Entrevista al abogado, escritor, magistrado español y juez de menores de Granada, Emilio Calatayud
Como juez de menores, se ha hecho famoso por sus sentencias ejemplares, llenas de sentido común. Una charla suya subida hace años a YouTube hizo que las peticiones de conferencias le llegasen de toda España… y no hayan cesado. Sus intervenciones en los medios son tan celebradas por el público como criticadas por el progresismo mediático. En pie: entra en la sala su señoría Emilio Calatayud.
El mirador de San Nicolás, en el barrio del Albaicín, ofrece por la noche un singular espectáculo. Alrededor de una cruz de piedra sin placa que la identifique −cosas de la memoria histórica−, una turbamulta de asiáticos acude a fotografiar la panorámica de Granada que enamoró a Bill Clinton, y se mezcla con gitanos que escuchan flamenco en el móvil, músicos que rasgan la guitarra para arañar unas monedas, jóvenes ruidosas con signos de embriaguez y sombras que deambulan silentes por las esquinas. Un paraíso, en suma, para los pequeños chorizos y aprendices del menudeo, como algunos de los que, a la mañana siguiente, nos cruzamos en el Juzgado de Menores de Granada, donde desde hace 30 años imparte justicia Emilio Calatayud.
Sorprende saber que vive en ese mismo barrio del Albaicín donde se cruza con hombres y mujeres hechos y derechos que en su día condenó y que hoy le dan abrazos por la calle. Su acento revela, sin embargo, que nació en Ciudad Real, hace 63 años. Cuando tenía la edad de los críos que hoy juzga −con firmeza y sin paternalismo, a pesar de sus famosas sentencias ejemplares−, su padre lo metió interno un verano para que dejase de hacer el vago. Por eso sabe que “lo mejor que puedes hacer por un chaval es sentenciarlo a que estudie, a que aprenda el valor del esfuerzo con trabajos para la comunidad, y a que respete a sus familias”.
Juzga a menores que viven situaciones límite, pero a sus charlas van familias “normales”. ¿Qué dice para unir ambos mundos?
Lo primero es que al juzgado llegan familias de todo tipo. Cada vez veo más padres normales que han perdido el control sobre sus hijos. Las familias están preocupadas porque se han dado cuenta de que hoy es más difícil educar que hace años.
¿Por qué?
Porque se ha perdido el principio de autoridad y así no se puede educar. Yo me pongo la toga para demostrar al chaval que está ante el Poder Judicial. Pero aquí nos dan miedo los símbolos y el principio de autoridad. Por eso se le quitó la tarima al maestro, “porque somos iguales”. Y no es verdad, porque para estar a ese lado de la tarima hacen falta muchos años de estudio. La pérdida de valores cristianos ha influido mucho en esta situación.
¿En qué sentido?
Hemos perdido valores como el esfuerzo, el sacrificio, el respeto… Se habla mucho de derechos y muy poco de deberes. Además, tenemos a los niños sobreprotegidos y con agendas de ministro. Muchos ya no juegan ni en la calle, ni en el colegio, ni en ningún sitio, porque están enganchados a las tecnologías. Y encima no les puedes corregir, porque dicen que un capón es maltrato. Muchos males llegan a las familias porque los padres no se atreven a educar y preguntan todo a los niños, o porque llegan los modernos diciendo chorradas.
¿Hay un intento por imponer a los padres cómo tienen que educar?
Sin duda. Pero es que los hijos son de los padres, aunque no sean de su propiedad. Desde luego, a quien no pertenecen es al Estado. Detrás de esto hay un intento de cargarse a la familia. Se busca deshumanizar las relaciones y derribar cualquier institución que huela a católico. Nos dicen que los hijos son de la sociedad, de la tribu, pero no es verdad. Es como el tema del aborto.
¿A qué se refiere?
Hoy no se habla del nasciturus, que es el concebido, pero no nacido, y que fíjate si tiene derechos que puede hasta recibir una herencia. Que te puedas cargar a un niño que tiene derecho a herencia, pero no tiene derecho a nacer es una contradicción. Hay debates que tenemos que abrir y revisar, como el del aborto o la eutanasia.
Con esta radiografía, ¿cómo pueden los padres educar bien?
Con sentido común e imitando lo que hicieron nuestros padres, que tenían menos formación, pero mucha más sensatez. Hemos pasado del padre autoritario al padre colega y estamos pagando el pato, porque los niños, que ya no respetan a sus padres, cada vez respetan menos al resto de personas. Por eso crecen los delitos de violencia y acoso, y no digamos el abuso sexual.
