Esta vida es para disfrutar, pues si no disfrutamos habremos perdido el tiempo, ya que «el tiempo que se disfruta es el verdadero tiempo vivido»
En las últimas semanas han venido a visitarme dos brillantes antiguos alumnos que trabajan en campos muy distintos de la investigación y la enseñanza y me han dicho ─los dos han pasado ya de los cuarenta─ que se aburren en su trabajo y que desearían jubilarse. Se me ha venido el alma a los pies. No es solo la famosa “crisis de los 40”. ¿Cómo es posible que los entornos laborales ─a veces agresivos, pero muchas otras veces simplemente monótonos─ agosten las ilusiones de personas tan valiosas en solo dos décadas de ejercicio profesional? ¿Qué es lo que no les hemos enseñado o lo que sus profesores hemos hecho mal?
A mí me dio mucha luz una frase del escritor argentino Jorge Bucay que he adoptado como lema de mi trabajo ─¡llevo ya 41 años en él!─ para este curso académico: «El tiempo que se disfruta es el verdadero tiempo vivido». ¡Qué importante es que pongamos ilusión ─esto es, amor─ en nuestro trabajo habitual! Viene siempre bien recordar aquel dicho de san Juan de la Cruz: “A la tarde te examinarán en el amor” o la letrilla de Machado: “Despacito, y buena letra: / el hacer las cosas bien / importa más que el hacerlas”. Lo importante no es hacer cosas, ni siquiera muchas cosas, sino el amor que hemos puesto en las cosas que hemos hecho.
Docenas de veces habré contado a mis estudiantes la historia de los tres albañiles que relata Peter Drucker en algún lugar, pero quizá vale la pena repetirla una vez más. Se encuentran los tres obreros haciendo exactamente una misma tarea, pero sus actitudes son totalmente distintas. Al ser interrogados por el sociólogo acerca de lo que hacen, el primero responde con aire quejoso: “Ya ve, poniendo un ladrillo encima de otro”; el segundo, que tiene mejor ánimo y pone cara de mucha responsabilidad, contesta al que le pregunta: “Pues, ¡estoy sacando adelante a mi familia!”; mientras que el tercero interrumpe el aria que canta a pleno pulmón desde lo alto del andamio para explicar: “¡Estamos haciendo la catedral!”. La historia es muy gráfica y refleja muy certeramente cómo una misma tarea puede convertirse en un trabajo del todo distinto en función de las diferentes actitudes de quienes la llevan a cabo.
Es preciso disfrutar en el trabajo hasta el punto de gozar con él. Esto tiene que ver, por supuesto, con algunas condiciones objetivas del trabajo, pero muy principalmente con la actitud con la que trabajamos. Para quienes trabajamos con otras personas, ya simplemente el preocuparnos de verdad del bienestar de aquellos con quienes colaboramos o de aquellos que se benefician directamente de nuestro trabajo, ayuda a dotar de un cierto sentido a nuestra actividad.
Es verdad que a veces se sufre por los malos modos de los demás o por tantas otras cosas que no es fácil pasar por alto. Como en contraste, mientras escribo estas líneas me sorprende la sonrisa amable de las azafatas de Lufthansa al ofrecerme una bebida o al retirar el vaso ya vacío. No es simplemente una técnica o un requisito del puesto de trabajo; a base de sonreír hacen su tarea mucho más amable para sí y para los demás.
De hecho, a los seres humanos nos atrae más el trabajo gustoso que la holganza. El cansancio me parece siempre que es el premio del buen trabajador. Por el contrario, el aburrimiento en la tarea profesional viene a ser como «la muerte en vida». Así calificaba el filósofo Ludwig Wittgenstein, víctima de la depresión, a la vida académica en Cambridge en su última época allí. En mi caso, disfruto con la vida académica, en particular, con las ansias de aprender de mis alumnos que además se renuevan cada año. Por eso, de acuerdo con mi decana, he preferido retrasar mi jubilación hasta los setenta ─dentro de cuatro cursos─ si Dios me da salud, aun pudiendo legalmente jubilarme con la pensión integra desde hace ya algún tiempo.
A mis dos antiguos alumnos que anhelaban la jubilación les he recomendado que se pongan un plazo de nueve meses para tomar una decisión, quizá radical, de cambiar de trabajo o al menos de cambiar su actitud interior en el trabajo. Les he insistido ─y parecían estar de acuerdo─ en que esta vida es para disfrutar, pues si no disfrutamos habremos perdido el tiempo, ya que «el tiempo que se disfruta es el verdadero tiempo vivido».