Durante la Audiencia general de hoy, en la Biblioteca privada del Palacio Apostólico, y prosiguiendo con el ciclo dedicado a la oración, el Papa explicó la importancia de contemplar la Creación
Queridos hermanos y hermanas:
Meditamos hoy sobre el misterio de la creación, que nos lleva a la oración y a la contemplación de Dios. El salmo 8 −que hemos escuchado− expresa la grandeza y la belleza de esta creación, frente a la cual el ser humano percibe su pequeñez, pero también el lugar especial que en ella ocupa; porque, aunque el ser humano por naturaleza sea insignificante comparado con la grandiosidad de todo lo creado, posee una dignidad sorprendente, que surge de su relación filial con Dios.
El relato de la creación habla de la bondad y la hermosura de todo lo que el Señor hizo con el poder de su Palabra. La creación no es fruto de una ciega casualidad, sino de un plan amoroso que Él tiene para sus hijos. Por eso, cuando el hombre mira extasiado la creación, toma conciencia de que él es la única criatura capaz de reconocer la belleza que encierra la obra divina y, ante tanto esplendor, eleva al Creador su oración de agradecimiento y de alabanza por el regalo de la existencia.
Cuando las tristezas y las amarguras de la vida tratan de sofocar nuestra gratitud y alabanza a Dios, la contemplación de las maravillas de su creación enciende, de nuevo, en el corazón el don de la oración, que es la fuerza principal de la esperanza. Y la esperanza es la que nos manifiesta que la vida, aún con sus pruebas y sus dificultades, está llena de una gracia que la hace digna de ser vivida, protegida y defendida.
Proseguimos la catequesis sobre la oración, meditando el misterio de la Creación. La vida, el simple hecho de que existamos, abre el corazón del hombre a la oración.
La primera página de la Biblia perece un gran himno de agradecimiento. El relato de la Creación está lleno de estribillos, donde continuamente se repite la bondad y la belleza de todo lo que existe. Dios, con su palabra, llama a la vida, y todo viene a la existencia. Con su palabra, separa la luz de las tinieblas, alterna el día y la noche, cambia las estaciones, abre una paleta de colores con la variedad de plantas y animales. En ese bosque desbordante que vence rápidamente el caos, el hombre aparece en último lugar. Y esa aparición provoca un exceso de júbilo que amplifica la satisfacción y la alegría: «Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno» (Gn 1,31). Bueno y también bello: ¡se ve la belleza de toda la Creación!
La belleza y el misterio de la Creación generan en el corazón del hombre el primer movimiento que suscita la oración (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2566). Así dice el Salmo octavo, que hemos oído al inicio: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para mirar por él?» (vv. 4-5). El orante contempla el misterio de la existencia a su alrededor, ve encima el cielo estrellado −que la astrofísica nos muestra hoy en toda su inmensidad− y se pregunta qué designio de amor debe haber tras una obra tan poderosa. Y, en esa inmensidad sin límites, ¿qué es el hombre? “Casi nada”, dice otro salmo (cfr. S 89,48): un ser que nace, un ser que muere, una criatura fragilísima. Sin embargo, en todo el universo, el ser humano es la única criatura consciente de tanta profusión de belleza. Un ser pequeño que nace, muere, hoy es y mañana no es, es el único consciente de esa belleza. ¡Nosotros somos conscientes de esa belleza!
La oración del hombre está estrechamente unida al sentimiento de admiración. La grandeza del hombre es infinitesimal comparada con las dimensiones del universo. Sus conquistas más grandes parecen bien poca cosa… Pero el hombre no es nada. En la oración se afirma un sentimiento de misericordia. Nada existe por casualidad: el secreto del universo esté en una mirada benévola que alguien cruza con nuestros ojos. El Salmo afirma que hemos sido hechos poco menos que Dios, coronados de gloria y dignidad (cfr. S 8,6). La relación con Dios es la grandeza del hombre: su entronización. Por naturaleza somos casi nada, pequeños, pero por vocación, por la llamada ¡somos los hijos del gran Rey!
Es una experiencia que muchos de nosotros hemos tenido. Si la historia de la vida, con todas sus amarguras, corre el riesgo a veces de sofocar en nosotros el don de la oración, basta la contemplación de un cielo estrellado, de un ocaso, de una flor…, para reavivar la chispa del agradecimiento. Quizá esa experiencia está en la base de la primera página de la Biblia.
Cuando se redacta el gran relato bíblico de la Creación, el pueblo de Israel no está atravesando días felices. Una potencia enemiga había ocupado la tierra; muchos habían sido deportados, y ahora eran esclavos en Mesopotamia. Ya no había patria, ni templo, ni vida social ni religiosa, nada.
