En las últimas semanas me he conmovido interiormente innumerables veces leyendo aquí y allá artículos del amor gratuito que empieza a darse entre las personas, entre vecinos, entre incluso desconocidos
La idea de este artículo me rondaba la cabeza desde hace un par de semanas. Me imagino que estos días en los que España ha empezado a vivir en aislamiento de verdad, muchos se habrán hecho ciertas preguntas. El miedo es libre, y pone en cuestión todo. Lo que antes eran seguridades incuestionables ahora incluso nos parecen cosas sin importancia. Todo lo que antes nos proporcionaba una cierta tranquilidad se ha reducido ahora a una décima parte.
A veces parece que lo único que nos queda es encerrarnos en nuestra propia casa, como niños pequeños, y escondernos hasta que amaine el temporal. Cuesta en cierto modo ser “adulto” cuando lo que nos pide el miedo es refugiarnos en los brazos de alguien.
Son reflexiones que hago desde hace un mes, el tiempo que llevamos nosotros aislados aquí por el coronavirus. Y de esto precisamente quiero hablar, de las certezas que nos quedan en estos tiempos de Coronavirus, donde parece que no queda nada.
Esta semana me ha llegado por diversas fuentes una magnífica reflexión escrita por el padre José Granados sobre el coronavirus visto desde la Providencia con mayúsculas. En él rescata una frase de san Juan Pablo II que me tocó profundamente, porque daba forma a la idea de la que os hablaba que me rondaba la cabeza: “En el programa del reino de Dios, el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo” (Salvifici Doloris 30).
Ecco, llegamos al punto. En las últimas semanas me he conmovido interiormente innumerables veces leyendo aquí y allá artículos del amor gratuito (en estos tiempos parece que gusta más la palabra “solidaridad”) que empieza a darse entre las personas, entre vecinos, entre incluso desconocidos. Aplausos en las ventanas como agradecimiento al personal sanitario. Gente que pone carteles para ayudar a sus vecinos más ancianos a hacer la compra. Otros que tocan el piano en el balcón para entretener al edificio. Una cadena que me ha llegado hoy mismo en la que se pide a los supermercados que dediquen la primera hora de apertura a los mayores y más vulnerables, para que puedan comprar con las estanterías recién repuestas y en las mejores condiciones, libres de infección.
Los ejemplos son innumerables. Es emocionante. Representa a la perfección el título de la reflexión del padre Granados, el amor creativo. Me conmueve ver que, cuando podríamos encerrarnos en nuestras casas y no pensar en nadie más que no fuera nosotros mismos y nuestras familias, abrimos los ojos y vemos más allá, incluso adelantándonos a las necesidades del prójimo.
En tiempos de Coronavirus hay una certeza: podemos ser humanos en el mejor de los sentidos. Y es que muchas veces usamos la expresión “es humano” para justificar ciertos comportamientos instintivos y negativos que, en todo caso, nos acercarían más a los animales. Lo humano es lo que precisamente nos distingue de ellos, lo que nos hace excelsamente superiores.
Lo humano es ir a hacer la compra para dos semanas armado de mascarilla y guantes y hacer primero una parada en casa del vecino con problemas de movilidad para preguntarle si necesita algo, aunque signifique volver a casa aún más cargado de lo ya previsto. Humano es preocuparse por los ancianos y los grupos de riesgo antes que por uno mismo. Humano es coger el teléfono y dedicar tiempo a llamar a las personas que están solas o están pasando por un mal momento. Humano es que una madre de familia numerosa saque tiempo para hacer un club de lectura a través de whatsapp con un cuñado sólo o una amiga lejana. Humano es renunciar a lo propio (dinero, tiempo, comodidad) sabiendo que no se te restituirá nada. Lo más humano es el amor. Y el amor es lo que nos hace grandes.
Y no quería finalizar esta reflexión sin llegar a la esfera más personal que en estos momentos nos une a todos. Hoy más que nunca nuestra vida es familiar, nuestra convivencia es constante. Pues es el momento del Amor. No sólo con el vecino del segundo, sino con el hermano que no soporto o el hijo que hace la enésima trastada (¡presente en esta casa!). Es el momento de cocinar, de limpiar, de ordenar, de jugar… y de hacerlo con más amor que nunca. Este aislamiento por coronavirus puede ser para nosotros una condena o una oportunidad. Podemos elegir. Es el momento de que se realice en nosotros poco a poco, sacrificio a sacrificio, una vida íntimamente excelsa, llena de pequeños actos “humanos”, llena de amor.