Cómo ser positivos y optimistas ante lo desconocido. Hay una serie de medidas que ayudan a prevenir o dejar atrás las reacciones emotivas perjudiciales…
“Sal por favor de casa y yo pago la multa”. Después de días o semanas de encierro, quizá algunos hemos pensado o dicho algo similar… “Ha salido del grupo”, se lee de vez en cuando en los mensajes de WhatsApp. El contacto prolongado con las mismas personas, el miedo, la inseguridad, el aburrimiento... nos hacen más irritables. Quizá cuesta dormir y todo se ve nublado.
Se calcula que millones de personas necesitarán ayuda psicológica especializada después de estos meses. En este sentido, hay más riesgo para las personas mayores solas, quienes tienen antecedentes de enfermedad mental, los operadores sanitarios en primera línea, las personas con dificultades de aprendizaje, los más pobres por la inseguridad acerca del trabajo y las dificultades económicas, los presos, los sin techo y los refugiados que tienden a ser marginados socialmente…
Se verán afectados con altos y bajos anímicos especialmente los que ven difícil llegar a fin de mes, pero también quienes tiene el sostenimiento económico asegurado. Todas las familias son vulnerables en la inseguridad y confinamiento, incluso la familia real británica, como se vio en una entrevista al Príncipe William y Catherine, con sus tres hijos pequeños: como tantos padres con niños, tienen que entretenerles y enseñarles, les agobia la incertidumbre del futuro, la salud de sus familiares, con quienes hablan a través de la web…, etc.
Una madre me escribía: “dos de mis hijos que estudian medicina tienen que estar en el servicio de urgencias, se han ido a vivir fuera de casa, por miedo a contagiarnos a nosotros sus padres y a sus hermanos, y yo vivo angustiada”. El tono del humor y las emociones de base se alteran y comienzan a ser más negativos: el miedo se contagia en el interior del corazón, llamando a la tristeza, al disgusto, a la inseguridad, a la frustración, a la vergüenza, a la desesperanza y a la rabia. Se contagian también hacia afuera, generando conflictos y malestar familiar y social. Esta negatividad en las emociones es una alarma psicológica importante para la persona.
Estas alarmas pueden paralizar o transformarse ellas mismas en fuego. El síntoma más frecuente es la ansiedad, que se genera ante el miedo por lo desconocido y puede dar lugar a ataques más intensos de pánico. La situación actual la amplifica, pues el virus es una causa conocida pero invisible.
“¿Habré puesto la proporción correcta de cloro?”, me preguntaba otra señora preocupada. Las abundantes noticias, los consejos de lavado de manos, las mascarillas que se deben quitar de una forma no intuitiva, y tantas otras medidas de prevención generan la descompensación de cuadros obsesivos. Es decir, quienes sufren de estas patologías ven estimulada su ansiedad ante comportamientos rutinarios que se esforzaban por vencer: “no me queda más remedio que lavarme las manos cada vez que toco algo”, decía un paciente con Trastorno Obsesivo Compulsivo.
Un poco de ansiedad y obsesión la hemos experimentado todos. El temor a estar infectado sin saberlo y pasar la enfermedad a quienes se quiere, ha quitado el sueño a muchos. ¿Quién no ha razonado así?: “me duele un poco la cabeza, tengo el pecho algo cerrado, no me siento bien… ¿estaré enfermo?”.
Otro desenlace es una tristeza exagerada o depresión. Comienza a parecer que nada tiene sentido. Si nos ha tocado más de cerca la enfermedad o el fallecimiento de una persona querida, la sensación de pérdida aumenta y puede desencadenar una cascada de emotividad negativa.
En la inactividad y encierro aumenta también el riesgo de escapadas a los paraísos artificiales y a la adicción, con la idea de disminuir la ansiedad, la sensación de tristeza y agobio, buscando una euforia pasajera. Hay quienes sucumben en la droga −que se ha seguido distribuyendo con las ciudades bloqueadas−, en el abuso de alcohol, en el juego compulsivo y en la pornografía.
Frente a este panorama tan sombrío, es importante pensar ¿cuál puede ser la reacción de un cristiano? Como tantas veces, nos encontramos ante el claroscuro de la fe. Y, ante el misterio del sufrimiento, al menos nuestra dimensión afectiva se revela. Es el momento de decir, como le oí al Papa Francisco: “Señor, yo no entiendo, pero confío en ti”. Y pedir como un niño: “Auméntame la fe”. Así podremos adquirir un mayor abandono y aceptación de la voluntad de Dios.
Con esta premisa sobrenatural, hay además una serie de medidas que ayudan a prevenir o dejar atrás las reacciones emotivas perjudiciales y fortalecen nuestra resiliencia y bienestar psicofisiológico y espiritual. Las agruparé en el ABC que contiene las tres dimensiones del mundo psicológico.
Es claro que el impacto para la salud mental de la pandemia de coronavirus ha sido fuerte y se prolongará por años. Pero hay también muchos motivos de esperanza y formas de prevenir. En un próximo artículo veremos cómo puede cambiar el mudo después de lo ocurrido.
Wenceslao Vial, en madurezpsicologica.com.