El Papa ha celebrado hoy la primera misa del año 2020 en la Basílica de San Pedro, con motivo de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios en la Octava de Navidad, recordando también la Jornada Mundial de la Paz
En la homilía el Santo Padre ha invitado a cada uno a preguntarse: "¿Sé mirar a las personas con el corazón? ¿Me importa la gente con la que vivo? ¿Tengo al Señor en el centro de mi corazón?”, ya que si queremos un mundo mejor es necesario construir una casa de paz y no un patio de batalla”.
«Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4,4). Nacido de mujer: así vino Jesús. No apareció en el mundo adulto sino, como nos ha dicho el Evangelio, fue «concebido» en el seno (Lc 2,21): allí hizo suya nuestra humanidad, día a día, mes a mes. En el seno de una mujer, Dios y la humanidad se unieron para no dejarnos nunca más: también ahora, en el cielo, Jesús vive en la carne que tomó en el seno de la madre. ¡En Dios está nuestra carne humana!
En el primer día del año celebramos estas bodas entre Dios y el hombre, inauguradas en el seno de una mujer. En Dios estará para siempre nuestra humanidad y para siempre María será la Madre de Dios. Es mujer y madre, esto es lo esencial. De Ella, mujer, surgió la salvación y, por tanto, no hay salvación sin la mujer. Allí Dios se unió a nosotros y, si queremos unirnos a Él, se pasa por el mismo camino: por María, mujer y madre. Por eso iniciamos el año en el signo de la Virgen, mujer que tejió la humanidad de Dios. Si queremos tejer de humanidad las tramas de nuestros días, debemos recomenzar de la mujer.
Nacido de mujer. El renacimiento de la humanidad comenzó por la mujer. Las mujeres son fuentes de vida. Sin embargo, son continuamente ofendidas, golpeadas, violentadas, inducidas a prostituirse y a suprimir la vida que llevan en su seno. Toda violencia infligida a la mujer es una profanación de Dios, nacido de mujer. Del cuerpo de una mujer llegó la salvación para la humanidad: de cómo tratemos el cuerpo de la mujer comprendemos nuestro nivel de humanidad. Cuántas veces el cuerpo de la mujer viene sacrificado en los altares profanos de la publicidad, del beneficio, de la pornografía, explotado como superficie a usar. ¡Debe ser liberado del consumismo, debe ser respetado y honrado; es la carne más noble del mundo, ha concebido y dado a luz el Amor que nos ha salvado! También hoy la maternidad es humillada, porque el único crecimiento que interesa es el económico. Hay madres que se arriesgan a viajes terribles para buscar desesperadamente dar al fruto de su seno un futuro mejor y son juzgadas como números que sobran por personas que tienen la barriga llena, pero de cosas, y el corazón vacío de amor.
Nacido de mujer. Según el relato de la Biblia, la mujer llega al culmen de la creación, como el resumen de todo lo creado. Ella, en efecto, encierra en sí el fin de la misma creación: la generación y la custodia de la vida, la comunión con todo, el cuidar de todo. Es lo que hace la Virgen en el Evangelio de hoy. «María −dice el texto− conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (v. 19). Conservaba todo: la alegría por el nacimiento de Jesús y la tristeza por la hospitalidad negada en Belén; el amor de José y el asombro de los pastores; las promesas y las incertidumbres por el futuro. Todo le preocupaba y en su corazón todo tenía su sitio, incluso las adversidades. Porque en su corazón arreglaba todo con amor y confiaba todo a Dios.
En el Evangelio esta acción de María se repite una segunda vez: al término de la vida oculta de Jesús se dice que «su madre conservaba todas estas cosas en su corazón» (v. 51). Esta repetición nos hace comprender que conservar en el corazón no es un bonito gesto que la Virgen hacía de vez en cuando, sino su costumbre. Es propio de la mujer preocuparse por la vida. La mujer muestra que el sentido de vivir no es seguir produciendo cosas, sino preocuparse de las cosas que hay. Solo quien mira con el corazón ve bien, porque sabe “ver dentro”: a la persona, más allá de sus errores, al hermano, más allá de sus fragilidades, la esperanza en las dificultades; ve a Dios en todo.
Mientras comenzamos el nuevo año preguntémonos: “¿Sé mirar con el corazón? ¿Sé mirar con el corazón a las personas? ¿Me preocupa la gente con la que vivo, o la destruyo con la murmuración? Y sobre todo, ¿tengo en el centro del corazón al Señor, u otros valores, otros intereses: mi promoción, las riquezas, el poder?”. Solo si la vida nos preocupa sabremos cuidarla y superar la indiferencia que nos envuelve. Pidamos esta gracia: vivir el año con el deseo de preocuparnos por los demás, de cuidar a los otros. Y si queremos un mundo mejor, que sea casa de paz y no patio de guerra, nos preocupe la dignidad de cada mujer. De la mujer nació el Príncipe de la paz. La mujer es donante y mediadora de paz y debe ir plenamente asociada a las tomas de decisión. Porque cuando las mujeres pueden trasmitir sus dones, el mundo se encuentra más unido y más en paz. Por eso, una conquista para la mujer es una conquista para toda la humanidad.
