“Arturo, (Arturino para todos) crecía dando lo mejor de sí en tenacidad, energía, vivacidad, alegría, simpatía… En síntesis, ¡era un encanto! […]
Las primeras dificultades objetivas comenzaron cuando se puso la primera prótesis: para un niño de un año no debería ser tan sencillo aprender a usar un cuerpo extraño. Por ejemplo, cuando tenía que doblar la rodilla para sentarse, debía tirar de un cordel para desbloquear un mecanismo de seguridad que no siempre respondía con rapidez; pero él, con paciencia, lo había convertido en un juego. La adaptación a la prótesis exigía también agotadores ciclos semanales de fisioterapia. […] Todo esto fue nuestro recorrido cotidiano […] en todo este sucederse de días, meses, años, paradójicamente Arturo fue siempre la fuente de la que sacar nuevas energías para afrontar otros problemas e incógnitas, […] Las esperas se convertían en momentos de complicidad, de juego, de palestra y al final de la jornada, en una perla preciosa. […] No siempre se pueden conjugar dificultades y alegría de vivir, pero cuando hablo de Arturo, a menudo repito: es una bendición para nuestra familia y una lección de vida cada día".
Son palabras de la señora Gianna, la madre de Arturo Mariani, un chico de 26 años que vive en Guidonia (Roma).
Arturo ama el deporte, tiene muchos amigos, se interesa por la política y está muy unido a su familia; desde pequeño prefería jugar a leer libros; hacía rabiar a sus hermanos mayores con sus desaires y, al mismo tiempo, los admiraba y les buscaba.
Arturo es un joven lleno de curiosidad, emprendedor, siempre abierto a nuevas experiencias, al que le encanta bromear y estar con los demás.
Tiene una vida esencialmente serena, "normal". Sólo que le falta una pierna
En su autobiografía, Nacido así. Diario de un joven futbolista sin una pierna (Ediciones Croce, 2015, 109 páginas), el joven relata su historia, desde el descubrimiento de la malformación en el seno materno, hasta su debut en la Selección nacional italiana de fútbol para amputados.
Estamos en 1993. Mamá Gianna y papá Stefano tienen ya dos hijos, cuando descubren que otro está en camino. Gran alegría, pero, en una ecografía, la doctora nota algo extraño: Arturo parece que no tiene una pierna. Repiten el examen, con la esperanza de que la posición del niño diera esa impresión. Pero no: Arturo realmente carece de una pierna.
Siguen momentos de desconcierto, los médicos intentan explicar que, para una situación así “está la Ley 194" (que despenalizó el aborto en Italia), y se puede “interrumpir el embarazo”, pero mamá Gianna no les deja terminar de hablar.
El pensamiento de abortar ni siquiera les pasó por la cabeza a los Mariani: el hecho de que Arturo no tuviera una pierna no cambiaba nada. Él estaba allí, y sólo pedía ser amado, tal como era. Le ayudaría su gran fe en Jesucristo y una confianza ilimitada en la Providencia.
En torno a esta familia surgieron inmediatamente críticas y murmuraciones. También entre las personas más cercanas, las clásicas preguntas: “¿estarán haciendo lo mejor?”, “¿no será una vida de sufrimientos?”, “¿quién sabe lo que deberá pasar…?”
A esas preguntas Arturo ha respondido siempre con su infatigable buen humor, su perseverancia en superar los límites físicos, sus ganas de crecer, de jugar, de bromear, aprendiendo incluso a ironizar sobre la pierna que, “sin siquiera existir”, creaba tantos problemas.
"¿Nunca podrá caminar? ¿No podrá correr?", habían preguntado sus hermanos, titubeantes, después de haber sabido que el niño esperado iba a nacer sin una pierna.
"Correrá a su manera", fue la respuesta de sus padres.
Así ha sido: Arturo ha corrido, a su manera.
Ha corrido tanto que, con la prótesis, con su "pierna artificial", ha llegado incluso a jugar a fútbol. Para alegría de sus padres, pasó horas y horas en la terraza jugando con el balón, y también rompiendo algún cristal.
Gran aficionado de la Roma, compartió siempre con papá Stefano su pasión por el fútbol, y llegó a jugar en la Selección nacional italiana para amputados, y participó incluso en los Mundiales de México en el año 2014.
Los colegios invitan a Arturo para que hable de su vida, y también ha intervenido en diversos Congresos sobre la importancia de la integración. Su vida es una luz para muchos chicos.
Arturo se siente privilegiado, porque sus padres no quisieron "cambiar de hijo" −aunque no correspondiera al “ideal de normalidad”− sino que renunciaron a su idea de normalidad, para adaptarse a las necesidades del hijo.
En el libro se habla de la casa más grande, comprada en las afueras de Roma, para permitirle más libertad de movimientos, de cómo ha habido que seguir con atención las sesiones de fisioterapia, de cómo su madre se convirtió en una experta de las prótesis, hasta dejar con la boca abierta a los expertos. “La habitación de los invitados se transformó en nuestro taller. Mi madre pasaba días enteros intentando mejorar una cosa, luego otra, y otra más. Se atrevía con todo, a veces los mismos técnicos se quedaban admirados del trabajo que hacía, que superaba en calidad incluso al suyo”, recuerda.
Las horas pasadas en el tráfico para ir a los médicos se convirtieron en valiosos momentos de diálogo con su madre.
El joven recuerda con dulzura también a su abuela Nella, que hasta su último día de vida le hizo sentirse como un auténtico regalo. Decía siempre: "Arturino hará grandes cosas".
“El amor que me transmitió −escribe− es algo que aún hoy noto con fuerza y sigue haciéndome sentir especial, como ella me veía".
Junto a su familia, también los amigos, los de verdad, marcaron la diferencia: Arturo recuerda con cariño los compañeros de viaje que tuvo, capaces de comprender su “dificultad” en los movimientos, y de adaptar los momentos de diversión a sus necesidades.
“Pobrecillo, tendrá una vida de sufrimientos, lo han traído al mundo por egoísmo…”, “podían haber abortado, hubiese sido mejor para él",…
Vaya usted a saber si estas personas conocen los partidos de Arturo en la selección, sus encargos en la parroquia o en Cáritas, sus viajes vividos con entusiasmo; los programas grabados en la radio católica fundada por su familia (Radio Giovani Arcobaleno), la alegría que experimenta con los amigos, los episodios simpáticos que ha compartido con compañeros y profesores en el colegio.
Quizá no saben que Arturo es feliz.
Uno puede preguntarse también qué idea tienen del “egoísmo” los que critican a los padres de Arturo, es decir, a un papá y una mamá que se han puesto por completo al servicio de su hijo, llevando con él todas sus cruces, haciéndole sentirse valioso, digno de todos los cuidados, con los hechos, más que con palabras.
Es cierto que la condición de este chico es “especial”, distinta, compleja… Pero, si se lee su historia, quizás deberíais revisar vuestro concepto de “calidad de vida”. Quizá se admitirá que, en la vida, “la salud no lo es todo”.
Cecilia Galatolo, en familyandmedia.eu.
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