Durante la Audiencia general de hoy, el Papa ha continuado su catequesis sobre la oración; ha reflexionado sobre el valor de la oración de los justos
Queridos hermanos y hermanas:
Dedicamos la catequesis de hoy a la oración de los justos. En los primeros capítulos del libro de Génesis, observamos cómo el plan de Dios para la humanidad era bueno; no obstante, la presencia del mal se expandía sin remedio. Adán y Eva dudaron de las buenas intenciones de Dios y se dejaron engañar por el maligno. Ese mal pasó a la segunda generación: Caín sintió envidia de su hermano Abel y lo mató; y así, el mal se fue extendiendo como un incendio que arrasa todo. De ahí, los relatos del diluvio universal y de la torre de Babel en los que se revela una humanidad corrompida y la necesidad de una nueva creación.
Sin embargo, en esas mismas páginas de la Biblia, se escribe otra historia, que es menos notoria, pero que representa la redención de la esperanza a través de las personas que se opusieron al mal y rezaban a Dios, siendo capaces de escribir el destino de la humanidad de modo diferente. ¡La oración tiene el poder de escribir el destino de la humanidad de modo diferente! Vemos, por ejemplo, a Abel que ofreció a Dios un sacrificio de primicias; también, a Noé, un hombre justo que “caminó con Dios” y ante quien Dios cambió su intención de arrasar todo el género humano.
De estos relatos, se constata cómo la oración es vivida por una multitud de justos y el poder de Dios pasa por estos hombres y mujeres que, a menudo, son incomprendidos o marginados por sus contemporáneos. Pero, gracias a la oración de ellos, Dios muestra su misericordia y muestra su bondad al mundo. Su oración transforma el desierto del odio en un oasis de vida y paz.
Dedicamos la catequesis de hoy a la oración de los justos. El plan de Dios para la humanidad es bueno, pero en nuestra vida diaria experimentamos la presencia del mal: es una experiencia de todos los días. Los primeros capítulos del libro del Génesis describen el progresivo dilatarse del pecado en las vidas humanas. Adán y Eva (cfr. Gen 3,1-7) dudan de las intenciones benévolas de Dios, pensando que se trata de una divinidad envidiosa, que impide su felicidad. De ahí la rebelión: ya no creen en un Creador generoso, que desea su felicidad. Su corazón, cediendo a la tentación del maligno, es presa de delirios de omnipotencia: “Si comemos el fruto del árbol seremos como Dios” (cfr. v. 5). Esa es la tentación, la ambición que entra en el corazón. Pero la experiencia va en sentido contrario: sus ojos se abren y descubren que están desnudos (v. 7), sin nada. No olvidéis esto: el tentador es un mal pagador, paga mal.
El mal se vuelve aún más destructivo en la segunda generación humana, es más fuerte: es la historia de Caín y Abel (cfr. Gen 4,1-16). Caín tiene envidia del hermano: es el gusano de la envidia; aun siendo él el primogénito, ve a Abel como rival, alguien que amenaza su primado. El mal se asoma a su corazón y Caín no logra dominarlo. El mal comienza a entrar en el corazón: los pensamientos son siempre de mirar mal al otro, con recelo. Y pasa también en la imaginación: “Ese es malo, me hará daño”. Ese pensamiento va entrando en el corazón, y la historia de la primera fraternidad acaba en homicidio. Pienso hoy en la fraternidad humana: ¡guerras por todas partes!
En la descendencia de Caín se desarrollan los oficios y las artes, pero también se desarrolla la violencia, expresada en el siniestro cántico de Lamec, que suena como un himno de venganza: «A un hombre he matado por herirme, y a un joven por golpearme. Caín será vengado siete veces, y Lamec setenta y siete» (Gen 4,23-24). La venganza: “Lo has hecho, lo pagarás”. Pero eso no lo dice el juez, lo digo yo, me hago juez de la situación. Y el mal se extiende como mancha de aceite hasta ocupar todo el cuadro: «El Señor vio que la maldad del hombre crecía sobre la tierra y que todos los pensamientos de su corazón tienden siempre y únicamente al mal» (Gen 6,5). Los grandes frescos del diluvio universal (cap. 6-7) y de la torre de Babel (cap. 11) revelan la necesidad de un nuevo comienzo, como una nueva creación, que tendrá su cumplimiento en Jesucristo.
Sin embargo, en esas primeras páginas de la Biblia se escribe otra historia, menos aparente, mucho más humilde y piadosa, que representa la redención de la esperanza. Aunque casi todos se comportan de manera brutal, convirtiendo el odio y la conquista en el gran motor de los asuntos humanos, hay personas capaces de rezar a Dios con sinceridad, capaces de escribir el destino del hombre de manera diferente. Abel ofrece a Dios un sacrificio de primicias. Tras su muerte, Adán y Eva tuvieron un tercer hijo, Set, de quien nació Enós (que significa “mortal”), y se dice: «Por entonces se comenzó a invocar el nombre del Señor» (4,26). Luego aparece Henoc, personaje que “camina con Dios” y que es llevado al cielo (cfr. 5,22.24). Y finalmente está la historia de Noé, hombre justo que «siguió los caminos de Dios» (6,9), ante el cual Dios cambió su propósito de aniquilar la humanidad (cfr. 6,7-8).
