Ofrecemos un texto de San Juan Pablo II donde nos cuenta cómo podemos encontrar la vocación que Dios tiene preparada para cada uno de nosotros
Juan Pablo II, en muchas ocasiones, habló a los jóvenes de la llamada de Dios, la vocación personal. Todas aquellas preguntas que siempre te has planteado sobre esta cuestión, te las responde el mismo Papa como si se tratara de una conversación sincera y directa.
1. ¿A qué te llama Dios?
2. ¿Cuándo y cómo llama Dios?
3. Vocación a una entrega total a Cristo
− Dios llama desde muy jóvenes
− Es Dios quien llama y lo hizo desde la eternidad
− El proceso de la vocación
− La respuesta a la vocación es siempre un Sí lleno de fe
− Dificultades para la vocación
− Para ver claro el camino: oración, sacramentos y dirección espiritual
− Prontitud para decir que Sí ante la grandeza de la llamada
− La alegría de ser generosos
− Perseverancia y fidelidad
− La vocación es siempre apostólica
3a) La entrega total en medio del mundo
3b) Vocación matrimonial...
3c) Vocación sacerdotal...
3d) Vocación religiosa...
4. El ejemplo de María
* * *
Me dirijo sobre todo a vosotros, queridísimos chicos y chicas, jóvenes y menos jóvenes, que os halláis en el momento decisivo de vuestra elección. Quisiera encontrarme con cada uno de vosotros personalmente, llamaros por vuestro nombre, hablaros de corazón a corazón de cosas extremadamente importantes, no sólo para vosotros individualmente, sino para la humanidad entera.
Quisiera preguntaros a cada uno de vosotros: ¿Qué vas a hacer de tu vida? ¿Cuáles son tus proyectos? ¿Has pensado alguna vez en entregar tu existencia totalmente a Cristo? ¿Crees que pueda haber algo más grande que llevar a Jesús a los hombres y los hombres a Jesús?.
Os halláis en la encrucijada de vuestras vidas y debéis decidir cómo podéis vivir un futuro feliz, aceptando las responsabilidades del mundo que os rodea. Me habéis pedido que os dé ánimos y orientaciones, y con mucho gusto os ofrezco algunas palabras en el nombre de Jesucristo.
En primer lugar os digo: no penséis que estáis solos en esa decisión vuestra y en segundo lugar que cuando decidáis vuestro futuro, no debéis decidirlo sólo pensando en vosotros.
La convicción que debemos compartir y extender es que la llamada a la santidad está dirigida a todos los cristianos. No se trata del privilegio de una élite espiritual. No se trata de que algunos se sientan con una audacia heroica. No se trata de un tranquilo refugio adaptado a cierta forma de piedad o a ciertos temperamentos naturales. Se trata de una gracia propuesta a todos los bautizados, según modalidades y grados diversos.
La santidad cristiana no consiste en ser impecables, sino en la lucha por no ceder y volver a levantarse siempre, después de cada caída. Y no deriva tanto de la fuerza de voluntad del hombre, sino más bien del esfuerzo por no obstaculizar nunca la acción de la gracia en la propia alma, y ser, más bien, sus humildes «colaboradores».
Cada laico cristiano es una obra extraordinaria de la gracia de Dios y está llamado a las más altas cimas de santidad. A veces éstos no parecen apreciar totalmente la divinidad de su vocación. Su específica vocación y misión consiste en -como levadura- meter el Evangelio en la realidad del mundo en que viven.
¡Seguid a Cristo: vosotros, los solteros todavía, o los que os estáis preparando para el matrimonio! ¡Seguid a Cristo! Vosotros jóvenes o viejos. ¡Seguid a Cristo! Vosotros enfermos o ancianos, los que sentís la necesidad de un amigo: ¡Seguid a Cristo!
¡Cuántos jóvenes no poseen la verdad, y arrastran su existencia sin un «para qué»!; ¡Cuántos, quizá después de vanas y extenuantes búsquedas, desilusionados y amargados se han abandonado, y se abandonan todavía en la desesperación!
¡Y cuántos han logrado encontrar la verdad después de angustiosos años llenos de interrogantes y experiencias tristes!
Pensad, por ejemplo, en el dramático itinerario de San Agustín, para llegar a la luz de la verdad y a la paz de la inocencia reconquistada.
¡Y qué suspiro lanzó cuando, finalmente, alcanzó la luz! Y exclama con nostalgia: «¡Qué tarde te amé! »
i Pensad en la fatiga que tuvo que pasar el célebre Cardenal Newman para llegar, con la fuerza de la lógica, al catolicismo! ¡Qué larga y dolorosa agonía espiritual
!Es verdaderamente impresionante saber que poseemos la verdad.
Él os ha elegido, de modo misterioso, pero leal, para haceros con Él como Él, salvadores;
Quiere transformaros en Él.
