Artículo de Presidente de los obispos de España: “Siento dolor por las críticas a los sacerdotes que no han abierto los templos en las semanas de duro confinamiento”
Esta semana, todavía en plena adaptación al nuevo panorama que ha provocado la pandemia del coronavirus, observamos cómo nuestras rutinas se han alterado en todos los ámbitos de nuestra vida.
El decreto de confinamiento total y las recomendaciones del Gobierno también han modificado enormemente el día a día de la Iglesia. Las decisiones que hemos tomado han obedecido únicamente a contribuir a que los efectos nefastos del coronavirus se atajaran. Algunos templos han sido cerrados para evitar contagios, aunque la actividad y servicio espiritual no ha cesado gracias a las nuevas tecnologías y, sobre todo, gracias a nuestros sacerdotes que no han dejado de remar en medio de esta convulsa tempestad.
Por ello, quiero agradecer públicamente la ingente labor y entrega generosa de nuestros sacerdotes y diáconos, que están llevando esta nueva situación con diligencia, una situación nada fácil de gestionar. En este momento, tengo muy presentes a nuestros hermanos sacerdotes que han fallecido y a los que aún siguen ingresados o en cuarentena. Del mismo modo agradezco los calurosos mensajes de ánimo y de apoyo de muchos ciudadanos a la labor de estos hombres de carne y hueso, que inmerecidamente hemos recibido el don del ministerio sagrado para trabajar al servicio humano y espiritual de las personas. Agradezco a todos los ciudadanos su solidaridad con los más vulnerables y su esfuerzo por respetar las normas para evitar la propagación del virus.
Sin embargo, también quiero expresar mi profundo dolor y perplejidad al leer algunos artículos en los que se critica duramente a los sacerdotes que no han abierto los templos durante las dos semanas de duro confinamiento. Esos comentarios no ayudan a vivir la comunión. Los sacerdotes han querido respetar las normas para evitar que se extienda el coronavirus.
Conviene puntualizar que la diócesis de Barcelona en ningún momento ha decretado el cierre de los templos. En cambio, sí que se acordó prohibir las celebraciones litúrgicas públicas y, por ello, se dispensó a los fieles de la obligatoriedad del precepto dominical. Quiero destacar que esta misma medida ha sido tomada por la Iglesia en todos los países afectados por esta pandemia. Cuando el confinamiento se hizo más estricto se recomendó, pero no se impuso, el cierre de las iglesias, si en las mismas no se podían garantizar las medidas higiénicas exigidas por las autoridades sanitarias. De hecho, algunos templos cerraron y otros siguieron abiertos.
Desde el primer momento, los sacerdotes y diáconos se han prestado voluntarios para ir a hospitales, tanatorios y residencias. Sin embargo, no siempre han podido llevar a cabo este servicio de asistencia espiritual in situ, porque las autoridades sanitarias no nos permitían acceder a estos centros al no contar con suficientes equipos de protección individual (EPI). Afortunadamente, esta situación va poco a poco cambiando y nuestros sacerdotes empiezan a contar con EPI. Recuerdo a las personas ingresadas y a sus familiares que para acceder al servicio de atención espiritual en el centro sanitario, según el protocolo de las autoridades, han de hacer dicha petición al personal sanitario del centro.
A pesar de ello, la labor social y espiritual realizada por los sacerdotes no ha cesado. Se están atendiendo muchos comedores parroquiales, se han activado múltiples iniciativas para ofrecer las celebraciones litúrgicas a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, se han puesto en marcha teléfonos, correos electrónicos, etc., a disposición de quienes necesitasen atención espiritual, escucha o hacer cualquier tipo de consulta… Incluso, se han llevado a cabo ejercicios espirituales y horas santas online. Desde la distancia, ha sido posible acompañar a las personas confinadas en sus hogares, los cuales se han convertido en pequeñas iglesias domésticas.
Tras estas dos semanas de total confinamiento, iniciaremos una nueva etapa de progresiva apertura. Se irá valorando la conveniencia de dejar abiertos los templos −donde sea posible− para que quien lo desee pueda entrar a rezar, hablar con un sacerdote o recibir el sacramento de la confesión, siempre con la máxima prudencia, siguiendo los criterios de las autoridades sanitarias y escuchando lo que nos indican los técnicos y expertos que nos asesoran.
A este respecto, me gustaría añadir que se ha creado una comisión ad hoc, con la participación de Metges Cristians de Catalunya, con el fin de asesorar a nuestra diócesis en este lento camino hacia la normalidad.
Una vez más agradezco a todo el personal sanitario su valioso trabajo. No quiero olvidarme de agradecer también la importante actividad de empresas y trabajadores de otros sectores que hacen posible, con su trabajo diario, que podamos cubrir las necesidades básicas y vivir estos días con cierta normalidad, a pesar de todo.
Esta pandemia nos está abriendo a una gran crisis social, política y económica. Pero toda crisis es una oportunidad. No estamos solos, Dios nos acompaña, pero su acción necesita de nuestra colaboración para hacer posible la comunión, para trabajar todos unidos, para poner nuestra atención, inteligencia y acción coordinada ante los retos que se nos presentan. No es tiempo para críticas. Es cierto que será necesario evaluar lo sucedido para aprender de los errores y pedirnos perdón. Pero ahora, tenemos que prescindir de siglas políticas y de medallas particulares.
Es el momento de trabajar todos juntos, de ayudarnos todos, particularmente los medios de comunicación, a sacar lo mejor de cada uno de nosotros. Sabemos que estamos de paso, pero el Señor nos invita a hacer de este mundo una anticipación del mundo que nos espera. Por ello, os animo también a pedir con intensidad al Señor que insufle su Espíritu en todos nosotros, especialmente en nuestros gobernantes mundiales, para que haga posible que trabajemos unidos y por el bien común. Quiero acabar dando las gracias a todos, profesionales, servidores del bien común, trabajadores sociales, sacerdotes, voluntarios… por el trabajo que hacéis por los demás. Todos, hombres y mujeres de carne y hueso, si caminamos unidos entre nosotros y con Dios, somos capaces de hacer grandes cosas, como reconstruir Europa tras las dos grandes guerras mundiales.
Juan José Omella
Cardenal arzobispo de Barcelona
Fuente: lavanguardia.com
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