“Era grande como Papa, pero también como hombre”
Cardenal Re, hace cien años nacía Karol Wojtyla. Usted fue uno de sus colaboradores más estrechos. ¿Cómo recuerda su primer encuentro?
Estaba en Secretaría de Estado desde hacía ocho años. Con nosotros había un sacerdote polaco, monseñor Jozef Kowalczyk. Cuatro días después de la elección, me llevó la primera homilía escrita en polaco por Juan Pablo II y traducida al italiano por polacos, pidiéndome revisarla. Leí y releí aquel texto.
¿Lo corrigió?
Solo leves retoques léxicos, temeroso de traicionar su pensamiento. Era la famosa homilía en la Plaza de San Pedro: “No tengáis miedo; abrid de par en par las puertas a Cristo!”. El Papa supo que era yo quien revisó la traducción y desde ahí empezaron los primeros contactos. Cuando releía los textos en italiano antes de pronunciarlos, alguna vez me llamaba para cambiar un adjetivo y añadir un pensamiento.
¿Cuál fue su primera impresión?
Enseguida me impresionó por la gran humanidad, la atención a las personas, la profundidad de pensamiento, y la sencillez en el trato. Luego noté que en él no había fractura entre lo que pensaba y lo que decía; entre lo que aparecía y lo que era en la realidad. Era grande como Papa, pero también como hombre.
¿Qué pensó cuando supo que había sido elegido un polaco?
Estaba en la terraza de la Secretaría de Estado, con los colegas y el arzobispo Agostino Casaroli. Su primera broma fue: “¡Jamás habría pensado que el cónclave elegiría al cardenal de una diócesis detrás de la cortina de hierro!” Todos le hicimos muchas preguntas, y Casaroli nos explicó que era un “hombre de visión”. Concluyó: “traerá novedades, pero será un buen Papa”.
¿Cuánto lo debilitó el atentado del 13 de mayo de 1981?
Ciertamente no debilitó su fuerza moral, su espíritu de no arredrarse ante las injusticias y dificultades. Es más, aumentó su voluntad de luchar con todas las energías por el triunfo del bien. Recuerdo que, cuando a finales de octubre hizo la primera celebración en la Plaza de San Pedro tras el atentado, al final bajó a pie solo, como antes, los escalones del atrio para saludar a los enfermos uno a uno y a la gente. Esa misma tarde yo estaba cenando con el Papa, y Stanislao contó que por la tarde habían llamado por teléfono tres o cuatro personas alarmadas por los riesgos que corría al acercarse de ese modo a la gente, y recomendaban prudencia. Él reaccionó vigorosamente, diciendo con fuerza que estaba decidido a continuar su ministerio como antes y hasta el fondo, sin adoptar medidas que le impidiesen el contacto directo con la gente.
¿Y usted qué dijo?
Intervine con un razonamiento simple: “Su Santidad ha sido salvado por la Virgen. Ahora la Virgen debe ‘salvarle la cara’ conservándole muchos años de vida. Sería extraño que la Virgen intervenga para salvarle la vida solo por poco tiempo”. El Papa con tono calmado respondió: “Pero los caminos de Dios a veces son diversos a los nuestros. El futuro está en las manos de Dios”. Luego, con tono muy decidido, añadió: “No estoy asustado en absoluto por los peligros que pueda correr. Quiero continuar en todo y para todo como he hecho hasta ahora”.
¿Estaba verdaderamente convencido de haber sido salvado por la Virgen?
Cierto. La Gobernación del Vaticano planteó la cuestión de cómo recordar en la Plaza de San Pedro aquel dramático evento allí acaecido. La respuesta del Papa fue inmediata: en recuerdo del atentado debía colocarse una imagen de la Virgen. Estaba convencido de que el 13 de mayo la Santísima Virgen María estuvo presente para guiar la bala, de modo que el Papa pudiese sobrevivir. Así, desde el 8 de diciembre de 1981, quien llega a la Plaza de San Pedro ve dominar desde lo alto, en un saliente del Palacio Apostólico, un mosaico de la Virgen con el Niño Jesús en brazos, y al pie el título Mater Ecclesiae y el escudo de Juan Pablo II, con el lema Totus tuus.
