La frase no tiene desperdicio; y en las circunstancias actuales, es una clara llamada de atención que un régimen político enemigo de la Iglesia nos hace a todos los católicos
Ya san Pablo en su día se lamentó con los de Corintio por las discordias que había entre ellos: Me refiero a lo que cada uno de vosotros dice: “Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo”. ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso Pablo fue crucificado por vosotros o habéis sido bautizados en su nombre?”
En un artículo de Asia News sobre la situación actual de la Iglesia en China, o mejor dicho, en relación con las cartas intercambiadas entre los cardenales Re y Zen a propósito de la situación, Bernando Cervellera termina con este párrafo: “Una vez, pregunté a un miembro del Partido comunista chino cómo era posible que emplearan tantos recursos para controlar a un pequeño grupo de católicos en China (menos del 1% de la población). Me respondió: “Tenemos miedo de vuestra unidad”. En la medida en que callemos, nos dividamos y enfrentemos, entramos en el juego del “divide y vencerás” del Partido”.
Ciertamente, Cervellera no puede ser más claro. Y por desgracia síntomas de esa desunión se están dando no solo en China −hablaré de China en otro artículo−, sino en muchas otras partes de la Iglesia. Ya san Pablo salió al paso de divisiones semejantes en la primera evangelización. Nada de iglesia de Pablo, de Pedro, de Apolo. Y nada tampoco de iglesia de Pio, de Juan Pablo, de Benedicto, de Francisco, de Juan. La Iglesia es de Cristo; y la unidad de los creyentes, desde el papa hasta el último bautizado, es siempre y radicalmente la unidad de todos en Cristo.
“Hay un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo, y un solo Dios, padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos” (Ef 4, 5-6). No existe ni la iglesia alemana, ni la iglesia española, ni la argentina, ni la rusa, ni la japonesa, ni la australiana, ni la nigeriana. Existe la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica en Alemania, en España, en Argentina, en Rusia, en Japón, en Australia, en Nigeria.
Una unidad querida por Dios, sostenida en la roca que es Cristo, y confiada a la piedra que es Pedro; y que Pedro, unido a Dios en Cristo Jesús, mantendrá siempre viva sostenido por el clamor de tantos santos, canonizados y desconocidos en la Iglesia y canonizados en el Cielo, que rezan para que todos los papas sean siempre fieles a la luz del Espíritu Santo.
Esa unidad nace y crece en el corazón y el espíritu de cada uno de los creyentes que se sabe hijo de Dios en Cristo Jesús; que es consciente de ser de la familia de Cristo, y, por tanto, miembro del Cuerpo de Cristo.
Desde el principio de la evangelización, desde el principio de predicar el Evangelio y de acoger a los gentiles que ansiaban ser prosélitos de la Iglesia de Cristo, el diablo ha metido cizaña para provocar cismas y separaciones: Marción, Nestorio, Jansenio, Lutero, etc., etc., han sido instrumentos suyos para crear la discordia y dividir a los creyentes.
Y como el diablo se ha condenado a sí mismo para hacer el mal, no es de extrañar que siga moviendo las aguas, liando las cosas, para que la unidad se resquebraje. A la Iglesia, unida en la Verdad, en Cristo −Camino, Verdad, Vida−, el diablo le teme, porque no puede resistir el canto que crece en el corazón de los católicos: “Un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo”.
Los Píos, los Juanes, los Franciscos, los Benedictos, los Eugenios, etc., que se seguirán a lo largo del tiempo pedirán gracia al Espíritu Santo para asirse fuertemente con su cabeza y con su corazón a la Roca que es Cristo. Así cumplirán su única misión: confirmar a toda la Iglesia en la Fe en Cristo Jesús. Y cualquier liderazgo humano les traerá absolutamente sin cuidado.
Y así, la Iglesia cumplirá su misión: transmitir a todo el mundo la Luz que es Cristo, bautizando a todos los que reciben la predicación de Cristo y deseen ser prosélitos del Hijo de Dios hecho hombre.