De no haberse producido la pandemia, al santuario de María Auxiliadora de Sheshan habrían acudido miles de peregrinos de toda China, como en años precedentes, a pesar de las múltiples dificultades burocráticas de las autoridades del partido
Llevo tiempo inquieto por la situación de los cristianos en China. Mi preocupación se ha agudizado al compás de las noticias sobre el recrudecimiento de la persecución de las minorías, aprovechándose del confinamiento derivado de la actual pandemia. Las últimas se refieren expresamente al proyecto de ley de seguridad que arrumbaría el futuro de la libertad en Hong Kong, con posibles efectos expansivos en el futuro respecto de Taiwán.
Por eso, ayer domingo recordé a María Auxiliadora, cuya fiesta se habría celebrado en tantos lugares de no coincidir, como en España, con la Ascensión del Señor. No figura en el calendario de la conferencia episcopal, que no permite hoy otras celebraciones litúrgicas, ni siquiera la misa de exequias por los difuntos. Sí recuerda la Jornada mundial de las comunicaciones sociales. No el día mundial de oración por la Iglesia en China, que estableció el papa Benedicto XVI en 2007, justamente en la fiesta del 24 de mayo. Dirigió por aquellos días una extensa carta a los católicos de China, que sigue siendo punto esencial de referencia para entender la solicitud actual del papa Francisco por los habitantes de aquel país, especialmente por los creyentes, que viven su fe en circunstancias francamente difíciles.
De hecho, ayer en Roma, nada más terminar el rezo del Regina Caeli, Francisco dedicó varios minutos a recordar al pueblo chino. Me permito traducir sus palabras. Pidió a cuantos le escuchaban a través de los diversos medios técnicos, que se unieran espiritualmente a los fieles católicos de China, que celebran con particular devoción la fiesta de la Santísima Virgen María, Auxilio de los Cristianos y Patrona de China. “Confiamos a la guía y protección de nuestra Madre Celestial a los Pastores y fieles de la Iglesia Católica en ese gran país, para que sean fuertes en la fe y firmes en la unión fraternal, testigos alegres y promotores de la caridad y la esperanza fraterna y buenos ciudadanos”.
Se dirigió directamente a ellos: “quiero aseguraros que la Iglesia universal, de la que sois parte integrante, comparte vuestras esperanzas y os apoya en las pruebas de la vida. Ella os acompaña con la oración por una nueva efusión del Espíritu Santo, para que resplandezcan en vosotros la luz y la belleza del Evangelio, el poder de Dios para la salvación de todos los que creen. Al expresar una vez más mi gran y sincero cariño, os imparto una especial Bendición Apostólica. ¡Que la Señora os proteja siempre!”
Ayer, de no haberse producido la pandemia, al santuario de María Auxiliadora de Sheshan (en la diócesis de Shanghái) habrían acudido miles de peregrinos de toda China, como en años precedentes, a pesar de las múltiples dificultades burocráticas de las autoridades del partido. Y probablemente se habría repetido una y otra vez la “Oración a Nuestra Señora de Sheshan”, que compuso Benedicto XVI cuando instituyó en esta fiesta la jornada de oración por la Iglesia en China.
Las súplicas del papa emérito tienen vigencia permanente, pues no atienden sólo a las circunstancias específicas de aquel momento, especialmente necesitado de que el Pueblo de Dios fuera fermento de convivencia armónica entre todos los ciudadanos. Enlazan con el continuo recurso a Santa María, Madre de Misericordia, en tiempos duros de pandemia:
Madre de la esperanza, que en la oscuridad del Sábado Santo saliste al encuentro de la mañana de Pascua con confianza inquebrantable, concede a tus hijos la capacidad de discernir en cualquier situación, incluso en las más tenebrosas, los signos de la presencia amorosa de Dios.
Señora nuestra de Sheshan, alienta el compromiso de quienes en China, en medio de las fatigas cotidianas, siguen creyendo, esperando y amando, para que nunca teman hablar de Jesús al mundo y del mundo a Jesús.
En la estatua que corona el Santuario tú muestras a tu Hijo al mundo con los brazos abiertos en un gesto de amor.
Ayuda a los católicos a ser siempre testigos creíbles de este amor, manteniéndose unidos a la roca de Pedro sobre la que está edificada la Iglesia.
Madre de China y de Asia, ruega por nosotros ahora y siempre. Amén.