¿El Papa dijo exactamente que la Virgen había «guiado la bala»?
Sí. La bala lo atravesó sin afectar partes vitales. Puedo añadir un detalle: dos días después del atentado, nos dimos cuenta de que el dedo índice de la mano izquierda del Papa había recibido un tiro, tanto que una falange quedó luego paralizada. Una hipótesis que vino a la mente fue que la bala habría rozado, por una intervención superior, el dedo de la mano del Papa, mientras estaba saludando con los brazos abiertos. Ese roce del dedo desvió para abajo la trayectoria de la bala, que atravesó el intestino sin tocar partes vitales y salió, cayendo y quedándose en el jeep. Ahora esa bala está ubicada en la corona de la Virgen de Fátima.
¿Cuál fue el papel de Wojtyla en la derrota del comunismo?
El motivo de todo su pontificado fue religioso: todos sus esfuerzos miraban a volver a poner a Dios como protagonista de este mundo; y ciertamente logró despertar en el mundo el sentido de Dios. Claro que estaba contra el comunismo, pero el motivo no era político, era solo religioso. Se situó contra el régimen soviético porque era un sistema que profesaba el ateísmo, perseguía a la Iglesia, además de oprimir al hombre, limitando su libertad. Pero el mérito de la caída del imperio no es solo suyo. Contribuyeron también Reagan, Gorbachov con la “perestroika”, Solidarnosc y la crisis económica en el mundo comunista.
¿Se puede decir que el Papa logró que las fuerzas del mundo libre se unieran?
Eso está fuera de duda. Pero también hay que reconocer que supo ver más lejos que otros. Cuando en 1980 se sentaron las bases de Solidarnosc, Lech Walesa con sus primeros socios fue al cardenal Wyszynski, primado de Polonia. Wyszynski era un hombre de extraordinaria nariz política; sin embargo no los alentó. Según él, era un proyecto muy bueno, pero no tendría éxito, por el control que el Estado tenía sobre todo, con la policía política y los servicios secretos; si luego el sindicato no hubiese sido suprimido por el gobierno polaco, habrían llegado los tanques soviéticos, como en Budapest y en Praga. Humanamente hablando, tenía razón. Pero luego Walesa se dirigió a Juan Pablo II, que sí lo animó. Dijo que sus ideas eran justas, y por tanto acabarían prevaleciendo. Desde entonces también Wyszynski apoyó a Solidarnosc, es más, fue él quien sugirió el nombre.
¿En qué otro caso Wojtyla vio más lejos que otros?
En el segundo viaje a Polonia, en junio de 1983, no quería que alguien pudiera pensar que la visita significase una implícita aceptación del golpe de estado del general Jaruzelski. Por eso, desde el primer discurso habló en defensa de la libertad y de los derechos humanos. Algunos pasajes dejaban intuir que era contrario a la ley marcial de diciembre de 1981 y a la situación que se había creado. El cardenal Casaroli, diplomático inteligente y colaborador fiel, cuando la noche del segundo día estuvo solo con Juan Pablo II le sugirió bajar el tono. Dijo que ciertas expresiones podían llevar a alguien a cometer un gesto contra el régimen; y seguirían arrestos y quizá fusilamientos. El gobierno no podía hacer nada contra el Papa; pero después de su regreso a Roma se vengaría con los obispos y la Iglesia local, restringiendo las libertades.
¿Y Wojtyla qué respondió?
Escuchó a Casaroli con atención, pero no se dejó convencer, ni cambió de idea. Recuerdo que en la cena de trabajo, dos días después del regreso, el Papa confidencialmente dijo: “Estoy contento de haber podido decir todo lo que me parecía justo”. Había estirado la cuerda hasta el final; pero sin que se rompiese.
