En cualquier calamidad siempre ha habido focos de luz, de esperanza, de humanidad, que brillan para siempre y pueden cambiar el curso de la historia…
Después de haber visto el impacto del coronavirus en la salud mental, nos adentramos ahora en un esperanzador futuro.
"Regresan a una tierra muy diferente". Así titulaban los periódicos la llegada de tres astronautas desde la estación espacial, el viernes 17 de abril de 2020. Llevaban más de 200 días en el espacio. De modo análogo, para nosotros las "novedades" también son inciertas: ¿Cuándo desaparecerá este nuevo virus? ¿Volveremos a la “normalidad”? ¿Habrá mejorado el mundo después de esta singular tormenta?
A partir de mayo es probable que se pueda salir a la calle con menos restricciones. No está claro cuáles serán las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud ni de los gobiernos. En algunos lugares se ha impuesto el uso de mascarillas en los medios de transporte, aeropuertos, reuniones de más de 10 personas, ascensores, etc.
Por ejemplo, cuando se reanuden los viajes en avión, tal vez se deberá respetar una distancia de 2 metros entre cada persona. Esto significa dejar unos 26 asientos libres por cada 4 cuatro pasajeros. ¿Sobrevivirán las compañías aéreas? Quizá sea preciso también demostrar que uno tiene un examen negativo para el coronavirus.
Las relaciones sociales se modificarán. ¿Será posible dar de nuevo la mano o un abrazo? ¿Se podrá ir al cine o a un partido de fútbol? ¿Cuándo se permitirán las fiestas, las conferencias, las clases? ¿Hasta cuándo utilizaremos Zoom, Skype, Hangouts…, tan eficaces como a veces agotadores?
Hay quienes presagian que serán los robots los encargados de recibirnos en la recepción de un hotel o de un hospital, de dar las medicinas y alimentación a los ancianos, escribir las historias clínicas de los enfermos, controlar pasaportes, desbloquear cuentas corrientes y responder online… ¿Conseguirá un robot servir con amor desinteresado?
Son muchas las preguntas que afloran, y más grande es el anhelo por lo sagrado. La Santa Misa y recibir la Comunión es un deseo fuerte de los cristianos. El pueblo hebreo demanda sus asambleas en la sinagoga, los musulmanes sus oraciones, su ramadán… ¿Cuándo quedarán abiertos nuestros templos y lugares de culto?
Se estima que la pandemia durará alrededor de dos años. Durante este periodo, el virus estará circulando con más o menos agresividad y surgirán brotes esporádicos de infección. Se espera que a partir de septiembre de 2020 exista alguna vacuna en fase experimental, o quizá descubran antes un medicamento eficaz.
Volvamos a la pregunta: ¿habrá mejorado el mundo después de esta tormenta? La historia demuestra que no hay tempestad que por sí sola vuelva mejores a los hombres. Y no es preciso recordar las lluvias de azufre o el diluvio universal del antiguo testamento. Basta mirar al hoy y ahora de los pueblos.
La pandemia de gripe de 1918 ocasionó entre 50 y 100 millones de muertes. La expectativa de vida bajó en los Estados Unidos desde 52 a 39 años. Poco tiempo después, morían una cantidad similar de personas, no por un virus, sino por la mala voluntad de los hombres, en un segundo conflicto mundial.
En fechas más recientes hemos tenido dos epidemias importantes por coronavirus: la SARS-Cov, en el 2003; y la MERS-Cov, en el 2013. Y otro virus, el Ébola, causó más de 11.000 muertes entre el 2013 y el 2014, en Guinea y Sierra Leona. Y no parece que el mundo, en general, mejorara... Numerosos conflictos armados afligen el planeta.
Los datos de estos últimos meses muestran que el crimen ha disminuido, por el confinamiento. Pero, ¿se han convertido los criminales? Muchos delincuentes organizados han aprovechado la coyuntura para seguir asesinando.
