Los sentimientos están de moda en todos los terrenos. Se subraya, y hasta se explota, lo ideal que es “sentirse bien”. Y se llega a decir que si vas a hacer algo y no lo haces con pasión, es mejor que no lo hagas
En efecto, los sentimientos son importantes y mueven mucho a las personas, aunque no siempre de modo adecuado, cuando no están integrados en el conjunto de la persona. Así se ve, por ejemplo en el cine, cómo los sentimientos hacen que unos acierten al encaminar su vida (cf. Brooklyn, J. Crowley, 2015) y otros comentan serios errores e incluso delitos (cf. Mula, C. Eastwood, 2018).
Por otra parte, hay muchas personas que llevan adelante sus familias, sus trabajos y muchos años de entrega a una tarea solidaria sin esperar o buscar “sentirse bien”. Y no por ello tienen menos mérito; más bien lo contrario.
Por tantas razones, los sentimientos son importantes, pero aisladamente no bastan para guiar a la persona. Y una educación puramente sentimental tiene sus riesgos. Pero tampoco hay que olvidar los sentimientos, ni denostarlos, sino valorarlos, configurarlos, formarlos teniendo en cuenta la experiencia humana con su estructura y organicidad. Aquí entra no solo la corporalidad con los sentidos externos e internos, sino también la espiritualidad, la sociabilidad y la apertura a la trascendencia. Y para un cristiano, la “experiencia” se configura de modo central en la oración y la vida sacramental.
Por eso interesa que la educación de los sentimientos, cuando se trata de cristianos, se sitúe en el marco de la antropología cristiana; es decir, en la capacidad de asumir la fe junto con la búsqueda de la verdad, el bien y la belleza. Aquí entra, por ejemplo la piedad cristiana que se puede aprender en familia desde niños, la religiosidad popular y el aprecio del arte cristiano, como también el conocimiento de las enseñanzas −en este campo de la educación− del Magisterio de la Iglesia, junto con algunos desarrollos de la teología contemporánea.
La formación de los sentimientos ha de tener en cuenta un mapa de conjunto de la persona. Esto requiere educar e integrar la esfera de los sentimientos en estrecha relación con las demás dimensiones humanas que están al mismo tiempo interconectadas:
1) En relación con la razón (fe-razón, ciencia y arte, y teología). Es preciso enseñar, reflexionar y argumentar sobre los sentimientos propios y ajenos, y conocer lo que las ciencias, entre ellas la psicología, enseñan sobre la afectividad, sin olvidar lo que enseñan las humanidades y el arte así como la teología. La integración de los sentimientos con la razón lleva a la capacidad para mirar y escuchar la realidad, valorarla y ser capaz de discernir por dónde ha de ir el propio obrar. Y esto lleva a la sabiduría, que para un cristiano es ante todo fruto de la fe, del diálogo con Dios y de la Eucaristía. También del esfuerzo personal por ser coherente a partir de la propia identidad y de la historia; pues nada de valioso se construye en el presente para el futuro, si no tiene raíces y carece de memoria, tanto a nivel personal como en las relaciones con los demás.
2) En relación con los demás (dimensión social, familiar y eclesial), los sentimientos han de educarse subrayando el valor de la familia y del trabajo, el servicio al bien común, la fidelidad dinámica hacia la propia vocación y misión. En cuanto a la dimensión eclesial, como marco de una educación afectiva, son importantes la formación bíblica y la formación litúrgica, pues la Sagrada Escritura y la liturgia son escuelas de valores y sentimientos humanos y cristianos. Y todo ello tiene que ver con el sentido de la fiesta y del ocio.
3) En relación con Dios, los sentimientos son un cauce para la apertura transcendente y la unión con Él, aunque no sean “el único” camino; pues en algunas ocasiones no son el primer camino ni el mejor camino, pero sí pueden serlo otras muchas veces.
En todo caso, no se puede llevar adelante la vida cristiana ni buscar la santidad “al margen” de los sentimientos, porque son una dimensión fundamental de la naturaleza humana (cf. en relación con la teoría del género, Cong. Para la Doctrina de la fe, “Varón y mujer los creó”. Para una vía de diálogo sobre la cuestión del “gender” en la educación, 2-II-2019).
Más aún, la Sagrada Escritura habla muchas veces del corazón como centro y síntesis del hombre, designando así la total densidad de la existencia humana. En consecuencia, no remite con ese término solo a los sentimientos, sino al hombre en su vivir concreto, subrayando que, en ese vivir, tienen un papel importante los sentimientos y los afectos.
Por lo que respecta la teología, actualmente, para la educación afectiva de un cristiano, resulta necesario transmitirle los fundamentos de la teología que estudia las realidades de la fe (la Trinidad, Cristo, la Gracia, la Iglesia, etc.), así como la teología de la Evangelización. Ya hemos hablado de la formación bíblica y litúrgica, así como de la importancia de la historia.
De modo central, se ocupan de la educación afectiva, además de la Antropología cristiana, otras disciplinas teológicas, como la teología moral y la espiritual, cuando estudian las virtudes (tanto las virtudes morales como las teologales), estrechamente conectadas con la educación de los valores humanos y cristianos, y que también se promueven al enseñar las normas de conducta (el Decálogo y otros mandamientos de la Iglesia y las Bienaventuranzas).
De esta manera se integran virtudes humanas como la humildad y el amor a la verdad, el dominio de sí mismo, el esfuerzo en el trabajo, la comprensión y la solidaridad, con las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad, que son el centro del obrar cristiano al servicio de la misión cristiana en la Iglesia y en el mundo.
El referente principal, la fuente y el impulso del corazón del cristiano es el Corazón de Jesús, icono vivo de Dios hecho carne, traspasado en la Cruz para la salvación de los hombres, que sigue vivo, actuando e intercediendo por nosotros.
En síntesis, la educación de los sentimientos “en cristiano” es una tarea de conjunto que pide hoy, ante todo de los educadores (padres y madres de familia, catequistas, sacerdotes, profesores), una buena formación principalmente en antropología cristiana, así como ciertos conocimientos y desarrollos de las ciencias humanas y de la teología contemporánea.
Ramiro Pellitero, en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.
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