Si no se recupera la capacidad libre de “atender”, serán letales unas tecnologías que nacieron en términos de contribución a la armonía de la familia humana
No he olvidado la fuerza con que Juan Pablo II afirmó en 1982, en un lugar entrañable para mí: el aula magna de la Facultad de Derecho de la entonces Universidad central: "Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida". El santo pontífice se dirigía a intelectuales y académicos durante su extenso primer viaje por España. Supe luego que procedía del documento pontificio de creación, poco tiempo atrás, de un consejo vaticano dedicado expresamente a la cultura.
Lo he recordado estos días al considerar algunos rasgos de la cultura contemporánea que no sé hasta qué punto influyen en la aceptación y práctica de la fe. En todo caso, es preciso tenerlos en cuenta, especialmente por los laicos, para contribuir a la nueva evangelización a la que nos convocó el papa polaco y nos sigue animando Francisco.
Comienzo con el problema de la atención. No he leído el libro de Bruno Patino, La civilisation du poisson rouge; sí, reseñas y comentarios. No sé si está traducido al castellano. Un conocido periodista, que colaboró en su día en la digitalización del diario Le Monde, aplica la metáfora del pececillo rojo encerrado en una pecera −capaz de estar atento un máximo de ocho segundos−, para escribir su “pequeño tratado sobre la economía de la atención”. Describe la lógica de Facebook, Google o las diversas plataformas, para mantener frente a la pantalla el mayor tiempo posible: publicidad obliga. Y señala cómo funciona esa dependencia y hasta qué nivel llega, con sus manifestaciones patológicas. Intenta explicarlo no como el resultado de la tecnología en sí, sino por la aplicación de un modelo económico determinado, que persigue una relación de dependencia del usuario, en detrimento de la libertad. Si no se recupera la capacidad libre de “atender”, serán letales unas tecnologías que nacieron en términos de contribución a la armonía de la familia humana.
El problema afecta a la vida espiritual, que exige tiempo, silencio, sosiego. No deja de constituir una seria responsabilidad para los educadores, porque nunca serán suficientes los límites jurídicos, aunque acaben estableciéndose como sugiere Patino con un ejemplo expresivo: sin normas, las bodegas estarían vendiendo alcohol a los niños.
De ahí la importancia educativa de fomentar también el sentido crítico. El sociólogo Gérald Bronner afirma la necesidad de enseñar el pensamiento crítico en la escuela y en la universidad, en particular para prevenir “epidemias de credulidad en la Web”. Como se ha repetido hasta la saciedad, la abundancia de la información que reciben hoy los ciudadanos desde la infancia, no asegura la expansión del conocimiento −más bien, con frecuencia, al contrario. Y no se trata sólo de una cuestión cultural, aunque el pensamiento crítico sea tan antiguo como Sócrates: afecta, y mucho, a la eficiencia del trabajo administrativo y, especialmente, al empresarial. Brunner piensa en los muchos años de la enseñanza obligatoria en los Estados modernos, que deberían contribuir a desarrollar en los alumnos su “sistema inmunitario intelectual”.
Todo esto es más necesario aún, si se tiene en cuenta esa especie de capacidad innata de autoaprendizaje digital que se observa en las jóvenes generaciones, incluso entre niños que no han ido a la escuela ni se han desarrollado en un ambiente medianamente cultural, como describía no hace mucho en La Contra de La VanguardiaSugata Mitra, profesor de tecnología educativa en la universidad de Newcastle. Explica cómo niños de menos de doce años aprenden en la India a entrar solos en Internet: buscan en primer lugar, juegos; luego, medicamentos para sus abuelos; en tercer lugar, temas de actualidad de los que oían hablar a los adultos, y en fin, respuestas a sus deberes escolares. Sorprendentemente, y a partir de la realidad de que “todo lo que sabemos está disponible en internet”, sugiere que los currículos de educación de los estados se basen en las grandes preguntas…
Todo un reto también para la catequesis y la educación de la fe.