Cristo os llama de verdad. Su llamada es exigente porque os invita a dejaros «pescar» por Él completamente, de modo que vuestra existencia se contemple bajo una luz diversa Tratad de vivir sólo para Él.
Hay un modo maravilloso de realizar el amor en la vida: se trata de la vocación de seguir a Cristo en el celibato libremente elegido o en la virginidad por amor del reino de los cielos. Pido a cada uno de vosotros que se interrogue seriamente sobre si Dios no lo llama hacia uno de estos caminos. Y a todos los que sospechan tener esta posible vocación personal, les digo: rezad tenazmente para tener la claridad necesaria, pero luego decid un alegre sí.
En efecto, Dios ha pensado en nosotros desde la eternidad y nos ha amado como personas únicas e irrepetibles, llamándonos a cada uno por nuestro nombre, como el Buen Pastor que «a sus ovejas las llama a cada una por su nombre».
Dios llama desde muy jóvenes
Durante los años de la juventud se va configurando en cada uno la propia personalidad. El futuro comienza ya a hacerse presente y el porvenir se ve como algo que está ya al alcance de las manos. Es el período en que se ve la vida como un proyecto prometedor a realizar del cual cada uno es y quiere ser protagonista.
Es también el tiempo adecuado para discernir y tomar conciencia con más radicalidad de que la vida no puede desarrollarse al margen de Dios y de los demás. Es la hora de afrontar las grandes cuestiones, de la opción entre el egoísmo o la generosidad.
Cada uno de vosotros está enfrentado ante el reto de dar pleno sentido a su vida, a la vida que se os ha concedido vivir.
Sois jóvenes y queréis vivir. Pero debéis vivir plenamente y con una meta. Debéis vivir para Dios; para los demás. Y nadie puede vivir esta vida para sí mismo. El futuro es vuestro, pero el futuro es sobre todo una llamada y un reto a «encontrar» vuestra vida entregándola, «perdiéndola», compartiéndola mediante la amorosa entrega a los demás. Dice Cristo: «El que ama su vida la pierde; pero el que aborrece su vida en este mundo, la encontrará para la vida eterna»'.
Y la medida del éxito de vuestra vida dependerá de vuestra generosidad.
Cristo dispone de toda la terapia para curar los males del mundo. Él, que ha querido considerarse médico a Sí mismo', nos ha enseñado que, si se quiere cambiar el mundo, hay que cambiar antes de nada el corazón del hombre.
Es Dios quien llama y lo hizo desde la eternidad.
Todos hemos sido llamados −cada uno de un modo concreto− para ir y dar fruto.
Los discípulos fueron elegidos por el Maestro, no se presentaron voluntarios, al menos en su inicio, porque la amistad que ofrece Jesús es completamente gratuita. Y el que se siente querido de Jesús también se siente a su vez obligado a ser un discípulo fiel y activo. Y esto es dar fruto.
En la raíz de toda vocación no se da una iniciativa humana o personal con sus inevitables limitaciones, sino una misteriosa iniciativa de Dios.
Desde la eternidad, desde que comenzamos a existir en los designios del Creador y Él nos quiso criaturas, también nos quiso llamados, preparándonos con dones y condiciones para la respuesta personal, consciente y oportuna a la llamada de Cristo o de la Iglesia. Dios que nos ama, que es Amor, es « Él quien llama».
La vocación es un misterio que el hombre -acoge y vive en lo más íntimo de su ser. Depende de su soberana libertad y escapa a nuestra comprensión. No tenemos que exigirle explicaciones, decirle: «¿por qué me haces esto?», puesto que Quien llama es el Dador de todos los bienes.
Por eso ante su llamada, adoramos el misterio, respondemos con amor a su iniciativa amorosa y decimos sí a la vocación.
Experimentar la vocación es un acontecimiento único, indecible, que sólo se percibe como suave soplo a través del toque esclarecedor de la gracia; un soplo del Espíritu Santo que, al mismo tiempo que perfila de verdad nuestra frágil realidad humana, enciende en nuestros corazones una luz nueva.
Infunde una fuerza extraordinaria que incorpora nuestra existencia al quehacer divino.
El proceso de la vocación
Una vocación en la Iglesia, desde el punto de vista humano, comienza con descubrimiento: encontrar la perla de gran valor. Vosotros habéis descubierto a Jesús: su persona, su mensaje, su llamada.
Después del inicial descubrimiento, sobreviene un diálogo en la oración, un diálogo entre Jesús y el que ha sido llamado, un diálogo que va más allá de las palabras y se expresa en el amor.
Ciertas experiencias de entusiasmo religioso que a veces concede el Señor son únicamente gracias iniciales y pasajeras que tienen por objeto empujar hacia una decidida voluntad de conversión caminando con generosidad en fe, esperanza y amor.