Tuvo unas declaraciones muy polémicas sobre ese tema…
Sí. Me llamaron la atención porque dije por la tele que las niñas se hacen fotos como putas, y no me dejaron ni acabar para decir que los niños se las hacen como putos. ¡Pero es verdad! Tenemos muchísimos niños y niñas que mantienen relaciones con 10, 11, 12 años… Y esto a la gente le preocupa, pero no se hace nada por miedo a que te critiquen.
¿Se puede combatir la hipersexualización de la sociedad?
Yo confío en la ley del péndulo: la sociedad se dará cuenta de que nos hemos pasado con muchas cosas, y de la barbaridad que supone hacer que los niños y los adolescentes vivan como adultos, pero sin que les demos responsabilidades por si se frustran.
Antes de la entrevista, durante la vista de un caso, ha pedido a una chica de 15 años que tenga cuidado para no quedarse embarazada. La fiscal le ha aconsejado que use anticonceptivos, y usted ha dicho: “¡No! ¡Tú no hagas nada, que tienes 15 años!”. Algunos le llamarían retrógrado…
Hoy los niños no ligan, ni se enamoran: los niños mantienen relaciones sexuales sin sentimientos [el juez usa otro verbo más coloquial]. Y encima se graban, porque la pornografía tiene mucho que ver con todo esto. Yo soy partidario de proteger a los menores, y aunque algunos me llamen retrógrado o censor, prohibiría y perseguiría que a las webs porno se pueda entrar gratis y sin control de edad.
La fiscal también ha dicho que falta educación sexual en la escuela…
¡Sí, con prácticas y máster! Llevamos años con educación sexual en los colegios y nunca se ha tenido tanta información. Sin embargo, nunca ha habido tanta violencia sexual. ¿Por qué? Porque se ha banalizado la sexualidad. Las relaciones íntimas pertenecen a la intimidad del individuo. También el respeto a la mujer se ha trivializado como consecuencia de banalizar la sexualidad: los jóvenes usan lenguaje de usar y tirar para hablar del sexo; hacen vídeos y fotos y las comparten; tengo juicios de dos chicos de 16 años que emborrachan a una de 12 y la violan, de una chica de 13 años que queda con 6 chicos para tener sexo oral… Y no son casos marginales: está pasando con más frecuencia de lo que la gente cree.
Es usted muy crítico con el uso de la tecnología en las familias.
Mucho. Los móviles traen tres problemas. El primero es que es una droga. Yo soy fumador y lo primero que hago al levantarme es encender un cigarro. Si lo primero que haces al levantarte es mirar el móvil, tienes un problema. Y yo nunca le di un cigarro a mi hijo de dos años, pero estoy cansado de ver padres que para que el niño no les dé el coñazo le sacuden el móvil. El segundo es que es un instrumento peligroso para cometer hechos delictivos contra el honor y la intimidad, bullying… Y el tercero es que es peligroso para la víctima: acoso, amenazas, extorsión… Conmigo se pusieron muy agresivos cuando dije que había que violar la intimidad de los hijos, pero hay que hacerlo.
¿Cómo y por qué?
Antes, los padres te controlaban mirando el cajón de la mesilla, y si podían, escuchando por otro teléfono para saber con quién hablabas y de qué. Hoy la vida está en el móvil y como padre tienes que controlar a tu hijo para protegerlo. Sobre todo, porque ellos no son responsables ante la ley de lo que hagan con el móvil: ¡son los padres! Por eso jamás compraría un móvil a un niño de 8 o 12 años.
¿Y a qué edad lo haría?
Cuando se lo pueda pagar él. O, como mínimo, a los 14, porque a esa edad ya puede ser responsable legal. Es una vergüenza que el regalo estrella de las comuniones sea el móvil.
Se le critica por decir en alto lo que muchos dicen en privado. ¿Hay que perder el miedo a desafiar el discurso del todo vale?
¡Claro! A mí me han llamado facha, carca… Pero me da igual. Es como lo de católico. Ha habido un tiempo en que a la gente le daba miedo decir públicamente que es católica.
Habla en pasado.
Sí, porque la gente se ha cansado de tener que ocultar que es católica.
Usted, desde luego, no lo hace.
