunque se dedicara mucho tiempo a promover la conversión.
Ya en la exhortación Evangelii gaudium, Francisco señalaba los rasgos distintivos de la misión de la Iglesia y ahora retoma algunos de ellos:
− el atractivo (Cristo se nos revela atrayéndonos, decía también san Agustín, por la voluntad e incluso por el “gusto” −lo que sin duda es una valoración y evocación de la belleza de la obra redentora− (cf. Comentario al Evangelio de San Juan, 26, 4);
− la gratitud y la gratuidad, pues la misión brota de la memoria agradecida y del asombro ante el amor divino. El fervor misionero no es consecuencia de un razonamiento o de un cálculo, sino que es una respuesta libre, como fruto de la gratitud. Por eso, dice el Papa, no tendría sentido presentar la misión y el anuncio del Evangelio “como si fueran un deber vinculante, una especie de ‘obligación contractual’ de los bautizados”;
− la humildad, que no se obtiene por querer ser cautivadores, sino por seguir a Cristo (cf. Mt 11, 29);
− la paciencia y la misericordia que llevan a “facilitar, no complicar” el camino interior de las personas; “salir” a buscarlas y acompañarlas, aminorando el paso si es necesario, tener las puertas abiertas y otear el horizonte con esperanza (cf. Lc 15, 20); no añadir cargas pesadas o inútiles.
− La cercanía en la vida “cotidiana”, llegando a las personas en el trabajo y allí donde se encuentran cada día; sin crear mundos paralelos o “burbujas mediáticas”, como espacios protegidos y cautivos. Aquí pone Francisco el ejemplo del eslogan “es la hora de los laicos”, siendo así que el reloj parece parado.
− El “sentido de la fe” (sensus fidei) del Pueblo de Dios: su “olfato” para la acción del Espíritu Santo, que le lleva −al Pueblo cristiano− a no equivocarse cuando cree lo que es de Dios y a la oración, aunque no haya profundizado en los razonamientos y formulaciones teológicas que explican las realidades de la fe.
− La predilección por los pequeños y por los pobres, que no es algo opcional en la Iglesia. Hasta el punto de que, señala Francisco, “las personas directamente implicadas en las iniciativas y estructuras misioneras de la Iglesia no deberían justificar nunca su falta de atención a los pobres con la excusa −muy usada en ciertos ambientes eclesiásticos− de tener que concentrar sus propias energías en los cometidos prioritarios de la misión”.
Afirma también que la “necesidad del Espíritu Santo” y “el primado de la gracia” en la misión no deberían constituir simplemente principios o formulaciones que se dan por supuestas sin encontrar una respuesta operativa por nuestra parte.
2. Talentos a desarrollar, tentaciones a evitar. La “red” de la misión de la Iglesia se apoya en estas Obras Misionales Pontificias, que se dedican a la animación y cooperación misionera en toda la Iglesia. Estas Obras nacieron de forma espontánea entre los bautizados. Avanzaron desde el principio sobre los dos “raíles” de la oración y de la caridad en forma de limosna. Hace ahora un siglo (en 1922) fueron asumidas y organizadas con el título de “pontificias” como un ministerio universal a las Iglesias particulares, estructurado a modo de red capilar interior a ellas mismas y al servicio de la comunión eclesial. Hoy se extienden por todos los continentes, manifestando con su propia configuración la variedad de las condiciones y situaciones de la Iglesia en los diferentes lugares.
Estas características pueden ayudar a evitar algunas tentaciones o insidias. Entre ellas apunta el Papa: la autorreferencialidad, el ansia de mando, el elitismo, el aislamiento del pueblo, la abstracción y el funcionalismo. Cabría observar que su denominador común es la sustitución de una visión de fe por una visión humana, en la línea de los nuevos gnosticismos y pelagianismos señalados por Francisco en el capítulo segundo de la exhortación Gaudete et exsultate de 2018.