La llamada del hombre está primero en Dios: en su mente y en la elección que Dios mismo realiza y que el hombre tiene que leer en su propio corazón. Al percibir con claridad esta vocación que viene de Dios, el hombre experimenta la sensación de su propia insuficiencia. Trata incluso de defenderse ante la responsabilidad de la llamada. Y así, como sin querer, la llamada se convierte en el fruto de un diálogo interior con Dios y es, incluso, hasta a veces como el resultado de una batalla con Él.
Ante las reservas y dificultades que con la razón el hombre opone, Dios aporta el poder de su gracia. Y con el poder de esta gracia consigue el hombre la realización de su llamada.
La respuesta a la vocación es siempre un Sí lleno de fe
La fe y el amor no se reducen a palabras o a sentimientos vagos. Creer en Dios y amar a Dios significa vivir toda la vida con coherencia a la luz del Evangelio, y esto no es fácil. ¡Sí! Muchas veces se necesita mucho coraje para ir contra la corriente de la moda o la mentalidad de este mundo. Pero, lo repito, éste es el único camino para edificar una vida bien acabada y plena.
Y si a pesar de vuestro esfuerzo personal por seguir a Cristo, alguna vez sois débiles no cumpliendo... sus mandamientos, ¡no os desaniméis! ¡Cristo os sigue esperando! Él, Jesús, es el Buen pastor que carga con la oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con cariño para que sane'. Cristo es amigo que nunca defrauda.
El joven del Evangelio añade: «¿Qué me falta?». Aquél corazón joven movido por la gracia de Dios, siente un deseo de más generosidad, de más entrega, de más amor. Un deseoque es propio de la juventud; porque un corazón enamorado no calcula, no regatea, quiere darse sin medida.
«Jesús fijando en él la mirada, lo amó y le dijo) ven y sígueme».
A los que han entrado por la senda de la vida en el cumplimiento de los mandamientos el Señor les propone nuevos horizontes; el Señor les propone metas más elevadas y los llama a entregarse a ese amor sin reservas.
Descubrir esta llamada, esta vocación, es caer en la cuenta de que Cristo tiene fijos los ojos en ti y que te invita con la mirada a la entrega total en el amor. Ante esa mirada, ante ese amor suyo, el corazón abre las puertas de par en par y es capaz de decirle que sí.
Si algunos de vosotros siente una llamada a seguirle más de cerca, a dedicarle el corazón por entero como los apóstoles Juan y Pablo, que sea generoso, que no tenga miedo, porque no hay nada que temer cuando el premio que espera es Dios mismo, a quien, a veces sin saberlo, todo joven busca.
Jóvenes que me escucháis, jóvenes que sobre todo, queréis saber lo que habéis de hacer para alcanzar la vida eterna decid siempre que sí a Dios y Él os llenará de su alegría.
«Una sola cosa te falta: ven y sígueme»
¿Quizá hoy Jesús os está repitiendo a cada uno de vosotros: «Una sola cosa te falta»? ¿Quizá os está pidiendo más amor aún, más generosidad, más sacrificio? Sí, el amor de Cristo exige generosidad y sacrificio. Seguir a y servir al mundo en su nombre requiere coraje y fuerza. Ahí no hay lugar para el egoísmo ni para el miedo. No tengáis miedo, por tanto, cuando el amor sea exigente. No temáis cuando el amor requiera sacrificio.
Por esto os digo a cada uno de vosotros: escuchad la llamada de Cristo, cuando sintáis que os dice: «Sígueme.» Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado, permanece en mi amor! Te pide que optes por Cristo. ¡La opción por Cristo y su modelo de vida; Por su mandamiento de amor!
El amor verdadero es exigente. No cumpliría mi misión si no os lo hubiera dicho con toda claridad. El amor exige esfuerzo y compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios.
Dificultades para la vocación
Desdichadamente vivimos en una época en la que el pecado se ha convertido hasta en una industria, que produce dinero, mueve planos económicos, da bienestar. Esta situación es realmente impresionante y terrible. ¡Es necesario no dejarse asustar ni presionar! ¡Cualquier época exige del cristiano «coherencia»!
Sed valientes. El mundo necesita testigos, convencidos e intrépidos. No basta discutir, hay que actuar, vivir en gracia, practicar toda la ley moral, alimentad vuestra alma con el cuerpo de Cristo, recibiendo seria y periódicamente el Sacramento de la Penitencia. Servid. Estad disponibles a amar, a socorrer: a ayudar en casa, en el trabajo, en las diversiones, con los cercanos y los alejados.
Meditad también con seriedad y generosidad, si el Señor llama a alguno de vosotros.
