Una vez más somos conscientes de nuestra pequeñez, un minúsculo ser, un pequeño virus se lleva por delante vidas, eventos, planes y proyectos, quizás economías poderosas
Estamos metidos de lleno en la cuaresma, y a pesar de estar en Andalucía, los protagonistas nos son los quinarios y besa pies, sino el coronavirus que, como la Semana Santa, está cada vez más cercano. No cabe duda que el impacto social alcanza unas grandes dimensiones, y más vale que así sea, pues es mejor prevenir que curar. Lo que son las cosas, una civilización tan avanzada, tan tecnológica, con tantos medios y tan débil. Me recuerda a la estatua del sueño de Nabucodonosor que describe la Biblia: "La cabeza de esta estatua era de oro puro, su pecho y sus brazos de plata, y su vientre y sus muslos de bronce, sus piernas de hierro, sus pies en parte de hierro y en parte de barro". Basta un pequeño percance para que se venga abajo. Una vez más somos conscientes de nuestra pequeñez, un minúsculo ser, un pequeño virus se lleva por delante vidas, eventos, planes y proyectos, quizás economías poderosas. ¡Qué bien nos vendría retomar la vieja costumbre de decir: ¡Si Dios quiere, al expresar un deseo!
La cuaresma es tiempo de conversión, una oportunidad para reorientar nuestra vida, tiempo de cambio. La rutina diaria suele encerrarnos en nuestras costumbres, nos da la seguridad de lo repetitivo, de lo cotidiano, pero también lleva al acostumbramiento. Viene bien un cambio de escenario para ver las cosas con otra perspectiva, desde un ángulo diferente. ¡Cuántas veces el ejemplo de un amigo, la lectura de un libro, una conversación profunda… nos abre los ojos! Estos días son un momento propicio para examinar nuestras costumbres, para enjuiciar nuestros valores. Una revisión profunda nos puede ayudar a ver si vamos por el camino de la felicidad, si realmente vivimos en libertad, o si somos un pelele manejado por el consumismo, los mass media, o las ideologías. ¿Vivo una vida plena? ¿Soy feliz?
El covid-19 nos puede enseñar mucho. Primero lo veíamos como una amenaza lejana, algo de los chinos, luego de los italianos, ahora de madrileños... ya lo sentimos cercano y familiar. Lo que daña a otro me puede afectar a mí. Este pensamiento nos puede sacar de la somnolencia con la que contemplamos asuntos muy serios: la destrucción de la familia, la pérdida de libertades cívicas, la persecución por motivos religiosos o de conciencia, una vida hipersexualizada. Lo que pasa en China o en Venezuela está llamando a mi puerta. La pornografía que mata el amor de tantos puede cegarme a mí o a mis hijos. El desprecio a la verdad que caracteriza a tanto personaje puede hacer de mi vida una gran mentira. ¡Tomemos medidas eficaces y pronto!
Otra enseñanza de la pandemia es que afecta de un modo especial a los más débiles, a los ancianos. No queremos que se contagien, valoramos su salud, su vida. ¿Y estamos dispuestos a que nuestro gobierno siga adelante con el proyecto de la eutanasia, que hará muchos más estragos que el dichoso virus? Estos días he escuchado a varios mayores preocupados de que les puedan "dar la eutanasia".
A los niños y jóvenes también hay que protegerles. No van a clases para no contagiarse. Esto supone un enorme esfuerzo, hay madres que han tenido que dejar el trabajo para cuidar de sus hijos. Y una vez más la incoherencia: nos olvidamos del contagio que sufren por ideologías impuestas desde los gobiernos, de la desinformación intencionada por parte de profesores que se aprovechan de su cargo para adoctrinar. Desvirtúan la visión de la familia, de la libertad, de la sexualidad. Les hacen dudar hasta de su realidad biológica. Y no reaccionamos.
La cuarentena se impone para velar por la salud, apuesta por lo seguro. Vayamos a la cuaresma y apostemos por lo fiable: Dios y la familia. La fe da sentido a nuestra existencia, nos habla de la grandeza de ser hijos de Dios, ilumina nuestras dudas y temores. La familia nos acoge, en ella somos queridos, es fuente de vida y de amor. En tiempos de crisis debemos buscar lo seguro.
El Papa nos dice para la cuaresma: "La alegría del cristiano brota de la escucha y de la aceptación de la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús: el kerygma. En esto se resume el Misterio de un amor "tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo". Quien cree en este anuncio rechaza la mentira de pensar que somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que en realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en abundancia. En cambio, si preferimos escuchar la voz persuasiva del "padre de la mentira" corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la experiencia humana personal y colectiva". Son palabras de luz que nos ayudan en estos momentos tan duros.