Ante la conciencia de ver avecinarse la muerte física, el creyente lo que de verdad necesita es vivir antes la muerte al pecado. Sabe que con la muerte no se acaba todo y desea prepararse. Y así gozará de la alegría del hijo pródigo
Las escenas que contemplamos estos días nos invitan a meternos en ellas, con toda el alma, y con todo el corazón, y a la vez que acompañamos a quienes sufren la muerte de seres queridos, y nos animan a dejar a un lado la banalidad, la superficialidad con que a veces podemos pararnos ante la realidad de nuestro vivir, de nuestro morir.
La atención sacerdotal en los grandes y pequeños hospitales está siendo una manifestación de Fe, de Esperanza y Caridad, Una verdadera ayuda del Cielo para personas que no pueden estar acompañadas por sus seres queridos en los momentos finales de su vida en la tierra, y les llevan su compañía y la de Cristo. Y algunos y algunas hasta descubren la realidad del Espíritu Santo.
Ante una situación semejante muchos creyentes han revitalizado su anhelo de dirigir una palabra a Dios Padre, a Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. Morir con un crucifijo, un rosario, en las manos, aun en medio de la soledad de un hangar convertido en hospital, transmite a muchos moribundos la posibilidad de vivir serenamente un posible encuentro definitivo con Dios −el sentido más profundo y bello de la Muerte, después de haber tenido la ocasión de vivir su arrepentimiento, pidiendo perdón por sus pecados al mismo Cristo, en estos días de Semana Santa.
Los sacerdotes ayudan a los enfermos a clamar con confianza filial a Dios Padre, y así se haga realidad lo que el Papa pide en la oración añadida a la liturgia del Viernes Santo: “a fin de que lleguen hasta Dios Padre las súplicas de quienes lo invocan en su tribulación, para que todos sientan en sus adversidades el gozo de su misericordia”.
Algunos sacerdotes se han podido encontrar con una primera reacción de rechazo a su presencia, como si su llegada les fuera a anunciar su muerte inmediata. Después viene la reacción cuando se les habla con claridad. No se trata de tranquilizar la conciencia de nadie a base de cuentos de fábula, como: “El Señor es misericordioso y nos perdona siempre, hagas lo que hagas”; “no te preocupes, has pecado mucho, pero el Señor no tiene en cuenta esos pecados; te ama más”;“cuidas del planeta, no hay más pecados”, etc. El sacerdote anuncia la muerte del pecado; por eso le molesta tanto al diablo que vistamos de sacerdotes.
Ante la conciencia de ver avecinarse la muerte física, el creyente lo que de verdad necesita es vivir antes la muerte al pecado. Sabe que con la muerte no se acaba todo y desea prepararse. Y así gozará de la alegría del hijo pródigo. Y no solo. Verá en esa muerte al pecado el gozo adelantado de vivir con Cristo la Resurrección.
Estamos ya en esta Semana que la Iglesia conoce con el nombre de Semana Santa. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre ha venido a la tierra para abrirnos los caminos del Cielo, de la Vida Eterna con Dios. Pero si nosotros no somos conscientes del mal que hacemos, de nuestro pecado personal, de nuestras acciones contra Dios, contra nuestros hermanos, contra nosotros mismos; y no pedimos perdón arrepentidos, nunca llegaremos a apreciar el amor con que el Señor muere en la Cruz para redimirnos, y nunca gozaremos de la vida eterna.
Misericordia, pecado, muerte.
Los sacerdotes hemos de actuar como san Pablo; quien al recordar a los corintios pecados que les apartan de Dios, les anima a pedir perdón y manifiesta el corazón de Cristo, que acoge siempre. “Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces, heredarán el Reino de Dios.” “Huid de la fornicación”-
Muchos de los enfermos en los hospitales que ven acercarse al sacerdote viven el gesto de san Pedro después de una de las pescas milagrosas. Se echa al mar, se acerca al Señor que está en la orilla, y le dice: “Apártate de mí, que soy un pecador”.
El sacerdote le sonríe, le habla con cariño, y en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, le absuelve de sus pecados. Una sonrisa, después de alguna lágrima; y el enfermo, la enferma, ha vencido la muerte del espíritu; y convierte la Muerte en Vida Eterna.
“Oremos, con el Papa, también por todos los que sufren las consecuencias de la pandemia actual: para que Dios Padre conceda la salud a los enfermos, fortaleza al personal sanitario, consuelo a las familias y dé la salvación a todas las víctimas que han muerto”.