¿Cómo es posible esto? Buena pregunta. Nuestra bendita Madre, María de Nazaret hizo la misma pregunta por primera vez ante el extraordinario plan al que Dios la había destinado. Y la respuesta que recibió María de Dios Todopoderoso es la misma que os da a vosotros: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti porque para Dios nada es imposible».
Conociendo bien la doctrina de Jesús es fácil actuar ante los retos de la vida sin miedo a equivocarnos o a estar solos, pues lo haremos, en todo momento y circunstancia, bajo la influyente guía de su propio Espíritu Santo, sea grande o pequeña.
Os dirán que el sentido de la vida está en el mayor número de placeres posibles; intentarán convenceros de que este mundo es el único que existe y que vosotros debéis atrapar todo lo que podáis para vosotros mismos, ahora. Oiréis a la gente que os dirá: vuestra felicidad está en acumular dinero y en consumir tantas cosas como podáis, y cuando os sintáis infelices acudid a la evasión del alcohol o de la droga.
Nada de esto es verdadero. Y nada de esto proporciona auténtica felicidad a vuestras vidas.
Quizá venís de familias católicas asistís a Misa el domingo o incluso entre semana, rezáis en familia todos los días y espero que lo continuéis haciendo así toda la vida, pero puede acosaros la tentación de alejaros de Cristo.
Oiréis decir a muchos que vuestras prácticas religiosas están irremediablemente desfasadas, fuera del estilo vuestro, fuera del estilo del futuro y que podéis organizar vuestras propias vidas y que ya Dios no cuenta.
Incluso muchas personas religiosas seguirán esas actitudes arrastrados por la atmósfera circundante.
Una sociedad así, perdidos sus más altos valores morales y religiosos es presa fácil para la manipulación y dominación de fuerzas que, so pretexto de liberar, esclavizan más aún.
¡Jesús tiene la respuesta a vuestras preguntas y la clave de la historia! En Cristo descubriréis la verdadera grandeza de vuestra propia humanidad.
¡Él sigue llamándoos, Él sigue invitándoos! Sí. Cristo os llama, pero Él os llama de verdad. Su llamada es exigente, porque os invita a dejaros «pescar» completamente por Él, de modo que veréis toda vuestra vida bajo una luz nueva. Es el amigo que dice a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos..., sino que os llamo amigos» demuestra su amistad entregando su vida por nosotros.
La auténtica vida no se encuentra en uno mismo o en las cosas materiales. Se encuentra en otro, en Aquel que ha creado todo lo que de bueno, verdadero y hermoso hay en el mundo. La auténtica vida se encuentra en Dios, y vosotros descubriréis a Dios en la persona de Jesucristo.
Para ver claro el camino: oración, sacramentos y dirección espiritual
Tratad de conocer a Jesús de modo auténtico, profundizad en su conocimiento para entrar en su amistad. El conocimiento de Jesús, rompe la soledad, supera la tristeza y la duda, da sentido a la vida, frena las pasiones, eleva los ideales, capacita para ayudar a acertar en las decisiones. Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida.
Buscadlo a través de la oración, en el diálogo sincero y asiduo con Él. Hacedle partícipe de los interrogantes que os van planteando los problemas y proyectos propios. Buscadle en su Palabra, en los santos Evangelios, y en la vida litúrgica de la Iglesia. Acudid a los sacramentos. Abrid con confianza vuestras aspiraciones más íntimas al amor de Cristo, que os espera en la Eucaristía. Hallaréis respuesta a todas vuestras inquietudes y veréis con gozo que la coherencia de la vida que Él os pide es la puerta para lograr la realización de los más nobles deseos de vuestra alma joven.
Madurad en el recogimiento y la oración la elección que vais a hacer: si la voz del Señor resuena en lo más íntimo de vuestro corazón, quered escuchadle. «Si escucháis hoy mi voz: no endurezcáis vuestro corazón».
¿Quién se atreverá a decir que no al Señor que te llama? Nadie puede permitirse equivocar el camino de su vida.
Por tanto, meditadlo bien, rezad para tener la luz necesaria en vuestra elección y hecha la elección rezad todavía más para tener la fortaleza de permanecer, caminando siempre «de manera digna del Señor, procurando serle grato en todo».
«Señor, que vea»; que vea, Señor, cual es tu voluntad para mí en cada momento, y sobre todo que vea en qué consiste ese designio de amor para toda mi vida, que es mi vocación. Y dame generosidad para decirte que sí y serte fiel, en el camino que quieras indicarme para que sea sal y luz en mi trabajo, en mi familia, en todo el mundo.
El sacramento de la penitencia, es un medio singularmente eficaz para el crecimiento espiritual. Indispensable para el fiel que habiendo caído en pecado grave quiere retornar a la vida de Dios.
La dirección espiritual, que puede llevarse fuera del contexto del sacramento de la penitencia e incluso ser llevada por quien no tiene el orden sagrado, ayuda a superar el peligro de la arbitrariedad a la hora de conocer y decidir la propia vocación a la luz de Dios.
