Durante la Audiencia general de este miércoles, 19 de junio, el Santo Padre ha continuado su catequesis sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles
Queridos hermanos y hermanas:
Cincuenta días después de la Pascua, los Apóstoles vivieron un evento que superaba sus expectativas. Ellos estaban reunidos en oración y fueron sorprendidos por la irrupción de Dios, que no tolera las puertas cerradas; las abrió con un viento impetuoso que llenó toda la casa donde se encontraban.
Al viento del Espíritu se une el fuego que recuerda la zarza ardiente en el Sinaí, donde Dios habló y dio los diez mandamientos. En el fuego, Dios da su palabra viva y eficaz, que anima, ilumina y prueba los corazones. La Iglesia nace del fuego del amor, de un “incendio” que arde en Pentecostés y que manifiesta la fuerza de la Palabra del Resucitado, llena de Espíritu Santo.
La palabra de los apóstoles se llena del Espíritu del Resucitado y es palabra nueva, como si fuera traducida en todas las lenguas posibles; es el lenguaje de la verdad y del amor, que es el idioma universal, que todos pueden comprender. El Espíritu Santo es el artífice de la comunión y de la reconciliación que sabe derribar las barreras que dividen y hace crecer a la Iglesia más allá de los límites humanos. Los seguidores de Jesús son los que viven según el Espíritu, porque Él es quien mueve los corazones para acoger la salvación que viene a través de Jesucristo.
Cincuenta días después de la Pascua, en aquel Cenáculo que ya es su casa y donde la presencia de María, Madre del Señor, es el elemento de cohesión, los Apóstoles viven un acontecimiento que supera sus expectativas. Reunidos en oración −la oración es el pulmón que da aire a los discípulos de todos los tiempos: sin oración no se puede ser discípulo de Jesús, sin oración no podemos ser cristianos: ¡es el aire, el pulmón de la vida cristiana!− son sorprendidos por la irrupción de Dios. Se trata de una irrupción que no tolera el encierro: abre de par en par las puertas mediante la fuerza de un viento que recuerda la ruah, el soplo primordial, y cumple la promesa hecha por el Resucitado antes de su despedida (cfr. Hch 1,8). «Y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de un viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban» (Hch 2,2).
Al viento se le añade además el fuego, que recuerda la zarza ardiente y el Sinaí, con el don de las Diez Palabras (cfr. Ex 19,16-19). En la tradición bíblica, el fuego acompaña la manifestación de Dios. En el fuego Dios entrega su Palabra viva y enérgica (cfr. Hb 4,12) que abre al futuro; el fuego expresa simbólicamente su obra de calentar, iluminar y probar los corazones, su cuidado en probar la resistencia de las obras humanas, purificarlas y revitalizarlas. Mientras que en el Sinaí se oye la voz de Dios, en Jerusalén, en la fiesta de Pentecostés, el que habla es Pedro, la piedra sobre la que Cristo decidió edificar su Iglesia (cfr. Mt 16,18). Su palabra, débil y capaz incluso de negar al Señor, atravesada por el fuego del Espíritu adquiere fuerza, se vuelve capaz de traspasar los corazones y mover a la conversión. Pues Dios escoge a lo que en el mundo es débil para confundir a los fuertes (cfr. 1Cor 1,27).
La Iglesia nace pues del fuego del amor y de un “incendio” que arde en Pentecostés y que manifiesta la fuerza de la Palabra del Resucitado empapada del Espíritu Santo. La Alianza nueva y definitiva se funda no ya en una ley escrita en tablas de piedra, sino en la acción del Espíritu de Dios que hace nuevas todas las cosas y se graba en corazones de carne.
La palabra de los Apóstoles se impregna del Espíritu del Resucitado y se vuelve una palabra nueva, distinta, pero que se puede comprender, como si fuese traducida simultáneamente a todas las lenguas: «porque cada uno les oía hablar en su propia lengua» (Hch 2,6). Se trata del lenguaje de la verdad y del amor, que es la lengua universal: hasta los analfabetos pueden entenderla. El lenguaje de la verdad y del amor lo entienden todos. Si vas con la verdad de tu corazón, con sinceridad y con amor, todos te entenderán. Aunque no puedas hablar, con una caricia que sea sincera y cariñosa.
El Espíritu Santo no solo se manifiesta mediante una sinfonía de sonidos que une y compone armónicamente las diferencias sino que se presenta como el director de orquesta que hace sonar las partituras de alabanza por las «grandes obras» de Dios. El Espíritu Santo es el artífice de la comunión, el artista de la reconciliación que sabe quitar las barreras entre judíos y griegos, entre esclavos y libres (cfr. Rm 10,12; Gal 3,28), para hacer un solo cuerpo. Edifica la comunidad de los creyentes armonizando la unidad del cuerpo y la multiplicidad de los miembros. Hace crecer la Iglesia ayudándola a ir más allá de los límites humanos, de los pecados y de cualquier escándalo.