Nacido de mujer. Jesús, recién nacido, se reflejó en los ojos de una mujer, en el rostro de su madre. De Ella recibió las primeras caricias, con Ella intercambió las primeras sonrisas. Con Ella inauguró la revolución de la ternura. La Iglesia, mirando a Jesús Niño, está llamada a continuarla. Pues también la Iglesia, como María, es mujer y madre, la Iglesia es mujer y madre, y en la Virgen tiene sus rasgos distintivos. Ve a Ella inmaculada, y se siente llamada a decir “no” al pecado y a la mundanidad. Ve a Ella fecunda, y se siente llamada a anunciar al Señor, a engendrarlo en las vidas. Ve a Ella madre, y se siente llamada a acoger a cada hombre como a un hijo.
Acercándose a María, la Iglesia se encuentra, halla su centro, recupera su unidad. El enemigo de la naturaleza humana, el diablo, intenta en cambio dividirla, poniendo en primer plano las diferencias, las ideologías, los pensamientos partidistas. Pero no entendemos la Iglesia si la miramos a partir de las estructuras, a partir de los programas y de las tendencias, de las ideologías, de las funcionalidades: captaremos algo, pero no el corazón de la Iglesia. Porque la Iglesia tiene un corazón de madre. Y nosotros hijos invocamos hoy a la Madre de Dios, que nos reúne como pueblo creyente. O Madre, genera en nosotros la esperanza, tráenos la unidad. Mujer de la salvación, te encomendamos este año, protégelo en tu corazón. Te aclamamos: Santa Madre de Dios. Todos juntos, tres veces, aclamemos a la Señor, de pie, a la Virgen Santa Madre de Dios: [con la asamblea] ¡Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios, Santa Madre de Dios!
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡Y feliz año!
Anoche terminamos el año 2019 agradeciendo a Dios el don del tiempo y todos sus beneficios. Hoy iniciamos el 2020 con la misma actitud de gratitud y alabanza. No hay que dar por descontado que nuestro planeta empiece una nueva vuelta alrededor del sol y que los seres humanos sigamos habitándolo. No hay que darlo por descontado, es más, es siempre un “milagro” del que asombrarse y agradecer.
En el primer día del año la Liturgia celebra a la Santa Madre de Dios, María, la Virgen de Nazaret que dio a luz a Jesús, el Salvador. Aquel Niño es la Bendición de Dios para todo hombre y mujer, para la gran familia humana y pera el mundo entero. Jesús no ha quitado el mal del mundo pero lo ha derrotado de raíz. Su salvación no es mágica, sino una salvación “paciente”, es decir, comporta la paciencia del amor, que se hace cargo de la iniquidad y les quita el poder. La paciencia del amor: el amor nos hace pacientes. Muchas veces perdemos la paciencia; yo también, y pido perdón por el mal ejemplo de ayer [se refiere a la reacción ante una persona que, en la Plaza, le había empujado]. Por eso, contemplando el belén vemos, con los ojos de la fe, el mundo renovado, liberado del dominio del mal y puesto bajo el señoría real de Cristo, el Niño que yace en el pesebre.
Por eso hoy la Madre de Dios nos bendice. ¿Y cómo nos bendice la Virgen? Mostrándonos al Hijo. Lo toma en brazos y nos lo muestra, y así nos bendice. Bendice toda la Iglesia, bendice todo el mundo. Jesús, como cantaron los ángeles en Belén, es la «alegría para todo el pueblo», es la gloria de Dios y la paz para los hombres (cfr. Lc 2,14). Y ese es el motivo por el que el Santo Papa Pablo VI quiso dedicar el primer día del año a la paz −es la Jornada de la Paz−, a la oración, a la toma de conciencia y de responsabilidad hacia la paz. Para este año 2020 el Mensaje es así: la paz es un camino de esperanza, un camino en el que se avanza a través del diálogo, la reconciliación y la conversión ecológica.
Así pues, fijemos la mirada en la Madre y en el Hijo que Ella nos muestra. Al inicio del año, dejémonos bendecir. Dejémonos bendecir por la Virgen con su Hijo.
Jesús es la bendición para cuantos son oprimidos por el yugo de las esclavitudes, esclavitudes morales y esclavitudes materiales. Él libera con el amor. A quien ha perdido la estima de sí acabando prisionero de círculos viciosos, Jesús le dice: el Padre te ama, no te abandona, espera con paciencia incondicional tu regreso (cfr. Lc 15,20). A quien es víctima de injusticias y explotación y no ve vía de salida, Jesús abre la puerta de la fraternidad, donde hallar rostros, corazones y manos acogedoras, donde compartir la amargura y la desesperación, y recuperar un poco de dignidad. A quien está gravemente enfermo y se siente abandonado y desanimado, Jesús se hace cercano, toca las llagas con ternura, derrama el aceite del consuelo y transforma la debilidad en fuerza de bien para desatar los nudos más enredados. A quien está encarcelado y tentado de encerrarse en sí mismo, Jesús abre un horizonte de esperanza, a partir de un pequeño rayo de luz.
Fuente: vatican.va
Traducción de Luis Montoya.
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