Yo lo digo siempre. Y me cabreo con la Iglesia, porque creo que es hora de dar un puñetazo en la mesa con el tema del laicismo. Ante el ataque que hay contra los católicos, yo cerraría tres meses todos los servicios que sostiene la Iglesia. ¿Que los católicos somos todos corruptores de menores y no podemos decir lo que pensamos? Pues ale, que todos los pobres que atiende Cáritas, San Juan de Dios, las monjas de tal y cual, vayan a los Ayuntamientos o a las Comunidades Autónomas. ¿La Semana Santa? ¡A pasear al santo dentro de la iglesia! ¡Verás qué alegría para el turismo, los bares y los hoteles! Ve a San Juan de Dios, en Granada, a ver quién atiende a los pobres. ¿Y en Valencia, dónde está la gente que llegó en el barco aquel? En Cáritas. Los católicos tenemos que decir que la Iglesia es muy buena, con hijo… como en todos los gremios, pero que ya está bien de tomarnos el pelo.
¿Usted reza?
Todos los días. Al morir mi mujer, el cura que celebró el funeral, al que conozco desde hace mucho, dijo “si Dios no existiera, la vida sería una faena muy gorda. Pero Dios existe”. Por eso rezo.
¿Dios es más Juez o más Padre?
Dios es Dios. Ser padre es muy complicado, y si lo miras como juez, no crees. Dios es Dios. Yo soy muy afortunado, con mis desgracias, y en mi vida mi fe me ha ayudado mucho para ser feliz.
Su mujer, Azucena, murió de cáncer en 2008, y usted ha pasado por un cáncer de próstata.
Sí. El cáncer es una batalla muy dura, y por eso me cabrea cuando salen famosos diciendo “para vencer al cáncer hay que luchar, y tal”. ¿Es que los que se quedan por el camino no han luchado? Con el cáncer, estás en manos de la ciencia y en manos de Dios. Y ya está. Desde que te dan el diagnóstico, en tu vida no existe nada más que el cáncer. Sin embargo, durante los dos años que estuve cuidando de Azucena fui muy feliz. Las dos únicas bajas que he cogido en mi vida han sido para cuidar de ella. Pero también gracias al cáncer conocí a Magdalena, mi mujer actual, que me sacó del pozo.
¿Qué aprende uno cuando sufre?
A valorar las cosas en su medida, a que merece la pena hacer el bien, y a hacer lo posible para estar tranquilo contigo mismo. Al morir Azucena me preguntaron de qué me arrepentía. Y dije que de haberle dicho poco que la quería. Ya no cometo ese error. Hay que demostrarlo, pero también hay que decir “te quiero” todos los días.
Y Magdalena le sacó del pozo…
Cuando tu mujer fallece, te das cuenta de la realidad: estás solo. Yo me vi solo con 55 años, mi hijo llevando la farmacia en un pueblo y mi hija estudiando en Madrid. Y pensé: ¿Qué pinto aquí? Al quedarte viudo te sientes manco, cojo, ciego… A mis hijos les dije: no sé qué va a ser de mí. Durante un año, que no se lo deseo a nadie, iba a casa solo a dormir, y menos mal que tenía mi juzgado y mis conferencias. Entonces se cruzó por mi camino Magdalena. Al morir mi mujer, la hermana de Magdalena enfermó de cáncer, yo me hice amigo de su hermano, y así nos conocimos. Hoy soy feliz.
Hábleme de ella.
El amor a mi edad no es como el de los años jóvenes, pero he encontrado mi complemento perfecto. Es profesora de Filosofía y con una formación católica muy grande. Es muy buena persona, pero ha tenido mala suerte en la vida. Estamos esperando que nos confirmen la nulidad de su anterior matrimonio para casarnos por la Iglesia, porque lo que más me importa es el sacramento.
¿Cómo desea terminar esta entrevista?
No me ha preguntado por mis hijos…
¡Emilio y Alba! Tiene razón…
Son muy buenas personas. Mi hijo, que tiene 33 años, me ha dado más problemas que mi hija, que tiene 27. Cuando él estaba en primero de carrera le echamos de casa, porque no le veíamos, dejó de estudiar… Meses después se centró y volvió. Los dos dieron una respuesta tremenda con la enfermedad de su madre. Me han hecho abuelo, y la verdad es que cuando veo que son fieles en su matrimonio y se sacrifican por sus hijos, me queda una gran satisfacción.
Entrevista de José Antonio Méndez, en revistamision.com.
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