John C. Lennox, doctor en matemáticas, nos pone al día sobre los científicos que plantean objeciones a la existencia de Dios
Qué paradoja. Dios y la ciencia. Probablemente los dos temas más importantes de conversación en este tiempo de pandemia. Qué paradoja para una reseña cultural en una Semana Santa en la que la pasión de Dios es la pasión de toda la humanidad.
Necesitamos más que nunca a Dios y necesitamos más que nunca a la ciencia. Quizá porque hayamos olvidado más que nunca a Dios y porque la humanidad, y quienes tienen en su mano a la ciencia, se hayan olvidado del sentido del auténtico conocimiento de la naturaleza.
La respuesta a la pregunta del libro es clara. La ciencia no ha enterrado a Dios. La ciencia lo muestra resucitado en un adecuado imaginario colectivo de sabiduría.
Vayamos por partes. El autor de este magnífico ensayo sobre las relaciones entre Dios y la ciencia es doctor en matemáticas, prestigioso catedrático de filosofía de la ciencia en el Green Templeton College de Oxford. Vamos, una autoridad en la materia. No hay más que ver la capacidad de erudición y la capacidad para sintetizar y dar respuesta a los más variados argumentos sobre la cuestión que se plantea en el libro.
El libro, que recibí pocos días antes del confinamiento, está en la línea de las apuestas librescas que nos ponen al día sobre cuáles son los científicos que plantean objeciones a la existencia de Dios desde su conocimiento, cuáles son los argumentos que utilizan y cuáles las falacias que subyacen a esas argumentaciones.
Y de paso, nuestro autor, nos explica qué es la ciencia, cuál es su método o sus métodos y los riesgos de esos métodos, y las limitaciones de esos métodos. Nos ofrece además algunas interesantes píldoras de historia de la ciencia en la perspectiva del diálogo con la religión. Por supuesto que está el caso Galileo, pero también, por ejemplo, el debate Huxley-Wilberforce de 1860 en Oxford.
Aunque este libro está construido sobre la base del curso “Faith, Reason and Science”, impartido en la Universidad de Salzburgo, tiene una lógica interna que facilita la lectura, incluso para los que no somos especialistas en materias propias de las ciencias experimentales o de la naturaleza.
Hay que aclarar que el lector no habituado a los libros de ciencia no tiene ningún problema a la hora de entender los argumentos que se utilizan aquí. En el caso de las teorías cosmológicas, físicas o biológicas, el autor manifiesta una notable capacidad pedagógica y divulgativa.
Uno de los lemas más repetidos por parte de los científicos materialistas o naturalistas es que las personas religiosas están mal informadas y llenas de prejuicios a la hora de abordar la ciencia, en su conjunto, y por lo tanto el papel de la ciencia en relación con la vida personal y social.
Pues bien, lo que se deduce de este libro es lo contrario. El prejuicio está hoy más del lado de quienes no contemplan la compatibilidad de la afirmación de la existencia de Dios con el desarrollo científico que al revés. La pregunta sobre qué cosmovisión es más coherente con la ciencia, si el teísmo y el ateísmo, tiene, al final del libro, fácil respuesta.
Sin lugar a dudas hay que evitar dos extremos. Contemplar la relación entre ciencia y religión en clave de conflicto y creer que toda ciencia es filosóficamente neutra.
John C. Lennox nos ofrece, al fin y al cabo, con la misma pregunta de fondo dos libros. El primero, en el ámbito de la matemática, la física y la cosmología. Y, el segundo, en el de la biología. En la primera parte plantea los marcos del enfrentamiento, los ámbitos y límites de la ciencia y la pregunta por el diseño del cosmos.
En el segundo, parte de una peculiar tesis sobre la evolución, dentro del contexto de la cuestión del diseño inteligente, para después meternos en el origen de la vida, el código genético, y los problemas que a la religión supuestamente le plantean los diversos modelos de información, que abarcan desde los universos paralelos, a la vida en otros planetas, aspectos recurrentes en este tipo de análisis
por la influencia de la opinión pública.
No me voy a detener, por mor de la extensión, en argumentos concretos, en análisis de teorías concretas, en nombres de una pléyade de científicos que aparecen, adecuadamente citados, en estas páginas.
Solo dejo aquí constancia de la conclusión del libro: “He intentado presentar evidencia de que, lejos de haber enterrado a Dios, los resultados de la ciencia no solamente apuntan a su existencia, sino que hasta su misma posibilidad queda validada por su existencia”.
Francisco Serrano Oceja, en religion.elconfidencialdigital.com.
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