El Santo Padre ha continuado hoy, durante la Audiencia general, sus catequesis sobre las Bienaventuranzas, reflexionando sobre la tercera: “Bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra”
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy abordamos la bienaventuranza que dice: «Felices los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mt 5,4). Cuando decimos que una persona es “mansa” nos referimos a que es dócil, suave, afable, a que no es violenta ni colérica. La mansedumbre se manifiesta sobre todo en los momentos de conflicto, cuando estamos “bajo presión”, cuando somos atacados, ofendidos, agredidos. Nuestro modelo es Jesús, que vivió cada momento, especialmente su Pasión, con docilidad y mansedumbre.
Esta bienaventuranza afirma también que los mansos “heredarán la tierra”. No la poseen ni la conquistan, la heredan. Esta tierra es una promesa y un don para el Pueblo de Dios. Esta “tierra” es el Cielo, hacia donde caminamos como discípulos de Cristo, promoviendo la paz, la fraternidad, la confianza y la esperanza.
También podemos considerar lo contrario de vivir esta bienaventuranza y preguntarnos acerca del pecado de la ira: En un momento de cólera se puede destruir todo lo que se ha construido; cuando se pierde el control, se olvida lo realmente importante, y esto puede arruinar la relación con un hermano, muchas veces sin remedio. En cambio, la mansedumbre conquista los corazones, salva las amistades, hace posible que se sanen y reconstruyan los lazos que nos unen con los demás.
En la catequesis de hoy afrontamos la tercera de las ocho bienaventuranzas del Evangelio de Mateo: «Bienaventurados los manos porque heredarán la tierra» (Mt 5,5). El término “manso” aquí utilizado quiere decir literalmente dulce, amable, gentil, sin violencia. La mansedumbre se manifiesta en los momentos de conflicto, se ve por cómo se reacciona a una situación hostil. Cualquiera podría parecer manso cuando todo está tranquilo, pero ¿cómo reacciona “bajo presión”, si es atacado, ofendido, agredido?
En un pasaje, San Pablo recuerda «la dulzura y la mansedumbre de Cristo» (2Cor 10,1). Y San Pedro a su vez recuerda la actitud de Jesús en la Pasión: no respondía ni amenazaba, porque «se fiaba de aquel que juzga con justicia» (1Pt 2,23). Y la mansedumbre de Jesús se ve fuertemente en su Pasión.
En la Escritura la palabra “manso” indica también al que no tiene tierras en propiedad; y por eso nos llama la atención que la tercera bienaventuranza diga precisamente que los mansos “heredarán la tierra”. En realidad, esta bienaventuranza cita el Salmo 37, que hemos escuchado al inicio de la catequesis. También allí se relacionan la mansedumbre y la posesión de la tierra. Estas dos cosas, pensándolo bien, parecen incompatibles. Pues la posesión de la tierra es el ámbito típico del conflicto: se combate a menudo por un territorio, para tener la hegemonía de una cierta zona. En las guerras el más fuerte prevalece y conquista otras tierras.
Pero miremos bien el verbo usado para indicar la posesión de los mansos: no conquistan la tierra; no dice “bienaventurados los mansos porque conquistarán la tierra”. La “heredan”. Bienaventurados los mansos porque “heredarán” la tierra. En las Escrituras el verbo “heredar” tiene un sentido aún más grande. El Pueblo de Dios llama “heredad” precisamente a la tierra de Israel que es la Tierra de la Promesa. Esa tierra es una promesa y un don para el pueblo de Dios, y se convierte en signo de algo mucho más grande que un simple territorio. Hay una “tierra” −permitidme el juego de palabras− que es el Cielo, o sea la tierra hacia la que caminamos: los nuevos cielos y la nueva tierra hacia donde vamos (cfr. Is 65,17; 66,22; 2Pt 3,13; Ap 21,1).
Entonces el manso es el que “hereda” el más sublime de los territorios. No es un cobarde, un débil que vive una moral cómoda para quedarse fuera de los problemas. En absoluto. Es una persona que ha recibido una heredad y no la quiere perder. El manso no es un acomodaticio sino el discípulo de Cristo que ha aprendido a defender bien la tierra. Defiende su paz, defiende su trato con Dios, defiende sus dones, los dones de Dios, conservando la misericordia, la fraternidad, la confianza, la esperanza. Porque las personas mansas son personas misericordiosas, fraternas, confiadas y personas con esperanza.
