La crisis del coronavirus es también una cátedra desde la que se están impartiendo lecciones magistrales de valor incalculable
Durante estos meses de confinamiento, son muchas las lecciones que he aprendido de la crisis del covid-19. Sí, además de cientos de miles de muertos, decenas de ellos seres muy queridos y próximos, un sufrimiento colectivo inenarrable, un desempleo masivo y unos daños materiales, psicológicos y económicos que todavía no somos capaces de evaluar, la crisis del coronavirus es también una cátedra desde la que se están impartiendo lecciones magistrales de valor incalculable.
Lo primero que nos ha enseñado esta crisis es a aceptar la propia fragilidad. El ser humano se engrandece cuando reconoce sus limitaciones e incertidumbres y aprende a gestionarse. Con los recientes avances de la ciencia (computación cuántica, inteligencia artificial, entre otros) parecía que se cerraba la era del homo sapiens para inaugurar la era del homo omnipotens. Nada más contrario a ello.
La segunda gran lección es que estamos mucho más unidos de lo que pensábamos. La cultura, la historia, el propio método científico, las ideologías y la fragmentación del mundo en Estados, nos impedía ver con claridad un hecho que ahora comprendemos mejor que nunca: que la realidad es una y que todo está conectado. La solidaridad, por tanto, no es solo un principio político para recordar en los días de fiesta nacional, sino que es constitutivo de lo humano. El grado de solidaridad marca el grado de evolución humana.
La tercera gran lección es que los problemas globales se deben resolver globalmente. La humanidad necesita, como el agua, desarrollar un nuevo derecho global para la gestión de los bienes públicos globales (salud, entre ellos) y la protección de la humanidad en su conjunto. El fragmentado derecho internacional, basado en la idea de soberanía e interés estatal, ha quedado completamente obsoleto.
La cuarta gran lección es la importancia de la familia como institución básica de la sociedad. Las democracias liberales estaban enfatizando el papel del individuo, sus derechos, su voto, su desarrollo personal, considerando la familia como una rémora del pasado, como un obstáculo en las relaciones libres de cada ciudadano con la comunidad política. Ha llegado el momento de rectificar.
La quinta gran lección de la crisis es la necesidad de integrar lo público y lo privado. Tanto monta, monta tanto. Lo social tiene una dimensión pública y otra privada. Son las dos alas con las que las comunidades políticas son capaces de volar alto. La demonización de lo privado, propia del populismo de nuestros días, merma la iniciativa de los ciudadanos, burocratiza las instituciones y frena el desarrollo de los pueblos.
La sexta lección es la enorme relevancia de la auctoritas en la gestión de las crisis. La cooperación entre las autoridades sanitarias (auctoritas) y el poder de los gobernantes (potestas) está siendo clave. En Occidente, sin embargo, habíamos ahogado el papel de la autoridad y reducido lo social a lo político.
La séptima lección es que las sociedades avanzadas deben invertir mucho más en investigación, como motor del desarrollo social. Sobra cualquier comentario.
La octava es que el teletrabajo se va a imponer como un modo ordinario de empleo y no como excepción que confirme la regla. Se va a viajar por placer, por motivos familiares, culturales, pero raramente por negocios.
La novena afecta a la educación. La educación virtual ha sido legitimada como instrumento de valor inestimable, sobre todo a nivel universitario. Estamos pasando de una universidad claustral y fragmentada, centrada en el campus, a una universidad integrada mucho más amplia, virtual y global, que acoge a todos los universitarios del mundo.
Por último, como décima lección, esta crisis nos ha enseñado a espiritualizarnos, a buscar la paz dentro de nosotros, cuando no se podía hallar fuera, a sentir la humanidad como algo propio por la que vale la pena dar lo mejor de uno mismo.
Rafael Domingo Oslé es profesor en el Centro de Derecho y Religión de la Universidad de Emory y catedrático Álvaro d’Os en el Instituto de Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra.