La batalla del lenguaje se está dando a todos los niveles. Ante algunas nuevas realidades, que suelen ser tan antiguas como el mundo, se pretende introducir un diverso significado a palabras bien enraizadas en la cultura de un pueblo
Y a la vez, se pretende sustituir unas palabras por otras, en el intento de hacer desaparecer algunos vocablos del lenguaje común. Recordemos, entre otros muchos casos, el cambio en el registro civil de las palabras “padre/madre”, por “progenitores a/b”. Y si no se consigue que desaparezcan, al menos, que se reduzca su significado. Manipulación ridícula.
Las dos palabras del título de estas líneas son otro buen ejemplo, aunque muy diferente a Dios gracias, de lo que acabo de escribir. Todos habremos oído hablar de “solidaridad”, también en homilías, sermones, etc.; y en cambio, la palabra “caridad” apenas si la oímos mencionar, salvo cuando se refieren a la organización católica denominada “Caritas”.
Benedicto XVI tituló una de sus Encíclicas con estas palabras “Deus caritas est”. En castellano traducimos, “Dios es Amor” quizá por pensar que si dijéramos “Dios es Caridad” rebajaríamos el sentido más profundo de la palabra Amor; cuando lo que haríamos sería enriquecerlo. Lo que nunca se nos ocurriría sería decir: “Dios es solidaridad”. ¿Por qué? Sencillamente porque la “caridad” incluye y enriquece la “solidaridad”.
“Solidaridad” es una palabra cultural y social que manifiesta relación horizontal con los demás componentes de una sociedad. La “caridad”, palabra cristiana por excelencia, lleva consigo en primer lugar un amor profundo a Dio; y en el corazón de Dios, un amor profundo y sincero a todos los seres humanos criaturas de Dios. El Diccionario de la Lengua Española define así la palabra solidaridad. “Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”.
Según esas precisas palabras, además de los que procuran ayudar a los demás, pueden vivir la solidaridad entre ellos los componentes de una banda mafiosa, por ejemplo; y son igual de solidarios los que se confabulan para defraudar en un negocio a clientes ingenuos; los que se organizar para urdir una serie de documentos falsos y acreditar tesis, distribuir pasaportes, falsificar billetes; etc. No digamos de los “solidarios” que fueron en su día con Hitler y Stalin los que les obedecieron sumisamente para llevar adelante millones de asesinatos. Todas estas personas han borrado del horizonte de sus vidas hasta la más mínima señal de caridad, de amor de Dios.
Caridad: “En la religión cristiana, una de las tres virtudes teologales que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos”, podemos leer en el mismo Diccionario. El significado de “amor a Dios”, que lleva consigo la palabra Caridad, desaparece si queremos sustituirla, para seguir los “aires del mundo”, con la palabra solidaridad. Y san Pablo, con más precisión y con un horizonte más amplio, escribe este canto:
“La caridad es longánime, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, lo soporta todo”. ¿Se puede decir todo esto de la solidaridad? ¿Vale la pena sustituir una palabra por la otra? ¿No empobrecemos profundamente el lenguaje cuando lo hacemos? Caridad, Solidaridad. Dos palabras distinta y con diferente significado. No pretendamos dejar de hablar de Caridad y reducirlo todo a Solidaridad. Vendría a ser como arrancarse un ojo y reducir a la mitad la visión del otro.
Caridad es una auténtica elevación del alma a Dios; y desde el corazón de Dios, la Caridad llega al corazón de los hombres que se ocupan, cuerpo y alma, del bien humano, material y espiritual, de los demás. Caridad, solidaridad. Cada palabra en su sitio. La caridad siempre es solidaria porque transmite el amor de Dios. La solidaridad, en la gran mayoría de los casos consigue, si acaso, transmitir un poco de amor sencillamente humano.