En marzo de 2020, cuando la emergencia sanitaria estaba en su peor momento en Roma, robaron de un hospital el disco duro de los equipos recién instalados para detectar el coronavirus. Google ha advertido que cada día los estafadores envían 18 millones de mensajes relacionados con coronavirus, para pescar a incautos usuarios. Y así, tantos otros delitos, declaraciones egocéntricas y peleas políticas, mentiras burdas y enredos varios.
De todos modos, en cualquier calamidad siempre ha habido focos de luz, de esperanza, de humanidad, que brillan para siempre y pueden cambiar el curso de la historia… Algunos muy conocidos y otros menos. En los terribles dramas de la segunda guerra mundial, por ejemplo, destacó el beato Franz Jägerstätter, granjero austriaco que murió mártir por no sumarse a una ideología perversa. Pasó inobservado, pero dejó una huella imborrable, que se plasma en la película Vida oculta (A Hidden Life).
También en las últimas semanas hemos visto a innumerables personas buenas que se dan, ocultamente, en servicio de los demás. Muchas enfermeras, médicos y personal sanitario arriesgan su vida. Están también quienes atienden un supermercado, limpian anónimamente las calles, sostienen su hogar batallando con los niños, imparten un curso online venciendo la pereza, o trasnochan para que internet siga funcionando.
Entre tantos ejemplos concretos, me acuerdo de un párroco del norte de Italia, que cedió el respirador artificial que le ofrecían, para que lo usara un chico joven. Tengo presente a un camillero del hospital que, vestido con su equipo de protección parecido al de un astronauta, me contó cómo disfruta llevando a los enfermos de un lado a otro, hablando con ellos, escuchándoles. Y al capellán del mayor hospital de campaña español, que en una entrevista decía: “Cuando vienes aquí, piensas que tú vas a dar claves interpretativas, pero la clave te la dan los enfermos, y consiste en escuchar con cariño”.
Todos necesitamos que nos escuchen. Dar y recibir una sonrisa es gratis. En el artículo sobre el impacto del coronavirus en la salud mental mencioné el contagio de las emociones negativas. Pero también existe un contagio bueno, de afectividad positiva. El propio corazón puede desempañarse, si me esfuerzo por estar alegre. La alegría llama a la esperanza, al amor, a la tranquilidad, al optimismo y a la seguridad… Y mejora el mundo.
En esta línea, la amistad es clave para salir del pesimismo. Los amigos nos escuchan y hacen sentir bien. Hace pocos días leí una carta escrita por otro a un amigo común, gran montañero, que contenía estas agradecidas frases:
Qué bien reflejan estas sentencias un buen programa de vida, para cambiar el mundo. Darse a los demás, servirles, procurar ser sus amigos, compartir o respetar sus ideales y perdonar. Aquí también encontramos nuestro particular ABC:
Hay un gran espacio para la esperanza, la alegría y el buen humor, que es remedio a muchos males. Con la ayuda de Dios, podemos salir de esta epidemia convertidos en mejores personas, más atentos a las necesidades de los demás, comenzando por los que nos rodean. Si cambiamos nosotros, el mundo cambiará.
Te copio el final de la citada carta: “Habría querido estar cerca de ti en tus últimos momentos de vida y abrazarte por una última vez, para poder hacerte sentir todo lo que tú fuiste para mí. Quiero imaginar de nuevo que, con paso seguro, me acompañas y me guías hacia la cumbre más importante, la que nos espera a todos al final, preparándome el camino, como siempre hiciste, y esperándome con paciencia mientras tardo en llegar. ¡Gracias y continuaremos gozando juntos!”.
El destinatario era Miguel Ángel, sacerdote y profesor, con el que yo también subí tantas montañas. Hace pocos días nos dejó a causa del coronavirus. Personas como él, o el beato Franz, que pasan ocultas y sirven, cambian el mundo. No sabemos si la pandemia mejorará el mundo, pero sí que nos puede impulsar para que se abra paso una “nueva normalidad”.
Wenceslao Vial
Fuente: madurezpsicologica.com.
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