¿Qué llamaba la atención trabajando a su lado?
Muchas cosas: su seguridad, sus certezas, la capacidad de hablar a las muchedumbres. Pero lo que a mí más me impresionó siempre fue la intensidad de su oración. No se puede comprender a Juan Pablo II si se prescinde de su trato con Dios. Por el modo con que rezaba se advertía cómo la unión con Dios era para él el aliento del alma. Cuando estaba recogido en oración, lo que pasaba alrededor a él parecía no afectarle. Antes de cada decisión importante rezaba mucho, a veces varios días. Parecía que tratase con Dios todos los problemas. Recuerdo un caso en particular. Era yo Sustituto de la Secretaría de Estado, y me pareció que el Papa ya estaba a favor de una determinada y difícil decisión. Le pregunté si podíamos comunicarla. Respondió: “Esperemos, quiero rezar todavía un poco antes de decidir”.
¿Es verdad que a veces rezaba postrado en el suelo?
Sí. Cuando estaba solo, en la capilla de su apartamento en el Vaticano, a veces rezaba también postrándose en el suelo, como en la ceremonia de ordenación sacerdotal y episcopal. Expresaba así profunda adoración y humilde imploración ante la infinita grandeza de Dios.
¿Era un místico?
Era un místico que llevaba dentro una fuerte tensión espiritual; pero un místico con los pies en la tierra, atento a las personas y a las situaciones. Esta característica suya mística se notaba incluso en los paseos. Ante un bonito paisaje quería que le dejaran solo para rezar y contemplar. Tenía una extraordinaria capacidad de apreciar las bellezas de la naturaleza que habla del Creador, pero también de las bellezas del arte y de la literatura, y el calor de la amistad.
Algunos lo consideran un Papa conservador, otros un revolucionario: el primero en entrar en una mezquita y en una sinagoga, el primero en decir un “mea culpa” por las culpas de los hombres de Iglesia. ¿Quién tiene razón?
Es difícil encasillar a Juan Pablo II en un esquema. Ciertamente, estaba muy apegado a la fidelidad doctrinal, a la fidelidad a la enseñanza del Concilio Vaticano II, y se dedicaba a las prácticas tradicionales de piedad. Fue un gran sostenedor de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, y un incansable defensor de la vida. Queda para la historia la contribución que dio al diálogo entre las religiones, con la Jornada de oración tenida en Asís en octubre de 1986 y repetida en octubre de 1999 en la Plaza de San Pedro. Y tendió la mano al judaísmo, favoreciendo el reacercamiento entre la Iglesia católica y los judíos: no olvidemos que fue él quien estableció relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y el Estado de Israel. Diría que todas sus iniciativas, incluida la de pedir perdón, estaban fundadas en el Evangelio.
¿Cómo era realmente su relación con Ratzinger?
Entre los dos había una profunda estima recíproca y plena sintonía en muchas cosas; pero también auténtica amistad.
¿Lo admiraba o le intimidaba un poco?
¿Intimidado Juan Pablo II? Diría absolutamente que no; no correspondía a su carácter. Aunque se graduó también en teología, fue más filósofo que teólogo, pero es cierto que la preparación teológica del cardenal Ratzinger era superior. La colaboración entre los dos fue intensa, tanto para las cuestiones de directa competencia del Dicasterio para la Doctrina de la fe, como para otros casos en los que el Papa le pedía su parecer y colaboración. De la Encíclica “Veritatis splendor” pienso que se puede decir que fue escrita a cuatro manos, las del Papa y las de Ratzinger, juntos.
Para usted, ¿Wojtyla pensaba en Ratzinger como en su sucesor?
Es difícil saber qué pasaba por su mente y por su corazón. Mi impresión es que Juan Pablo II nunca se preocupó de quién sería su sucesor. La consideraba una cuestión que no le competía. No le dedicó jamás tiempo ni cabeza.
Él nombró Cardenal a Bergoglio. ¿Cómo eran las relaciones entre los dos?