Prontitud para decir Sí ante la grandeza de la llamada
¡Ánimo, jóvenes! ¡Cristo os llama y el mundo os espera! Recordad que el Reino de Dios necesita vuestra generosa y total entrega. No seáis como el joven rico, que invitado por Cristo, no supo decidirse y permaneció con sus bienes y con su tristeza, él, que había sido preguntado con una mirada de amor. `Sed como aquellos pescadores que llamados por Jesús, dejaron todo inmediatamente y llegaron a ser pescadores de hombres'.
Sentid la grandeza de esta misión, dejaos arrastrar del todo por el torbellino en cuyo centro actúa Dios mismo, tened plena conciencia de realizar una misión insustituible. No permitáis que la insidia de la duda, del cansancio o de la desilusión empañen el frescor de la entrega.
La alegría de ser generosos
Queridísimos: comprendéis que os hablo de cosas muy importantes. Se trata de dedicar la vida entera al servicio de Dios y de la Iglesia, de hacerlo con fe segura, con convicción madura y decisión libre, con generosidad a toda prueba y sin arrepentimiento.
Abrid vuestro corazón al encuentro gozoso con Cristo. Pedid consejo. La Iglesia de Jesús debe continuar su misión en el mundo. Al hablaros de la vocación y al insistiros en seguir este camino, soy yo el humilde y apasionado servidor de aquel amor, que movía a Cristo cuando llamaba a los discípulos a seguirle.
Estad seguros de que si le escuchaseis y le siguieseis os sentiríais llenos de gozo y alegría. Sed generosos, tened valor y recordad su promesa: «mi yugo es suave y mi carga ligera».
Jóvenes: Cristo necesita de vosotros y os llama para ayudar a millones de hermanos vuestros a salvarse. Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor; sin condicionar vuestra disponibilidad, sin miedos a respuestas definitivas, porque el amor y la amistad no tienen ocaso.
Perseverancia y fidelidad
Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serio a la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad a una coherencia que dure toda la vida.
Su llamada es una declaración de amor. Vuestra respuesta es entrega, amistad, amor manifestado en la donación de la propia vida, como seguimiento definitivo.
Ser fieles a Cristo es amarlo con toda el alma y con todo el corazón de forma que ese amor sea la norma y el motor de todas nuestras acciones.
La fidelidad de Cristo alcanza en la Cruz su máxima y culminante expresión. De ahí que sea imprescindible la renuncia y la mortificación. Sin una ascética exigente y sin una disponibilidad para servirle profundamente enraizada en vuestro corazón, sin el hábito del olvido de sí, sería imposible amar de veras y ocuparse sólo de los intereses de Cristo.
Permitidme que os abra mi corazón para deciros que la principal preocupación ha de ser la fidelidad, la lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al Señor con una entrega total y con una disponibilidad apostólica sin condicionamientos ni fronteras. Sólo a la luz de esta entrega se pueden afrontar los demás problemas.
La vocación es siempre apostólica
Dios llama a quien quiere, por libre iniciativa de su amor. Pero quiere llamar a través de otras personas. Así quiere hacerlo el Señor Jesús. Fue Andrés quien condujo a Jesús a su hermano Pedro. Jesús llamó a Felipe, pero Felipe a Natanael…
No debe existir ningún temor en proponer directamente a una persona joven o menos joven la llamada del Señor. Es un acto de estima y de confianza. Puede ser un momento de luz y de gracia.
Ningún cristiano está exento de su responsabilidad apostólica, ninguno puede ser sustituido en las exigencias de su apostolado personal. ¡Ninguna actividad humana puede quedar ajena a vuestra pasión apostólica!.
Son muchos vuestros coetáneos que no conocen a Cristo, o no lo conocen lo suficiente. Por consiguiente, no podéis permanecer callados e indiferentes.
Ciertamente, la mies es mucha, y se necesitan obreros en abundancia. Cristo confía en vosotros y cuenta con vuestra colaboración. Os invito, pues, a renovar vuestro compromiso apostólico. ¡Cristo tiene necesidad de vosotros! Responded a su llamamiento con el valor y el entusiasmo característicos de vuestra edad.
3a) La entrega total en medio del mundo
No hay vocación más religiosa que el trabajo. Un laico católico, hombre o mujer, es alguien que toma el trabajo en serio. Sólo el cristianismo ha dado un sentido religioso al trabajo y reconoce el valor espiritual del progreso tecnológico.
Tenéis como finalidad la santificación de la vida permaneciendo en el mundo, en el propio puesto de trabajo y de profesión: vivir el Evangelio en el mundo, viviendo verdaderamente inmersos en el mundo, pero para transformarlo y redimirlo con el propio amor de Cristo. Realmente es una gran ideal el vuestro.
