Como homenaje agradecido a Federico Delclaux quiero reproducir en este post unas pocas líneas de las sabias palabras con las que abría “El silencio creador”
Ayer estuve en el velatorio del sacerdote artista y escritor Federico Delclaux (Barcelona, 1935) en la Clínica Universidad de Navarra donde acababa de fallecer. Me venía a la memoria su maravilloso libro «El silencio creador» que tanto me cautivó en mi juventud. Se trataba de una colección de 88 textos de eminentes artistas y autores de los siglos XIX y XX que habían ayudado a Delclaux para comprender el proceso creativo. Así explicaba en la introducción los motivos de la selección que había hecho:
“Al leer un libro, el monótono pasar de las páginas mide el transcurrir del tiempo. Pero quizás al llegar a un pasaje la lectura se detiene, y la mirada se alza para perderse, mientras el interior late en unidad con lo leído. Esa idea encontrada no tiene por qué ser sorprendente ni nueva. A lo mejor es una idea adquirida ya hace años −tanto tiempo hace, que se tenía como propia−, y que acaba de aparecer ante él, y se vuelve a descubrir la verdad que encierra.
Es el mismo detenerse del tiempo, a veces, ante un movimiento determinado de Beethoven. Es la misma admiración anonadada ante el fresco de la Capilla Sixtina, o la inocencia que invade quizás al contemplar L’oiseau et son nid de Braque. Un momento en el que el espíritu profundiza en un hondo conocer contemplativo”.
Los textos escogidos por Delclaux están organizados en cuatro secciones que en la primera edición llevaban estos títulos: 1) La mirada; 2) La vida; 3) El quehacer; 4) El hombre y su obra y el mundo.
Recuerdo bien cuánto me impactó la primera sección y en particular el texto “Adentro” (1900) de Miguel de Unamuno cuando lo leí en mi primer año de carrera (1970-71): está ahora accesible online en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes .
Como homenaje agradecido a Federico Delclaux quiero reproducir en este post unas pocas líneas de las sabias palabras con las que abría El silencio creador:
“Entre las contradicciones internas que se dan en el trabajo creador, hay una que puede llevar hacia la inacción o hacia el activismo estéril. Se trata de esa aparente oposición que existe entre la aventura personal −esfuerzo y hallazgo propios− y el seguir las indicaciones de aquellos que han precedido. Por una parte, si se pierde la espontaneidad, la alegría y el sello personal, la obra será copia, falsa perfección. Pero también hay que tener en cuenta que si no se atiende a lo que han dicho aquellos que han desvelado algo del misterio del arte, puede ocurrir que todo quede en nada. No es suficiente con decir: «Mi fuerza abrirá mi propia senda», porque basta con alzar la mirada para descubrir mucho esfuerzo inútil.
Todo esto no es nuevo. Y además está grabado en el inestable interior del que crea: al ver tanta obra mal hecha, carente de arte, ¿cómo no darse cuenta de la necesidad de aprender? Y, a la vez, ¿cómo evitar el peligro de quedar abrumado por el peso de los consejos?
Esta aparente contradicción entre el crear personal y el aprendizaje de los que ya encontraron, quizá se resuelva al considerar que el camino a seguir es amplio, y las señales que lo delimitan pueden llegar a hacerse propias.
No es necesario extenderse sobre la gran amplitud del camino: basta con mirar la historia para descubrir la variedad de los que lo han recorrido.
Las señales que lo delimitan son esos valores constantes que encauzan y dirigen. Son generales y encierran vida, y por eso pueden hacerse propios, fundirse en uno mismo. Entonces ya no se verán como ataduras, sino como algo que concreta el fuego interior y lo aviva.
Después cada uno irá haciendo su andadura personal, aprendiendo de lo cotidiano”.
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Son palabras maravillosas que invitan −y dan pistas muy certeras para ello− a aprender a vivir la propia vida como una obra de arte, tal como hizo Federico Delclaux.
Jaime Nubiola, en filosofiaparaelsigloxxi.wordpress.com.
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