Aquí debemos señalar el pecado de la ira, un movimiento violento que todos conocemos. ¿Quién no se ha enfadado alguna vez? Todos. Debemos darle la vuelta a la bienaventuranza y hacernos una pregunta: ¿cuántas cosas hemos destruido con la ira? ¿Cuántas cosas hemos perdido? Un momento de cólera puede destruir tantas cosas; se pierde el control y no si valora lo que de verdad es importante, y se puede arruinar el trato con un hermano, quizá sin remedio. Por la ira, muchos hermanos ya no se hablan, se alejan el uno del otro. Es lo contrario de la mansedumbre. La mansedumbre reúne, la ira separa.
La mansedumbre es conquista de tantas cosas. La mansedumbre es capaz de vencer el corazón, salvar las amistades y mucho más, porque las personas se enfadan pero luego se calman, se lo piensan y regresan sobre sus pasos, y así se puede reconstruir con la mansedumbre.
La “tierra” a conquistar con la mansedumbre es la salvación de aquel hermano del que habla el mismo Evangelio de Mateo: «Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18,15). No hay tierra más hermosa que el corazón ajeno, no hay territorio más bello que ganar que recuperar la paz con un hermano. ¡Y esa es la tierra que se hereda con la mansedumbre!
Saludo cordialmente a los peregrinos provenientes de Francia y de otros países de lengua francesa, en particular a los de las Diócesis de Le Mans, con Mons. Yves Le Saux, y de Bourges, con Mons. Jérôme Beau, a los representantes de la Confederación francesa de trabajadores cristianos, y a los jóvenes y peregrinos de diversas parroquias. Queridos hermanos y hermanas, os invito a pedir a Dios que os dé el don de la mansedumbre para construir juntos un mundo más fraterno. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los grupos de Inglaterra, Noruega, Filipinas, Arabia Saudí, Vietnam y Estados Unidos de América. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana, en concreto a los varios grupos escolares: bienvenidos. Que el Espíritu Santo nos enseñe a mirar el mundo con los ojos de Dios y a tratar a los hermanos con la mansedumbre de su corazón. Feliz estancia en Roma.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. Pidamos al Señor que nos ayude a ser mansos y humildes de corazón, y a reconocer los momentos en que perdemos la calma para que, con la gracia del Señor, podamos volver a encontrar y a construir la paz. Que Dios los bendiga.
Saludo de corazón a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los venidos de Portugal y de Brasil, y os animo a ser en todas partes testigos de esperanza y caridad. Y, si alguna vez tenéis que afrontar situaciones que os turban el alma, id a buscar refugio bajo el manto de la Santa Madre de Dios; allí encontraréis paz y mansedumbre. Sobre vosotros y vuestras familias descienda la bendición del Señor.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en concreto a los del Medio Oriente. El hombre manso es el hombre calmado, gentil, sencillo, obediente y pacífico, que trata bien a la gente y no pelea con nadie. Esos rasgos lo hacen amable para todas las personas, porque vive con ellos en paz y tranquilidad. Así pues, además del reino de Dios, hereda también la tierra. El Señor os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, la mansedumbre, de la que hablamos hoy, es capaz de vencer el corazón y derrotar la ira, salvar las amistades y reconstruir las relaciones puestas a prueba por las ambiciones y el espíritu de rivalidad. Recordad siempre la invitación del Señor Jesús: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas” (Mt 11,29). Os bendigo de corazón. ¡Sea alabado Jesucristo!
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. En particular, saludo a las religiosas y religiosos; a los grupos parroquiales; y a la delegación de la Antorcha Benedictina, con el Arzobispo de Spoleto-Norcia, Mons. Renato Boccardo y el Abad de Montecassino, dom Donato Ogliari. Saludo además al Comando Brigada Aosta, de Messina; a la Sociedad Italiana de Odonto-estomatología para la discapacidad; y al departamento de pediatría del Instituto Nacional de Tumores, de Milán.
Saludo finalmente a los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. Fiaos del Señor y esforzaos por entrar en sus planes, aceptando que su salvación pueda llegar a nosotros por vías diversas de las que esperamos.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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