Tal es vuestro mensaje y vuestra espiritualidad: vivir unidos a Dios en medio del mundo, en cualquier situación, cada uno luchando por ser mejor con la ayuda de la gracia, y dando a conocer a Jesucristo con el testimonio de la propia vida.
¿Hay algo más bello y más apasionante que este ideal? Vosotros, insertos y mezclados en esta humanidad alegre y dolorosa, queréis amarla, iluminarla, salvarla: ¡benditos seáis y siempre animosos en este vuestro intento!
Vale la pena dedicarse al hombre por Cristo, para llevarle a Él, para elevarlo, para ayudarle en el camino hacia la eternidad; vale la pena por el Reino del Señor vivir ese precioso valor del cristianismo: el celibato apostólico.
Sed testigos de Cristo frente a vuestros coetáneos. De este modo fortaleceréis vuestra vida de creyentes seguros de comprometeros en una causa grande y podréis seguir la voz del Espíritu Santo. Y si esta voz os llama a un amor más elevado y generoso no tengáis miedo.
Con el corazón encendido, dialogando con el Señor, tal vez alguno de vosotros se dé cuenta de que Jesús le pide más, de que le llama a que, por su amor, se lo entregue todo. Queridos jóvenes, quisiera deciros a cada uno: Si tal llamada llega a tu corazón, no la acalles. Deja que se desarrolle hasta la madurez de una auténtica vocación. Colabora con esa llamada a través de la oración y la fidelidad a los mandamientos. Hay -lo sabéis bien- una gran necesidad de vocaciones de laicos comprometidos que sigan más de cerca a Jesús. «La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies». Con este programa la Iglesia se dirige a vosotros, jóvenes. Rogad también vosotros. Y, si el fruto de esta oración de la Iglesia llega a nacer en lo íntimo de vuestro corazón, escuchad al Maestro que os dice: «Sígueme». No tengáis miedo y dadle, si os lo pide, vuestro corazón y vuestra vida entera.
3b) Vocación matrimonial
Toda la historia de la humanidad es la historia de la necesidad de amar y de ser amado.
El corazón −símbolo de la amistad y del amor− tiene también sus normas, su ética y... nada tiene que ver con la sensiblería y menos aún con el sentimentalismo.
Jóvenes, ¡alzad con frecuencia los ojos a Jesucristo! ¡No tengáis miedo! Jesús no vino a condenar el amor, sino a liberar el amor de sus equívocos y falsificaciones.
El ser humano es un ser corporal no es un objeto cualquiera. Es, ante todo, alguien; en el sentido de que es una manifestación de la persona, un medio de presencia entre los demás, de comunicación. El cuerpo es una palabra, un lenguaje. ¡Qué maravilla y qué riesgo al mismo tiempo! ¡Tened un gran respeto de vuestro cuerpo y del de los demás! ¡Que vuestros gestos, vuestras miradas, sean siempre el reflejo de vuestra alma!
Jóvenes, la unión de los cuerpos ha sido siempre el lenguaje más fuerte con el que dos seres pueden comunicarse entre sí. Y por eso mismo, un lenguaje semejante, que afecta al misterio sagrado del hombre y de la mujer, exige que no se realicen jamás los gestos del amor sin que se aseguren las condiciones de una posesión total y definitiva de la pareja, y que la decisión sea tomada públicamente mediante el matrimonio.
Y a aquellos a los que Cristo llama a la vocación matrimonial les digo: estad seguros del amor de la Iglesia hacia vosotros. La vida familiar cristiana y la fidelidad de toda la vida en el matrimonio son también hoy necesarios para el mundo.
Escucha, en el fondo del corazón a tu conciencia que te llama a ser puro: al serio compromiso del matrimonio que es cimiento de un sólido edificio. No se puede alimentar un hogar con el fuego del placer que se consume rápidamente, como un puñado de hierba seca. Los encuentros ocasionales son simples caricaturas del amor, hierven los corazones y descarnan el plan divino.
¿Qué quiere Jesús de mí? ¿A qué me llama? ¿Cuál es el sentido de su llamada para mí?
Para la gran mayoría de vosotros, el amor humano se presenta corno una forma de autorrealización en la formación de una familia. Por eso, en el nombre de Cristo deseo preguntaros: ¿Estáis dispuestos a seguir la llamada de Cristo a través del sacramento del matrimonio, para ser procreadores de nuevas vidas, formadores de nuevos peregrinos hacia la ciudad celeste?