La maravilla es tanta, que alguno se pregunta si aquellos hombres están borrachos. Entonces Pedro interviene en nombre de todos los Apóstoles y relee aquel suceso a la luz de Joel 3, donde se anuncia una nueva efusión del Espíritu Santo. Los seguidores de Jesús no están borrachos, sino que viven la que San Ambrosio define “La sobria embriaguez del Espíritu”, que enciende en medio del pueblo de Dios la profecía a través de sueños y visiones. Ese don profético no se derrama solo en algunos, sino en todos los que invocan el nombre del Señor.
De ahora en adelante, desde aquel momento, el Espíritu de Dios mueve los corazones a acoger la salvación que pasa por una Persona, Jesucristo, al que los hombres clavaron en el leño de la cruz y que Dios resucitó de entre los muertos «rompiendo las ataduras de la muerte» (Hch 2,24). Es Él quien ha derramado ese Espíritu que orquesta la polifonía de alabanza y que todos pueden escuchar. Como decía Benedicto XVI, «Pentecostés es esto: Jesús, y mediante él Dios mismo, viene a nosotros y nos atrae dentro de sí» (Homilía, 3-VI-2006). El Espíritu obra la atracción divina: Dios nos seduce con su Amor y así nos implica, para mover la historia y poner en marcha procesos mediante los que filtra la vida nueva. Solo el Espíritu de Dios tiene el poder de humanizar y fraternizar todo contexto, a partir de los que lo acogen.
Pidamos al Señor que nos haga experimentar una nueva Pentecostés, que dilate nuestros corazones y sintonice nuestros sentimientos con los de Cristo, para que anunciemos sin vergüenza su palabra transformadora y manifestemos el poder del amor que recuerda a la vida todo lo que encuentra.
Saludo cordialmente a los peregrinos provenientes de Suiza, Francia y otros países francófonos, en concreto a los de Ginebra, Paris e Isla Guadalupe. La Fiesta del Corpus que vamos a celebrar es una invitación a dar un puesto central a la Eucaristía en vuestra vida. Es la Eucaristía la que nos hace vivir la vida de Cristo y la que hace la Iglesia. Dios os bendiga.
Doy la bienvenida a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los que vienen de Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte, Australia, India, Indonesia, Canadá y Estados Unidos de América. Saludo en particular a los Jóvenes Mensajeros de Paz de Hiroshima y Nagasaki, venidos de Japón. Mi saludo va también a los vencedores del tradicional Concurso Bíblico en Tierra Santa. Sobre todos invoco la alegría y la paz del Señor Jesucristo. Dios os bendiga.
Una cordial bienvenida dirijo a los hermanos y hermanas de lengua alemana. El Espíritu Santo da la vida y nos reúne en Cristo como su Iglesia. Dejémonos transformar por su fuerza para anunciar la salvación del Señor y manifestar su paz y la reconciliación que el mundo tan necesita. Que el Espíritu Santo nos ilumine y nos guíe siempre.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica; en modo particular a los peregrinos de la Diócesis de León, acompañados por su obispo, Mons. Julián López Martín. Los invito a que pidamos al Señor experimentar un nuevo Pentecostés en nuestras vidas, para que el Paráclito dilate nuestro corazón haciéndolo semejante al de Cristo, y así podamos testimoniar su amor en medio del mundo y de las personas que nos rodean. Que Dios los bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua portuguesa, de modo especial a los grupos parroquiales de Río de Janeiro y de Belo Horizonte y a los fieles de Aveiro: que el Señor os llene de alegría e ilumine las decisiones de vuestra vida, para que cumpláis fielmente el querer del Padre celeste sobre vosotros. Rezad por mí; no os faltará mi oración y la Bendición de Dios.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los de Irak, Jordania y Medio Oriente. «El Espíritu Santo es quien continuamente hace pasar del caos al cosmos, del desorden al orden, de la confusión a la armonía, de la deformidad a la belleza, de lo vetusto a la novedad». Que el Señor os bendiga y os proteja siempre del maligno.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, la solemnidad del Sacratísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, que estamos a punto de celebrar, es una oportunidad particular para reavivar nuestra fe en la real presencia del Señor en la Eucaristía. La celebración de la Santa Misa, la adoración eucarística y las procesiones por las calles de las ciudades y de los pueblos sean el testimonio de nuestra veneración y adhesión a Cristo que nos da su Cuerpo y su Sangre, para alimentarnos de su amor y hacernos partícipes de su vida en la gloria del Padre. Que su bendición os acompañe siempre.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo, en particular, a los fieles de Ostuni, a los niños de la Primera Comunión de Martinsicuro, a los padres activos en las zonas contaminadas del Véneto, a los militares del equipo naval de Santa Rosa.
Me alegra recibir a los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados, especialmente a las parejas de la diócesis de Tívoli. Pasado mañana celebraremos la memoria litúrgica de San Luis Gonzaga, admirable ejemplo de austeridad y pureza evangélica. Invocadlo, para que os ayude a construir una amistad con Jesús que os haga capaces de afrontar con serenidad vuestra vida.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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