Leyendo estos relatos, se tiene la impresión de que la oración sea el dique, el refugio del hombre ante la oleada de mal que crece en el mundo. Bien mirado, rezamos también para ser salvados de nosotros mismos. Es importante rezar: “Señor, por favor, sálvame de mí mismo, de mis ambiciones, de mis pasiones”. Los orantes de las primeras páginas de la Biblia son hombres constructores de paz: de hecho, la oración, cuando es auténtica, libera de los instintos de violencia y es una mirada dirigida a Dios, para que vuelva Él a cuidar el corazón del hombre. Se lee en el Catecismo: «Este carácter de la oración ha sido vivido en todas las religiones, por una muchedumbre de hombres piadosos» (CCC, 2569). La oración cultiva campos de retoños en lugares donde el odio del hombre solo ha sido capaz de agrandar el desierto. Y la oración es poderosa, porque atrae el poder de Dios, y el poder de Dios siempre da vida: siempre. ¡Es el Dios de la vida, y hace renacer!
Por eso el señorío de Dios pasa por la cadena de esos hombres y mujeres, a menudo incomprendidos o marginados por el mundo. Pero el mundo vive y crece gracias a la fuerza de Dios que esos siervos suyos atraen con su oración. Son una cadena nada ruidosa, que raramente sale en las noticias, ¡pero es tan importante para devolver confianza al mundo! Recuerdo la historia de un hombre: un jefe de gobierno, importante, no de esta época, de tiempos pasados. Un ateo que no tenía sentido religioso en el corazón, pero de niño oía a su abuela rezar, y eso se le quedó en su corazón. Y en un momento difícil de su vida, aquel recuerdo volvió a su corazón y decía: “Pues la abuela rezaba”. Empezó a rezar con las fórmulas de la abuela y encontró a Jesús. La oración es una cadena de vida, siempre: tantos hombres y mujeres que rezan, siembran vida. La oración siembra vida, la pequeña oración: por eso es tan importante enseñar a los niños a rezar. A mí me duele cuando encuentro niños que no saben hacer la señal de la cruz. Hay que enseñarles a hacer bien la señal de la cruz, porque es la primera oración. Es importante que los niños aprendan a rezar. Luego, tal vez, se podrán olvidar, tomar otro camino; pero las primeras oraciones aprendidas de niño permanecen en el corazón, porque son semilla de vida, la semilla del diálogo con Dios.
El camino de Dios en la historia de Dios ha pasado por ellos: pasa por un “resto” de humanidad que no se ha resignado a la ley del más fuerte, sino que ha pedido a Dios que realice sus milagros, y sobre todo que transforme nuestro corazón de piedra en corazón de carne (cfr. Ez 36,26). A esto ayuda la oración: porque la oración abre la puerta a Dios, transformando nuestro corazón tantas veces de piedra, en un corazón humano. Y hace falta mucha humanidad, y con humanidad se reza bien.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Dentro de pocos días celebraremos la fiesta de Pentecostés. Pidamos al Espíritu Santo que nos haga hombres de paz y fraternidad y dé al mundo confianza y esperanza. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua inglesa conectados por los medios de comunicación. Mientras nos preparamos a celebrar la Solemnidad de Pentecostés, invoco sobre vosotros y vuestras familias la abundancia de los dones del Espíritu Santo. Dios os bendiga.
Un cordial saludo dirijo a los fieles de lengua alemana. Sigamos el ejemplo de la Virgen María: Ella, con su asidua oración junto a los Apóstoles, invocó al Espíritu Santo para la Iglesia, que renueva a los hombres en el amor de Cristo. Que el Espíritu de Caridad llene nuestros corazones para que estén continuamente dirigidos al Señor en la oración.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Los animo a leer las primeras páginas del libro del Génesis para redescubrir la fuerza que tiene la oración de los “amigos de Dios”, y para hacer nosotros lo mismo. Invoquemos su Nombre con confianza y elevemos nuestra oración conjunta para que el Señor sane a este mundo de todas sus dolencias, y a nosotros nos haga experimentar la alegría de la salvación. Que Dios los bendiga.
Saludo a los oyentes de lengua portuguesa y os recuerdo que la oración abre la puerta de nuestra vida a Dios. Y Dios nos enseña a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de los demás inmersos en la prueba, ofreciéndoles consuelo, esperanza y ayuda. De corazón os bendigo en el nombre del Señor.
Saludo a los fieles de lengua árabe que siguen este encuentro a través de los medios de comunicación. La oración no cambia a Dios, sino a nosotros mismos y nos hace más dóciles a su santa voluntad. Rezar nos hace entrar poco a poco en la luz divina que purifica nuestro corazón de toda tiniebla. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los Polacos conectados con nosotros a través de los medios de comunicación. Estamos viviendo los días del decenario de Pentecostés: imploremos la presencia del Espíritu Santo en nosotros, para que con sus dones, tan necesarios, nos ayude a progresar en la vida cristiana. En esto tiempo difícil, recemos con las palabras que San Juan Pablo II pronunció en Varsovia: “¡Descienda tu Espírito y renueve la faz de la tierra! ¡De esta tierra!” (2-VI-1979). Os bendigo di corazón.
Saludo a los fieles de lengua italiana. Pasado mañana celebraremos la memoria litúrgica del Papa San Pablo VI. Que el ejemplo de este Obispo de Roma, que alcanzó las vetas de la santidad, anime a cada uno a abrazar generosamente los ideales evangélicos.
Dirijo mi pensamiento a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. En el clima de preparación de la Solemnidad de Pentecostés ya próxima, os animo a ser siempre dóciles a la acción del Espíritu Santo, para que vuestra vida sea siempre encendida e iluminada por el amor que el Espíritu de Dios derrama en los corazones. ¡A todos mi bendición!
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya
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