El futuro de un país descansa más en una población educada que en los medios tecnológicos
Hace poco hice un viaje de trabajo a España. El vuelo de regreso que elegí se caracteriza por salir al mediodía de Europa y llegar en la tarde a México, con lo cual experimentas la sensación de un día muy largo.
Muy distinto del vuelo de ida, en el que viajas de noche y la mayoría de la gente aprovecha para dormir. Me encontraba en las últimas filas del avión, rodeado de mucha gente.
Debido a mi incapacidad para dormir en esos horarios llevé a cabo distintas actividades, entre ellas observar lo que pasaba a mi alrededor.
Durante el vuelo, los pasajeros prácticamente se limitaron a dos actividades: ver películas o dormir.
Recordé que hace no demasiados años era significativamente más frecuente que en vuelos largos se ocupara el tiempo en otras dos actividades: conversar y leer.
En las conversaciones sobre los peligros del mundo digital −que ciertamente tiene otras ventajas− con frecuencia nos referimos a niños y jóvenes que han perdido capacidad de atención y viven absortos en sus dispositivos electrónicos. Sin embargo, esa realidad se encuentra muy presente también en adultos, que hemos reducido nuestros espacios de diálogo, reflexión e instrucción.
La vida nueva, obra del premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk, comienza con una frase sencilla y maravillosa: “un día leí un libro y toda mi vida cambió”.
En el vuelo al que me he referido, fueron muy pocos quienes abrieron un libro durante un trayecto monopolizado por la luz del día.
De hecho, al salir del avión escuché un comentario de una persona en relación con las cuatro y media películas que había visto en esas diez horas de vuelo.
Confieso que me causó pena el hecho de que muchas personas, pudiendo adquirir mayor perspectiva, amplitud y sentido a través de la lectura y el diálogo, se limitaran al entretenimiento o al sueño. Más allá de este ejemplo, el problema es que la lectura sigue perdiendo protagonismo en distintos ámbitos: hogares, escuelas, hoteles, vacaciones, etcétera.
Según Kant, la educación sin experiencia está vacía, lo que el profesor Jaime Nubiola complementa señalando que la experiencia sin educación es ciega.
En el mundo actual estamos deseosos de experiencias, vivencias y sensaciones. Sin embargo, si no somos capaces de dotarlas de contenido, de colocar cimientos firmes sobre las que puedan adquirir relieve y consistencia, estaremos destinados a viajes agitados y sin rumbo.
La lectura y la educación son plataformas que pueden dotar de sentido la experiencia.
El futuro de un país descansa más en una población educada que en los medios tecnológicos. En personas educadas que sepan usar esos medios.
La lectura es, en principio, más ardua que ver videos. Muchas veces, en esa comodidad, descansa nuestra inclinación a la pantalla. Sin embargo, el hábito de leer, una vez cultivado, se convierte en una increíble fuente de imágenes, reflexiones e ideas.
Termina siendo, también, un descanso. Por si fuera poco, la lectura nos hace más libres, amplía nuestra capacidad de apreciar y vivir experiencias distintas.
Disponerse a la lectura cuesta, pero estoy convencido de que estos pequeños esfuerzos, además de regalarnos invaluables momentos de gozo en el tiempo inmediato, nos reportarán muchos y muy interesantes frutos en el largo plazo, que sería un desperdicio desaprovechar.
Santiago García Álvarez, en excelsior.com.mx.
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