Sí, fue el Papa Wojtyla quien nombró a Jorge Bergoglio coadjutor y luego arzobispo de Buenos Aires, y lo creó Cardenal. Juan Pablo II tenía mucha estima por Bergoglio y apreciaba su empuje pastoral, la cercanía a la gente, y también la plena fidelidad a la línea del Papa de no compartir la Teología de la Liberación. Lo recibió muchas veces y lo nombró también miembro de algunos Dicasterios de la Curia Romana.
¿Cómo recuerda el periodo de la enfermedad?
En la primera parte del pontificado impresionó su energía, su dinamismo, los viajes por todos los caminos del mundo. En el último periodo impresionó la fuerza y la serenidad con que continuó cumpliendo su misión. Se sometió a varias intervenciones que los médicos juzgaron útiles siempre con serenidad y valentía. Hasta el final se conservó en plena lucidez mental.
¿Por qué no dimitió?
Cuando el Parkinson se intensificó, pensó mucho sobre lo que debía hacer. Rezó mucho y luego llegó a esta conclusión: “Fue la Providencia Divina quien me quiso Papa. Jamás esta hipótesis se me había pasado por la mente y hasta el 16 de octubre de 1978 era de verdad algo impensable. Si ahora decidiese dimitir, sería yo quien pone término a esta tarea a la que la Providencia me llamó. La Providencia me ha querido aquí; que sea la Providencia la que decida cuando debo terminar. Tiene tantas vías para hacerlo. Dejo a Dios esta decisión”. A un místico como él, esta convicción le daba gran fuerza. Continuando con su pontificado hasta la muerte nos demostró que la vida es un don que debe vivirse hasta el final, aceptando las molestias de la enfermedad. Fue su última enseñanza: una enseñanza como Papa.
¿Por qué, en cambio, Ratzinger dimitió?
Benedicto XVI razonó de modo diverso: “La Iglesia en esta situación necesita un Papa que tenga plenitud de energía; yo esa energía ya no la tengo; tengo problemas cardíacos, que el cambio del marcapasos no ha mejorado en absoluto; por tanto, es bueno para la Iglesia que yo dimita”. Para un hombre intensamente racional como Ratzinger, este razonamiento tenía gran fuerza lógica. Y por el bien de la Iglesia dimitió.
¿Cómo recuerda los últimos días de Wojtyla? ¿Cómo supo la noticia de la muerte?
En los últimos días me impresionó el hecho de que Juan Pablo II estuviera plenamente sereno, a pesar del declive físico, en particular la dificultad para hablar. No tenía en absoluto miedo a la muerte. Para él la muerte era el paso a través de la puerta que conduce al encuentro con Dios. La tarde antes de su muerte, hacia las siete, saliendo de la Congregación de los Obispos, pasé al apartamento pontificio. Monseñor Stanislao me introdujo en la cámara del Papa. Ya no hablaba, pero estaba aún consciente y respiraba con enorme dificultad. Me reconoció. Estaban el médico y una monja enfermera. Recuerdo el monitor al lado de la cama. Recé alguna oración y luego, como la cama era muy baja, me arrodillé para besar la mano del Papa. Fue la última vez que lo vi.
Cardenal Re, su tierra, Brescia, ha sido de las más afectadas por la pandemia. Muchos creyentes sufren pensando que sus seres queridos se han ido sin una bendición, incluso sin funeral. ¿Qué les diría?
Dios quiere que todas las personas se salven. Ha estado cerca de nuestros seres queridos difuntos y ha ofrecido a cada uno la posibilidad de reconciliarse con Él, aunque no hubiera sacerdote para absolver. El aspecto trágico de la situación ha sido terrible para los familiares, pero para los difuntos diría que menos: en el momento del traspaso, incluso rodeado de parientes y amigos, siempre se está solo. Pero inmediatamente después se han encontrado en la inmensidad del amor de Dios.
Entrevista de Aldo Cazzullo, en corriere.it.
Traducción de Luis Montoya
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