Videomensaje del Papa a los jóvenes de la archidiócesis de Cracovia con motivo del centenario del nacimiento de San Juan Pablo II
Queridos jóvenes:
Este año celebramos el centenario del nacimiento de san Juan Pablo II. Es una hermosa ocasión para dirigirme a vosotros, jóvenes de Cracovia, pensando en lo mucho que él amaba a los jóvenes, y recordando mi estancia entre vosotros para la JMJ 2016.
San Juan Pablo II fue un extraordinario don de Dios a la Iglesia y a Polonia, su tierra natal. Su peregrinación terrenal, que comenzó el 18 de mayo de 1920 en Wadowice y terminó hace 15 años en Roma, estuvo marcada por la pasión por la vida y la fascinación por el misterio de Dios, del mundo y del ser humano.
Lo recuerdo como un grande de la misericordia: pienso en la Encíclica Dives in Misericordia, en la canonización de Santa Faustina y la institución del Domingo de la Divina Misericordia. A la luz del amor misericordioso de Dios, él captaba la especificidad y la belleza de la vocación de las mujeres y los hombres, entendía las necesidades de los niños, los jóvenes y los adultos, considerando también los condicionamientos culturales y sociales. Todos podían experimentarlo. Hoy también vosotros podéis experimentarlo, conociendo su vida y sus enseñanzas, disponibles para todos gracias también a Internet.
Cada uno y cada una de vosotros, queridos chicos y chicas, lleva la huella de su familia, con sus alegrías y sus penas. El amor y el cuidado de la familia es un rasgo característico de Juan Pablo II. Su enseñanza es un punto de referencia seguro para encontrar soluciones concretas a las dificultades y desafíos que las familias deben enfrentar en nuestros días (cf. Mensaje a la Conferencia "Juan Pablo II, el Papa de la Familia", Roma, 30 de octubre de 2019).
Pero los problemas personales y familiares no son un obstáculo en el camino a la santidad y la felicidad. Tampoco lo fueron para el joven Karol Wojtyła que, siendo un muchacho, sufrió la pérdida de su madre, de su hermano y de su padre. Cuando era estudiante, experimentó las atrocidades del nazismo, que le arrebató tantos amigos. Después de la guerra, como sacerdote y obispo tuvo que enfrentarse al comunismo ateo.
Las dificultades, incluso las más duras, son una prueba de madurez y de fe; una prueba que sólo puede superarse confiando en el poder de Cristo muerto y resucitado. Juan Pablo II se lo recordó a toda la Iglesia ya desde su primera Encíclica, Redemptor hominis, donde dice: «El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo [...] debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser» (n. 10).
Queridos jóvenes, esto es lo que deseo para cada uno de vosotros: entrar en Cristo con toda vuestra vida. Y espero que las celebraciones del centenario del nacimiento de san Juan Pablo II inspiren en vosotros el deseo de caminar con valentía con Jesús, que es «el Señor del riesgo, es el Señor del siempre “más allá”. [...] El Señor, al igual que en Pentecostés, quiere realizar uno de los mayores milagros que podamos experimentar: hacer que tus manos, mis manos, nuestras manos se transformen en signos de reconciliación, de comunión, de creación. Él quiere tus manos −chico, chica, quiere tus manos− para seguir construyendo el mundo de hoy» (Discurso en la Vigilia de la JMJ, Cracovia, 30 de julio de 2016).
Os encomiendo a todos a la intercesión de san Juan Pablo II y os bendigo de todo corazón. Y vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!