La familia es un misterio de amor, al colaborar directamente en la obra creadora de Dios. Amadísimos jóvenes, un gran sector de la sociedad no acepta las enseñanzas de Cristo, y, en consecuencia toma otros derroteros: el hedonismo, el divorcio, el aborto, control de la natalidad, los medios contraceptivos. Estas formas de entender la vida están en claro contraste con la Ley de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. Seguir fielmente a Cristo quiere decir poner en práctica el mensaje evangélico, que implica también la castidad, la defensa de la vida, así como la indisolubilidad del vínculo matrimonial, que no es un mero contrato que se pueda romper arbitrariamente.
Viendo el «permisivismo» del mundo moderno, que niega o minimiza la autenticidad de los principios cristianos, es fácil y atrayente respirar esta mentalidad contaminada y sucumbir al deseo pasajero. Pero tened en cuenta que los que actúan de este modo no siguen ni aman a Cristo. En esta decisión cristiana, el amor es más fuerte que la muerte. Por eso os pregunto nuevamente: ¿Estáis dispuestos y dispuestas a salvaguardar la vida humana con el máximo cuidado en todos los instantes, aún en los más difíciles? ¿Estáis dispuestos corno jóvenes cristianos a vivir y a defender el amor a través del matrimonio indisoluble, a proteger la estabilidad de la familia, la educación equilibrada de los hijos, al amparo del amor paterno y materno que se complementan mutuamente? Este es el testimonio cristiano que se espera de la mayoría de vosotros y de vosotras.
3c) Vocación sacerdotal
Muchas veces me preguntan, sobre todo la gente joven, por qué me hice sacerdote. Quizá alguno de vosotros queráis hacerme la misma pregunta. Os contestaré brevemente.
Pero tengo que empezar por decir que es imposible explicarla por completo. Porque no deja de ser un misterio hasta para mí mismo. ¿Cómo se pueden explicar los caminos del Señor? Con todo, sé que en cierto momento de mi vida me convencí de que Cristo me decía lo que había dicho a miles de jóvenes antes que a mí: «¡Ven y sígueme!» Sentí muy claramente que la voz que oía en mi corazón no era humana ni una ocurrencia mía. Cristo me llamaba para servirle como sacerdote.
Y como ya lo habréis adivinado, estoy profundamente agradecido a Dios por mi vocación al sacerdocio. Nada tiene para mí mayor sentido ni me da mayor alegría que celebrar la Misa todos los días y servir al Pueblo de Dios en la Iglesia. Ha sido así desde el mismo día de mi ordenación sacerdotal. Nada lo ha cambiado, ni siquiera el llegar a ser Papa.
Recuerdo con profunda emoción el encuentro que tuvo lugar en Nagasaki entre un misionero que acababa de llegar y un grupo de personas que, una vez convencidas de que era un sacerdote católico, le dijeron: «Hemos estado esperándote durante siglos». Habían estado sin sacerdote, sin iglesias y sin culto durante más de doscientos años. Y sin embargo, a pesar de circunstancias adversas, la fe cristiana no había desaparecido; se había transmitido dentro de la familia de generación en generación.
La vocación sacerdotal es esencialmente una llamada a la santidad según la forma que nace del sacramento del Orden. Santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo pobre, casto y humilde, es amor sin reservas a las almas y entrega a un bien verdadero, es amor a la Iglesia que es santa y nos quiere santos porque tal es la misión que Cristo le ha confiado. Cada uno debe ser santo para ayudar a los demás a seguir su vocación a la santidad.
Deseáis descubrir si verdaderamente sois llamados al sacerdocio. La cuestión es seria, porque requiere prepararse bien, con rectitud de intención y exige una seria formación.
Su llamada es una declaración de amor. Vuestra respuesta es entrega, amistad, amor manifestado en la donación de la propia vida, como seguimiento definitivo y como participación permanente en su misión y en su consagración. Decidirse es amarlo con toda el alma y con todo el corazón, de forma que ese amor sea la norma y el motor de vuestras acciones. Vivid desde ahora plenamente la Eucaristía; Sed personas para quienes el centro y el culmen de toda la vida es la Santa Misa, la comunión y la adoración eucarística. Ofreced a Cristo vuestro corazón en la meditación y en la oración personal que es el fundamento de la vida espiritual.
¡El mundo mira al sacerdote porque mira a Jesús!
Nadie puede ver a Cristo, pero todos ven al sacerdote y por medio de él quieren ver al Señor!
¡Qué inmensa la grandeza y dignidad del sacerdote!.
«Orad, pues, al dueño de la mies para que mande obreros a su mies...»
Considerando que la Eucaristía es el don más grande que da el Señor a la Iglesia, es preciso pedir sacerdotes, puesto que el sacerdocio es un don para la Iglesia. Se debe rezar con insistencia para conseguir ese regalo. Debe pedirse de rodillas.
Llamados, consagrados, enviados. Esta triple dimensión explica y determina vuestra conducta y vuestro estilo de vida. Estáis «puestos aparte»; «segregados», pero «no separados». Más bien os separaría olvidar o descuidar el sentido de la consagración que distingue vuestro sacerdocio. Ser uno más en la profesión, en el estilo de vida, en el modo de vivir, en el compromiso político, no os ayudaría a realizar plenamente vuestra misión; defraudaríais a vuestros propios fieles, que os quieren sacerdotes de cuerpo entero.
3d) Vocación religiosa
Y si alguno o alguna de vosotros advierte la llamada de Cristo al don total de sí en la vida religiosa, no rechace una propuesta tan elevada, aunque sea exigente. Que encuentre la valentía de un sí generoso y fuerte, que pueda dar una inigualable plenitud de sentido a toda la vida.
La vocación religiosa es un don libremente ofrecido y libremente aceptado. Es una profunda expresión del amor de Dios hacia vosotros y, por vuestra parte, requiere a cambio un amor total a Cristo. Por tanto toda la vida de un religioso está encaminada a estrechar el lazo de amor que fue primero forjado en el sacramento del bautismo.
Estáis llamados a realizar esto en la consagración religiosa mediante la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.
Me es grato reafirmar con fuerza el papel eminentemente apostólico de las monjas de clausura. Dejar el mundo para dedicarse −en la soledad− a una oración más profunda y constante no es más que una forma particular... de ser apóstol.
Sería un error considerar a las monjas de clausura como criaturas separadas de sus contemporáneos, aisladas y como apartadas del mundo y de la Iglesia; están, por el contrario, presentes de la manera más profunda posible, con la misma ternura de Cristo. Es por ello, lógico que los Obispos de las nuevas Iglesias soliciten como una gracia especial, la posibilidad de acoger un monasterio de religiosas contemplativas, aún cuando el número de las activas sea todavía insuficiente.
La juventud contemporánea no está cerrada al llamamiento evangélico, como se afirma con excesiva facilidad. Claro está que puede encaminarse espontáneamente a caminos nuevos; de todos modos se siente igualmente atraída por las congregaciones antiguas que les presentan un rostro vivo y siguen fieles a exigencias radicales y presentadas con sensatez.
Basta consultar la historia de la Iglesia para ver una prueba de ello. Pero las adaptaciones que nacen de la relajación o llevan a ella no pueden de ninguna manera atraer a los jóvenes, porque éstos en el fondo de sí mismos tienen capacidad de una entrega total aunque algunas aparezcan vacilantes o bloqueadas.
Quiero recordar aquí de modo particular a las 400 jóvenes religiosas de vida contemplativa de España que me han manifestado sus deseos de estar con nosotros. Sé ciertamente que están muy unidas a todos nosotros a través de la oración en el silencio del claustro. Hace siete años, muchas de ellas asistieron al encuentro que tuve con los jóvenes en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid. Después respondiendo generosamente a la llamada de Cristo, le han seguido de por vida. Ahora se dedican a rezar por la Iglesia, pero sobre todo por vosotros y vosotras, jóvenes, para que sepáis responder también con generosidad a la llamada de Jesús.
Para los jóvenes sobre todo, mi mensaje se hace invitación y exhortación. Quisiera que la juventud del mundo entero se acercase más a María. Ella es portadora de un signo indeleble de juventud y belleza que no pasan jamás. Que los jóvenes tengan cada vez más su confianza en Ella y que confíen a Ella la vida que se abre ante ellos.
¿Qué nos dirá María, nuestra Madre y Maestra? En el Evangelio encontramos una frase en la que María se manifiesta realmente como Maestra. Es la frase que pronunció en las bodas de Caná. Después de haber dicho a su Hijo: «No tienen vino», dice a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga».
Y estas palabras encierran un mensaje muy importante, válido para todos los hombres de todos los tiempos. Ese «Haced lo que Él os diga» significa: escuchad a Jesús, mi Hijo; actuad según su palabra y confiad en Él. Aprended a decir que «Sí» al Señor en cada circunstancia de vuestra vida. Es un mensaje muy reconfortante, del cual todos tenemos necesidad.
«Haced lo que Él os diga.» En estas palabras María expresa, sobre todo, el secreto más profundo de su vida. En estas palabras está toda Ella. Su vida, de hecho, ha sido un «Sí» profundo al Señor. Un «Sí» lleno de gozo y de confianza.
Es preciso, pues, que acojáis a María en vuestras jóvenes vidas, igual que el Apóstol Juan la acogió «en su casa». Que le permitáis ser vuestra Madre. Que abráis ante Ella vuestros corazones y vuestras conciencias. Que Ella os ayude a encontrar siempre a Cristo, para «seguirlo», por cada uno de los caminos de vuestra vida.
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Este fue el momento de la vocación de María. Y de ese momento dependió la posibilidad misma de la Navidad. Sin el «sí» de María, Jesús no hubiera nacido.
Fuente: corazones.org.
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