Sin embargo, precisamente partiendo del gran relato de la Creación, alguien empieza a hallar motivos de agradecimiento, a alabar a Dios por la existencia. La oración es la primera fuerza de la esperanza. Tú rezas y la esperanza crece, va adelante. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza. La esperanza está, pero con mi oración abro la puerta. Porque los hombres de oración protegen las verdades basilares; son los que repiten, primero a sí mismos y luego a todos los demás, que esta vida, a pesar de todas sus fatigas y pruebas, no obstante sus días difíciles, está llena de una gracia por la que maravillarse. Y en cuanto tal, siempre debe defenderse y protegerse.
Los hombres y mujeres que rezan saben que la esperanza es más fuerte que el desánimo. Creen que el amor es más poderoso que la muerte, y seguro que un día triunfará, aunque en tiempos y modos que no conocemos. Los hombres y mujeres de oración reflejan en el rostro destellos de luz: porque, hasta en los días más oscuros, el sol no deja de iluminarlos. La oración te ilumina: te ilumina el alma, te ilumina el corazón y te ilumina la cara. También en los tiempos más oscuros, incluso en los tiempos de mayor dolor.
Todos somos portadores de alegría. ¿Habéis pensado esto: que tú eres portador de alegría? ¿O prefieres llevar malas noticias, cosas que entristecen? Todos somos capaces de llevar alegría. Esta vida es el don que Dios nos ha hecho: y es demasiado breve para consumirla en la tristeza, en la amargura. Alabemos a Dios, contentos simplemente de existir. Miremos el universo, veamos las bellezas y también nuestras cruces y digamos: “Pero tú existes, tú nos has hecho así, para ti”. Es necesario sentir esa inquietud del corazón que lleva a dar gracias y alabar a Dios. Somos los hijos del gran Rey, del Creador, capaces de leer su firma en todo lo creado; esa creación que hoy no protegemos, pero en esa creación está la firma de Dios que la ha hecho por amor. Que el Señor nos haga entender esto cada vez más profundamente y nos lleve a decir “gracias”: ese “gracias” es una bonita oración.
Me alegra saludar a los fieles de lengua francesa. En la proximidad de la fiesta de la Ascensión del Señor, pidámosle que nos ayude a redescubrir en la belleza de la creación un reflejo de la gloria y del esplendor de Dios. A todos mi bendición.
Saludo a los fieles de lengua inglesa unidos a través de los medios de comunicación. Mientras nos preparamos para celebrar la Ascensión del Señor, invoco sobre vosotros y vuestras familias la paz y la alegría que vienen de Cristo resucitado. Dios os bendiga.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua alemana. Contemplando la maravilla de la creación, reconocemos la grandeza del Creador y el amor infinito con que mira todas las cosas creadas. Que la alegría por la naturaleza y la alabanza a Dios nos ayuden a encontrar la plenitud y la paz interior.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española que siguen esta catequesis a través de los medios de comunicación social. Que Jesús resucitado, con la fuerza de su Espíritu Santo, nos haga portadores de alegría, afiance en nosotros la esperanza y también la certeza de que el amor es más fuerte que la muerte y que triunfa siempre. Que Dios los bendiga.
Queridos fieles de lengua portuguesa, de corazón os saludo a todos, esperando que brille siempre en vuestros corazones la luz de Jesús resucitado. En este Mes de María, procuremos rezar el rosario cada día, aprendiendo de la Virgen a tener una mirada contemplativa hacia todos los acontecimientos de nuestra vida. Dios os bendiga.
Saludo a los fieles de lengua árabe que siguen este encuentro por los medios de comunicación. La oración es el diálogo del hombre con Dios. Mediante la oración alabamos y damos gracias al Señor por su amor a nosotros y le encomendamos nuestras preocupaciones y problemas. Tengamos presente lo que leemos en el Libro del Eclesiástico: “Fijaos en las generaciones antiguas y ved: ¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?” (Sir 2,10). El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal.
Saludo cordialmente a todos los polacos. En estos días celebramos el centenario del nacimiento de San Juan Pablo II. Pastor de gran fe, le gustaba encomendar a Dios en la oración a la Iglesia y a toda la humanidad. Al elegir el lema episcopal Totus Tuus, también mostró que en los momentos difíciles debemos dirigirnos a la Madre de Dios, que puede ayudarnos e interceder por nosotros. Que su vida, edificada sobre la oración profunda, intensa y confiada sea un ejemplo para los cristianos de hoy. Os bendigo de corazón.
Saludo a los fieles de lengua italiana. La fiesta, ya cercana, de la Ascensión del Señor me ofrece la oportunidad para animar a todos a ser testigos generosos de Cristo Resucitado, sabiendo bien que Él está siempre con nosotros y nos sostiene a lo largo del camino.
Dirijo un pensamiento especial a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Jesucristo, ascendiendo al cielo, deja un mensaje y un programa para toda la Iglesia: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos... enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado” (Mt 28,19-20). Dar a conocer la palabra de salvación de Cristo, y manifestarla en la vida ordinaria, sea vuestro ideal y vuestro compromiso. A todos mi bendición.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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