3. Entre los “consejos para el camino” en este ámbito de la animación, cooperación y promoción misionera, sugiere el sucesor de Pedro:
− Mejorar la inserción de las Obras Misionales Pontificias en el seno del Pueblo de Dios, es decir un mayor entrelazamiento con la red eclesial, es decir con la vida y la misión de la Iglesia y con la vida ordinaria, como medio útil para salir del encerramiento en las problemáticas internas y para adaptar los propios procedimientos operativos a los diversos contextos y circunstancias.
− Buscar una mayor conexión con la oración y la colecta de recursos para las misiones, que están en la raíz de estos servicios, así como nuevos caminos y formas sencillas de realizarlos.
− Fomentar, mediante la oración, el discernimiento de las señales que Dios nos da para el servicio efectivo a la misión evangelizadora de las Iglesias particulares, promoviendo más la fe que las meras estrategias o discursos.
− Mantener y mejorar el contacto con las realidades de la vida cotidiana y la “clase media de la santidad”, sin convertir la misión en un ejercicio burocrático o meramente funcional.
− Manifestar la gratitud ante los prodigios que realiza Dios saliendo y mirando hacia afuera y no hacia los propios “espejos”. “Romped −aconseja gráficamente el Papa− todos los espejos de vuestra casa”, aligerar y flexibilizar los procesos y las estructuras poniendo como guía el fervor misionero.
− Ante las dificultades −también las originadas por la actual pandemia− no confiar la colecta de recursos solamente en grades donantes, sino en la multitud de los bautizados, como cauce de su gratitud y generosidad.
− Cuidar los criterios a la hora de usar esas donaciones de forma que se den respuestas concretas a exigencias objetivas, sin caer en la tentación de privilegiar los propios intereses.
− No olvidar a los pobres, siguiendo la recomendación que el Concilio de Jerusalén dio al apóstol Pablo: “La predilección por los pobres y los pequeños −insiste una vez más Francisco− es parte de la misión de anunciar el Evangelio, que está desde el principio. Las obras de caridad espirituales y corporales hacia ellos manifiestan una ‘preferencia divina’ que interpela la vida de fe de todo cristiano, llamado a tener los mismos sentimientos de Jesús (cf. Flp 2,5).”
− Reflejar, en el apoyo a las misiones por todo el mundo, la rica variedad del pueblo con muchos "rostros" que es la Iglesia, sin depender “de modas pasajeras, de servilismos a escuelas de pensamiento unilateral o a homogeneizaciones culturales con características neocolonialistas; fenómenos que, por desgracia, se dan también en contextos eclesiásticos”.
− Cuidar el vínculo con la Iglesia de Roma, que preside en la caridad. Y en esa línea propone Francisco “compartir el amor a la Iglesia, reflejo del amor a Cristo, vivido y manifestado en el silencio, sin jactarse, sin delimitar el ‘terreno propio’; con un trabajo cotidiano que se inspire en la caridad y en su misterio de gratuidad; con una obra que sostenga a innumerables personas interiormente agradecidas, pero que quizás no saben a quién dar las gracias”.
Concluye el Papa animando de nuevo a la flexibilidad y soltura en los métodos y procedimientos evangelizadores y misioneros; al amor verdadero a la Iglesia como reflejo del amor a Cristo; al fervor apostólico impulsado por la vida teologal que solo el Espíritu Santo puede obrar en el Pueblo de Dios.
Ramiro Pellitero, en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.
[1] "Las Obras Misionales Pontificias son un importante impulso para la cooperación en la misión (...) Los Papas las han recomendado reiteradamente. (...) Estas obras son:
1) La Propagación de la fe: su cometido consiste en la educación, la formación, la sensibilización y la cooperación misionera de las comunidades cristianas.
2) La Obra de la Santa Infancia o Infancia misionera: tiene como objetivo cultivar en los niños una conciencia misionera, crear una red solidaria de comunión espiritual con los niños de las regiones más pobres, y despertar vocaciones misioneras.
3) La Obra de San Pedro apóstol: se dedica a la promoción del clero local en las misiones.
4) La Obra de la Pontificia Unión Misional: se dedica a formar a todos los que tienen que ver con las misiones (sacerdotes, religiosos y religiosas, y laicos)".
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