“Me pregunté varias veces: ¿Y la Iglesia en Chile, no está atravesando por uno de sus momentos más aciagos?
Sin embargo eso que se veía, oía y palpaba no era sino la fe profunda de un pueblo fiel que con el rezo de rosarios y el agitar de pañuelos blancos quiso testimoniar que la Iglesia católica en Chile, a pesar de los pesares, está más viva que nunca”.
No fue el domingo pasado. Para ser precisos, fue el antepasado pero solo ahora tengo la perspectiva necesaria para convertir lo vivido en una columna, ¿por qué no?, en una columna periodística… aunque el periodismo de hoy esté tan distanciado de estos temas.
La Cofradía Nacional del Carmen, presidida ahora por una periodista (la camarera Macarena Mackenna), invitaba a peregrinar junto a la Virgen del Carmen por las calles de Santiago en lo que sería la procesión 2019.
Primero hay que considerar que se trataba de una invitación histórica: sí, porque la primera procesión de la Virgen del Carmen en Santiago tuvo lugar en 1778 y éstas, año a año, han ido identificándose con el devenir de la nación.
Así, por ejemplo, se testimonia que tras la captura del “Huáscar” en 1879, durante la Guerra del Pacífico, se dejó escrito:
“Con la toma del Huáscar la tradicional procesión revistió solemnidad inusitada. Era dar gracias del pueblo a su celestial protectora. ¡Qué procesión aquella! Hasta casi medio metro de altura sobre las calles todo era flores para el paso de la sagrada imagen. Al aparecer el anda de la Virgen resonaron atronadores vivas, rompieron todas las bandas con el himno nacional, lloraba a gritos la concurrencia aclamando a la Virgen del Carmen y hasta los mismos soldados dejaban caer silenciosas y gruesas lágrimas por sus mejillas”.
Ahora eso es pasado y son muchos los peruanos que han llegado a hacer de nuestro país su propia Patria.
Pero este año, quizás por el difícil momento por el que atraviesa la Iglesia en Chile, la procesión también revestía, sin ni siquiera tener necesidad de decirlo, una solemnidad especial. ¿En qué se advirtió? En la inmensa concurrencia de peregrinos, hombres, mujeres y niños, familias enteras, sacerdotes, Fuerzas Armadas y Carabineros, que abarrotaron las calles del centro de Santiago flanqueando a la Patrona de Chile.
Me pregunté varias veces: ¿Y la Iglesia en Chile, no está atravesando por uno de sus momentos más aciagos? Sin embargo eso que se veía, oía y palpaba no era sino la fe profunda de un pueblo fiel que con el rezo de rosarios y el agitar de pañuelos blancos quiso testimoniar que la Iglesia católica en Chile, a pesar de los pesares, está más viva que nunca.
Pero en mi peregrinar pude advertir otra situación que al menos definiría como inusitada. Dos amigas que me acompañaban me invitaron, una vez terminada la procesión, a ver a la Virgen de Fátima, una de las trece imágenes que desde Portugal peregrinan por el mundo para quienes no pueden llegar a estar con ella en la península ibérica. Ellas sabían que en su itinerario por Chile había hecho su entrada, esa tarde, en el monasterio de la Visitación, en Huérfanos abajo.
Por supuesto que la Virgen del Carmen y/o la Virgen de Fátima es la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra; es una sola, al margen de sus muchísimas advocaciones ya sean relativas a apariciones en diferentes lugares geográficos, dones, atributos, mensajes u otras circunstancias.
La devoción a la Virgen del Carmen es muy antigua y su nombre deriva del Monte Carmelo, en Palestina. Leo que en el Primer Libro de los Reyes, se habla del profeta Elías, de la gran sequía que sufría el país y de los sacrificios ofrecidos en el Monte Carmelo. Elías le prometió a Dios que el rey Ajaab y el pueblo abandonarían al dios Baal para que terminara la sequía que asolaba a la región. Tras repetidas veces que el profeta subió, apareció una gran señal:
“Cuando volvió la séptima vez, subía desde el mar una nubecita no más grande que la palma de la mano” (1 Rey 18, 44).
A partir de entonces, el Monte Carmelo se convirtió en un lugar sagrado, hasta donde llegaron a vivir ermitaños dedicados a la oración y a la penitencia. Con el tiempo se los conoció como carmelitas.
(No puedo dejar de pensar qué trascendente sería si en nuestra época también nos decidiéramos a abandonar al dios Baal y a tantos sucedáneos que nos circundan).
Estos hombres que se entregaron a la oración y a la penitencia en el desierto, comenzaron con los años a invocar a María con el nombre de “Santísima Virgen del Monte Carmelo”.
Siglos más tarde, en el XIII, la misma Virgen del Carmen se le aparecería a otro carmelita, san Simón Stock, en Cambridge, y le entregaría el escapulario.
Ha habido muchas otras apariciones de la Virgen, como aquella en 1917 a tres pastorcitos en la Cova da Iria, Fátima, Portugal. Ahí se la conocería como la Virgen de Fátima.
Regreso a mi relato: en un principio me dio cierta pena que mis dos visitas a la Virgen, en esas dos advocaciones, fueran a coincidir en una misma tarde. Y ello porque si había observado a tantos fieles católicos peregrinar desde la Catedral a la Alameda, ¿quién iba a ir al monasterio de la Visitación?
Fui, llegué y me encontré con el monasterio impecable, restaurado… pero tal era el gentío que prácticamente no se podía entrar. Lo logramos a duras penas. Tras una reja muchas monjas de claustro y una novicia, de blanco, le rezaban a María. Y observé a cientos de peregrinos que procuraban acercarse en respetuoso silencio a la imponente Virgen de Fátima. Sí, con un respeto diríamos hasta inusitado para estos tiempos. Los cantos me llegaron al alma por su solemnidad. Yo no podía estar más impresionada. Había comprobado, me digan lo que me digan, que la fe en Chile está viva, más viva quizás que cuando la Iglesia no había atravesado aún por una crisis como esta. No pude dejar de sentir que esa tarde renacía en mí un gran optimismo.
Lillian Calm
Periodista
Fuente: temas.cl
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