El amor vence al miedo. Así podrían sintetizarse algunas enseñanzas del Papa en lo que va de nuevo año: en el discurso a la Curia Romana con motivo de la Navidad y en los mensajes para la Jornada Mundial de la Paz y para la Jornada Mundial del Enfermo
En su discurso a la Curia Romana con motivo de las felicitaciones navideñas (21-XII-2019), Francisco ha subrayado que el amor vence el miedo. También el miedo a cambiar, cosa que es necesaria para ser fiel.
Francisco ha tomado pie en el pensamiento de Newman. El santo cardenal inglés escribe: “Aquí sobre la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones” (cfr. El desarrollo de la doctrina cristiana). Y en otra ocasión: “No hay nada estable fuera de ti, Dios mío. […] Sé, Dios mío, que debe operarse en mí un cambio, si quiero llegar a contemplar tu rostro” (Meditaciones y oraciones).
También según la Biblia el corazón humano necesita recorrer un camino de conversión: “Paradójicamente” −observa el Papa− “necesita partir para poder permanecer, cambiar para poder ser fiel”. Hoy, en medio de una seria crisis antropológica y de fe, y también ecológica, tenemos esa necesidad. “El problema” −recoge aquí Francisco un argumento de la encíclica Laudato si’− “es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos”.
En esta perspectiva sitúa el Papa la reforma de la Curia, dando orientaciones y criterios que de algún modo sirven para la renovación cristiana y eclesial de todos nosotros, en medio de lo que Benedicto XVI llamó “profunda crisis de fe” y “eclipse del sentido de Dios”.
Concretamente ofrece tres propuestas. Primera: para que la tradición (la entrega de la fe) siga siendo viva es necesaria una renovada evangelización; porque es preciso reconocer que “hoy no somos los únicos que producen cultura, ni los primeros, ni los más escuchados”. La fe no es −sobre todo en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente− un presupuesto obvio de la vida común, e incluso es frecuentemente negada, marginada y ridiculizada.
Un segundo punto es la importancia de la comunicación en una cultura digitalizada, que privilegia la imagen respecto a la escucha y la lectura, y de este modo incide en el modo de aprender y en el desarrollo del sentido crítico (cfr. Christus vivit, 86). Esto requiere de nosotros, dice el Papa, una mayor coordinación y trabajo en equipo, para promover el desarrollo humano integral.
Tercero, tomando como modelo vivo la Encarnación del Hijo de Dios, “la humanidad es la clave distintiva para leer la reforma”. Atención a la clave: “La humanidad”, dice Francisco, “llama, interroga y provoca, es decir, llama a salir y no temer al cambio”. He ahí la tercera propuesta.
Para esto, algunas circunstancias proporcionan todo un baño de realismo: 1) “en el presente hay personas que irremediablemente necesitan tiempo para madurar”; 2) “hay circunstancias históricas que se deben manejar en la cotidianidad, puesto que durante la reforma el mundo y los eventos no se detienen”; 3) “hay cuestiones jurídicas e institucionales que se deben resolver gradualmente, sin fórmulas mágicas ni atajos”; 4) hay que contar con la historia y con el error humano; replegarse en el pasado puede ser más cómodo pero no es lo mejor; es preciso vencer la tentación de la rigidez y del miedo al cambio, puesto que eso comporta un desequilibrio que no ayuda sino que dificulta.
Es preciso −concluye el Papa− abrirse al camino de la fe, de la confianza, de la valentía, del amor divino “que inspira, dirige y corrige la transformación, y derrota el miedo humano de dejar lo seguro para lanzarse hacia el misterio”, y poder así participar en la salvación que Dios ofrece a cada persona y al mundo.
El mensaje para la LIII Jornada mundial de la paz −publicado el 8-XII-2019−, celebrada el 1 de enero, se abre bajo el signo de la esperanza, y se concreta como “diálogo, reconciliación y conversión ecológica”.
En este mensaje el Papa alude a su discurso sobre las armas nucleares (Nagasaki, 24-XI-2019) para advertir que actualmente seguimos en una guerra del miedo, prolongación de la “guerra fría”. Francisco avisa que esto “solo” se puede vencer cambiando la mentalidad en favor de la solidaridad y la corresponsabilidad. “La disuasión nuclear” −afirma− “no puede crear más que una seguridad ilusoria”: un equilibrio inestable al borde del abismo, encerrado en los muros de la indiferencia y de la cultura del descarte. Para salir de esa lógica hace falta avanzar en el camino del diálogo y la fraternidad. Y para ello, revalorizar la memoria y apelar a la conciencia moral y la voluntad personal y política. “El mundo no necesita palabras vacías, sino testigos convencidos, artesanos de la paz abiertos al diálogo sin exclusión ni manipulación”.
Esto pone de relieve, como señalaba san Pablo VI, la importancia de la educación no solo en los derechos, sino también en los deberes y en las responsabilidades, en el dominio de sí y en los límites de nuestra propia libertad (cfr. Octogesima adveniens, 1971, n. 24). Interesante esta cita en el actual momento de nuestra cultura. Un instrumento para avanzar en esta línea: “El trabajo paciente basado en el poder de la palabra y la verdad puede despertar en las personas la capacidad de compasión y solidaridad creativa”.
Junto con ello es preciso apoyarse en la fuerza de la reconciliación y el perdón (agradeciendo el perdón de los pecados que se nos ofrece en el Sacramento de la Penitencia) y de la gratuidad, tanto a nivel personal como público. Cristo ha reconciliado con Dios todas las cosas (cfr. Col 1, 20), “y nos pide que depongamos cualquier violencia en nuestros pensamientos, palabras y acciones, tanto hacia nuestro prójimo como hacia la creación”.
La XXVIII Jornada Mundial del Enfermo se celebrará el 8 de febrero bajo el lema de Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28). En su mensaje, Francisco destaca la actitud de Jesús, que llama a la cercanía con Él y ofrece su misericordia.
Hacer, de las propias heridas, claraboyas: esto lo hace Jesús ante todo con su propia vida, porque solo quien vive en primera persona la experiencia del sufrimiento y de la necesidad sabrá ser consuelo para otros. Por eso es necesario ponerse en el lugar del enfermo, para proporcionarle los cuidados (médicos, así como relacionales, intelectivos, afectivos y espirituales) que requiere, y también su familia. Tanto los que atendemos a los enfermos, como los enfermos mismos han de tener en cuenta que “Cristo no nos ha dado recetas, sino que con su pasión, muerte y resurrección nos libera de la opresión del mal”.
Por eso los enfermos han de poder encontrar, especialmente en los cristianos, personas que, curadas por la misericordia de Dios en su fragilidad, sepan ayudarles “a llevar la cruz haciendo, de las propias heridas, claraboyas a través de las cuales se pueda mirar el horizonte más allá de la enfermedad” y así recibir luz y aire puro para llevar adelante su vida. Claramente todo comienza por respetar la dignidad y la vida de cada persona. Para esto, quizá algunas veces los profesionales cristianos tengan que recurrir a su derecho a la objeción de conciencia.
En definitiva, oración y discernimiento, escucha y respuesta, con el amor que vence el miedo. Así es el camino que los cristianos han de recorrer con serenidad y alegría para contribuir a la nueva evangelización, a la paz y al cuidado de los demás. También para abrirlo a las generaciones venideras.
Ramiro Pellitero
Facultad de Teología, Universidad de Navarra
Fuente: revistapalabra.es.
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