Evangelio del 13º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C) y comentario al evangelio
Y cuando iba a cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén. Y envió por delante a unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje, pero no le acogieron porque llevaba la intención de ir a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron:
− Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?
Pero él se volvió hacia ellos y les reprendió. Y se fueron a otra aldea.
Mientras iban de camino, uno le dijo:
− Te seguiré adonde vayas.
Jesús le dijo:
− Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
A otro le dijo:
− Sígueme.
Pero éste contestó:
− Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre.
− Deja a los muertos enterrar a sus muertos −le respondió Jesús− ; tú vete a anunciar el Reino de Dios.
Y otro dijo:
− Te seguiré, Señor, pero primero permíteme despedirme de los de mi casa.
Jesús le dijo:
− Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.
Se acerca el momento culminante de la vida pública de Jesús. Iba a cumplirse “el tiempo de su partida” dice el Evangelio de Lucas. Una traducción más literal del griego original sería “el tiempo de su subida”. En hebreo, viajar a Jerusalén −y esto es lo que iba a hacer Jesús para la Pascua− se dice “subir a Jerusalén”. Se alude a ese viaje. Pero la frase también tiene un doble sentido: “el tiempo de su subida” es el momento de su ascensión gloriosa, de la culminación de su vida terrena. En efecto, después de los padecimientos de su Pasión, y su gloriosa Resurrección, llegaría el momento de subir a los cielos para reinar eternamente a la derecha del Padre. Jesús es consciente de lo que le espera en Jerusalén pero, con valentía, “decidió firmemente”, con plena libertad, afrontar la tarea que había venido a realizar, la redención del género humano. El camino para la gloria pasa por la Cruz.
La libertad es la capacidad de elegir el bien, tomando decisiones conscientes movidas por el amor. La libertad cristiana no es arbitrariedad. No se trata de poder escoger caprichosamente lo que más apetece en un momento, o lo que se presenta como más atractivo, sino aquello que conduce a la más plena realización de la persona, haciendo propia la aventura de amor que Dios ha diseñado para cada uno. Como señalaba Mons. Fernando Ocáriz, “se puede hacer con alegría −y no de mala gana− lo que cuesta, lo que no gusta, si se hace por y con amor y, por lo tanto, libremente”[1]. Jesús alcanzó la cumbre de su libertad escogiendo dirigirse a la ciudad donde terminaría clavado en la Cruz. Incluso cuando le gritaban en el Calvario: “Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz” (Mt 27,40), tomó la libre decisión de permanecer en aquel patíbulo para cumplir en plenitud la voluntad misericordiosa del Padre.
Lucas narra tres episodios, enmarcados en los preparativos de esa ascensión a Jerusalén, que ponen de manifiesto la capacidad, humana y sobrenatural, de arrastre que tenía Jesús, ya que personas muy distintas se le presentan espontáneamente dispuestas a irse tras él. También estos personajes, en pleno ejercicio de su libertad personal, se ofrecen generosamente a prestar su vida para seguir a Jesús. Pero, en los tres casos, el Maestro les hace recapacitar sobre la importancia de tomar las decisiones adecuadas para que no haya ataduras que puedan limitar su entrega total: ni el afán de poseer al menos unos bienes materiales que se consideran necesarios, ni el dilatar las decisiones con alguna excusa por razonable que pudiera parecer, ni el apego sentimental a personas queridas, ni el continuo replantearse, al experimentar el cansancio del camino, si las decisiones tomadas han sido las correctas, mirando a lo que se ha dejado y no al maravilloso panorama que se abre por delante. “Aun en los momentos en los que percibamos más profundamente nuestra limitación −comentaba San Josemaría−, podemos y debemos mirar a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, sabiéndonos partícipes de la vida divina. No existe jamás razón suficiente para volver la cara atrás (cf. Lc 9,62): el Señor está a nuestro lado. Hemos de ser fieles, leales, hacer frente a nuestras obligaciones, encontrando en Jesús el amor y el estímulo para comprender las equivocaciones de los demás y superar nuestros propios errores”[2].
También hoy sigue siendo actual esta lección de libertad, entrega total, generosidad y fidelidad impartida por Jesús. En un contexto cultural en el que escasean la lealtad y la fidelidad, y en el que se juega con las palabras como si el compromiso con la verdad fuera irrelevante, el testimonio de hombres y mujeres que son criticados, despreciados, perseguidos, e incluso que sufren el martirio por mantenerse fieles a su vocación cristiana resuena como un clamor de libertad y liberación. Solo quien pertenece a la verdad, nunca es esclavo de ningún poder ni de atadura alguna, sino que conserva íntegra su libertad para servir a los hermanos.
Fuente: opusdei.org.
[1] Fernando Ocáriz, Carta 9 de enero de 2018, n. 6.
[2] S. Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 160.
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